Cultura

Bosso, habitación número 13

Ezio Bosso se prometió a sí mismo salir de su residencia en Bolonia a tomar sol y abrazar un árbol apenas concluyera el confinamiento; tantos deseos tenía de volver a la vida. Quizá más que cualquiera de los vecinos. Lamentablemente no cumplió el deseo. El pianista y compositor italiano de 48 años estaba herido de muerte y no por el coronavirus; en 2011 le diagnosticaron una grave enfermedad neurodegenerativa, esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

El deceso de Bosso conmovió a la sociedad italiana el pasado fin de semana y su eco llegó a otras partes del mundo donde le apreciaban como uno de los fenómenos musicales más interesantes de los últimos dos decenios.

Debe tomarse en cuenta el componente emocional del suceso luctuoso, dada la voluntad de Bosso para no rendirse ante la dolencia. Entre 2011 y 2015 dejó de tocar piano, pero volvió al teclado en público hasta que no pudo más. Se ejercitaba en el instrumento ocho horas diarias, los siete días de la semana. “Lo haré hasta que el cuerpo me lo permita. He tenido que adaptarme a la discapacidad, pero sin ninguna frustración”. Interrogado acerca de cómo se las arreglaba, declaró en 2016: “Reduciré los conciertos: el entusiasmo y el deseo de hacer deben saber cómo dosificarlos, no sólo para el cuerpo sino también para la música, para tocar es necesario estudiar. Y mis ritmos no son los mismos que antes. Soy un hombre con una discapacidad evidente, pero no me siento discapacitado. No estoy enfermo, pero vivo con una enfermedad”. El año pasado anunció con tristeza el final de su carrera como intérprete: “Ya no puedo tocar”.

Los medios lamentaron el deceso. El diario La Repubblica reseñó la pérdida: “Del maestro Bosso se recordará siempre su sonrisa, su entusiasmo contagioso, su coraje y su lección de vida como gran artista y hombre libre. Ennio Morricone colocó en las redes sociales: “Era una luz en la música que tenía un gran deseo de brillar”. El rapero Fedez tuiteó: “Un gran ejemplo de arte y resistencia. Qué disgusto”.

Echando a un lado la trágica novela de su vida, Ezio Bosso ha legado una obra sólida como intérprete –contrabajista, pianista y director de orquesta– y, en el plano de la composición, representativa de una estética que se ha ido asentado en el gusto de auditorios no habituados a lo que solemos llamar música clásica, los cuales a partir de sus partituras y las de otros autores, se han familiarizado con las salas de concierto y los fonogramas afines.

Había estudiado contrabajo, composición y dirección orquestal en Viena y trabajado en una primera etapa con importantes agrupaciones sinfónicas y de cámara europeas. Subió al podio de la Orquesta de Cámara de Madrid, la Sinfónica de Londres, la Filarmónica de Turín, la Sinfónica Nacional Checa y la orquesta de la Scala de Milán. Al reiniciar su actividad en 2015 logró reunir a cien mil espectadores a lo largo de cuatro años en los principales teatros de la península, en los que ofreció recitales de piano y dirigió las más acreditadas orquestas.

Uno de los momentos culminantes de esta etapa aconteció el 20 de enero de 2019, cuando dirigió en Boloña el espectáculo de gala Grazie, Claudio, en memoria de Claudio Abbado, con la orquesta de la asociación Mozart 14, reunida especialmente para la ocasión con la participación de cincuenta músicos vinculados a la labor del célebre conductor. También se entusiasmó cuando le confiaron a fines de 2019 el programa televisivo de la RAI Cuál es la historia de la música, visto por un millón de telespectadores.

El catálogo de obras de Bosso es múltiple y nutrido. Escribió más de un centenar de partituras para orquesta, formatos de cámara, la escena lírica, coros e instrumentos solistas, preferentemente el piano. Las cuatro sinfonías llevaron subtítulos: Océanos, Bajo los árboles, Cuatro cartas y Alma Máter.

Entre los registros fonográficos sobresale The 12th room (La duodécima habitación, 2016), con el sello Sony Classics. Vale la pena leer en extenso parte de las notas que él redactó para introducirlo, pues explican su deriva estética:

“Este es un álbum doble, ¿o sería mejor decir que hay dos historias? ¿O tal vez sólo una? El primer CD consta de cuatro piezas nuevas, siete del repertorio de piano clásico y contemporáneo y otra tan nueva que nunca se ha interpretado en vivo. El segundo CD es la Sonata para piano que se divide en tres movimientos que duran 40 minutos sin parar. La lista de pistas es la misma línea que mis recientes conciertos solistas de piano. La lista de pistas, como es habitual en mis elecciones, es una especie de camino narrativo. El repertorio también revela mis orígenes y el origen de la música que escribo. También revela los dos músicos que soy: el compositor y el intérprete. Estos son principalmente historias de habitaciones, salas a las que pertenezco o que pertenecen a mi vida o que pertenecen sólo a la historia de las habitaciones. (…) Me di cuenta de que ya había escrito sobre habitaciones en el pasado, y nunca pensé en ello. El primer disco también es una especie de preparación para la Sonata, como un camino de puertas conectadas que nos llevan de una habitación a otra”.

Bach, Chopin, John Cage… y Bosso. Alguna vez dijo que todos éramos hijos de Bach. Aún los minimalistas como él. Que a base de un solo tema era capaz de desarrollar, más que variaciones, atmósferas, estados de ánimo, elucubraciones oníricas. Como las que el cineasta Gabriele Salvatores eligió en 2003 para la banda sonora de la película Non ho paura (comercializada en español como El pozo). Como la música que a la hora de la muerte abrió las puertas de la habitación número 13 en la que, espero, permanezca Bosso hasta el fin de los tiempos.