Cultura

Historia de un accidente

Fue un desgarrador choque de la carne, una explosiva colisión de huesos. El incisivo defensa Juan Manuel Alejándrez contra el centrocampista y artífice del equipo, Alberto Onofre. El resultado: una de las lesiones más lamentables y lamentadas de la historia del futbol mexicano a sólo tres días de que comenzara la IX Copa del Mundo. Se cumplen cincuenta años de ese célebre torneo y de la famosa doble fractura que terminó por dejar a Onofre fuera de la competencia, y también aligeró su prematuro retiro de las canchas.

Con ese material lleno de dramatismo, escrito en el tono de la épica deportiva, Agustín del Moral Tejeda construyó Alberto Onofre, un crack mexicano, cuyo epicentro acomete la biografía del jugador que en apenas tres años se había convertido en la máxima promesa del balompié del país. El libro expone, además, la crónica íntima del autor en torno a las azarosas circunstancias en las que concibió ese texto.

Articulada con los recursos del Nuevo Periodismo, la obra está sostenida por tres relatos y dos evocaciones, todos narrados en primera persona. Pero es en el capítulo central donde el libro adquiere un poderoso magnetismo mediante el arrebatador testimonio de Alberto Onofre.

El periodista Ignacio Matus Jiménez, uno de los más notables conocedores de futbol, escribió el prólogo que, a su vez, ubica al lector sobre el ambiente y las condiciones en las que Onofre había edificado su carrera y en la delirante idolatría que su presencia provocaba en aquellos años.

Luego de sufrir altibajos, el volante creativo había logrado una temporada redonda en el campeonato 1968-1969, de la Primera División; su club, el Guadalajara, había fortalecido su imagen mítica: ya era el campeonísimo.

En realidad, el espigado atleta había asumido el liderazgo creativo en el campo, pues en poco tiempo se adaptó a su nueva posición en el centro de la cancha. Sus facultades físicas y técnicas eran más que evidentes y Raúl Cárdenas, entonces entrenador de la Selección Mexicana, no dudó en convocarlo y en organizar su estrategia alrededor del talento del joven jalisciense. Nada podía salir mal. Todo estaba listo para que por fin México lograra la gloria. “El Cuate” Calderón, “El Halcón” Peña, “La Calaca” González y Javier “El cabo” Valdivia, es decir, la columna vertebral, la implacable línea de flotación del equipo, trabajaría a partir de la precisión y de las tácticas de su mariscal. Sin embargo…

“Fue un golpe durísimo. Incluso, por unos segundos, se me fue la respiración y perdí el conocimiento. Desde ese momento supe que me había lesionado (…) No sé, si me hubiera fracturado en un partido amistoso, en un partido de liga, en un cuadrangular, ¡pero fracturarme unos días antes del Mundial, de un Mundial en el que yo pensaba destacar y proyectarme! ¡No, no lo acepto! Todavía no lo acepto”.

Así reflexionó el exfutbolista en uno de los fragmentos capitales del libro. Y en efecto, más tempestuoso que la rotura de su tibia y peroné, más terrible que el recuerdo de la lesión, es el hecho de haber quedado imposibilitado de asistir a la Copa del Mundo por un accidente en un partido de práctica. La triste impresión de vivir en una suerte de limbo de lo que pudo ser le ha acompañado desde el primer momento. No hubo, no hay y quizás no habrá nunca resignación ante ese destino.

Para colmo, no se recuperó en el tiempo previsto; los errores clínicos de la primera operación lo expusieron a una segunda intervención quirúrgica. Pero Onofre siempre ha sido un hombre con determinación y de objetivos concretos. Meses después regresó a los entrenamientos, se preparó a conciencia y rescató la confianza en sí mismo que, a ratos, creyó perdida. Volvió a vestir la playera del Guadalajara; desafortunadamente, no recobró el nivel de juego que tanto había impactado a especialistas y aficionados y que había insuflado la esperanza de trascender hacia las cimas del futbol.

La crónica de Del Moral Tejeda tiene un desenlace agridulce, desencantado, a partir de un comentario comparativo que el autor estableció entre él y Onofre y que a este último no le agradó en absoluto. Indignado, la antigua estrella de la media cancha se dirigió enfático a su interlocutor: “(…) No me venga con que nos parecemos, con que tenemos una historia semejante, con que nuestro denominador común es la frustración. Lo mío, si usted quiere, es trágico; pero lo suyo, discúlpeme, es patético. Y ahora, con su permiso, pero me tengo que retirar, señor”.

Con franqueza, con rigor profesional, Agustín del Moral Tejeda lo escribió todo sin escamotear los episodios y pormenores que menos le favorecían. Hay que decir que ese criterio suyo, siempre tan incluyente, abierto y desprejuiciado, le hizo ganar al libro en madurez y amenidad. Por su puesto, Alberto Onofre, un crack mexicano es una obra que mucho tiene de futbol: posee intensidad, el balón de la prosa fluye con rapidez y dibuja una espectacular parábola que el escritor remata al final de cada capítulo. Así sucede cuando propicia que Onofre hable de Juan Manuel Alejándrez, quien injustamente quedó como el victimario accidental del astro futbolístico. Tan es así que no participó en ningún juego de la Copa del Mundo; poco a poco se marchitó en las canchas de Jalisco y acabó por colgar los tacos a pesar de contar aún con facultades para seguir en el futbol profesional.

De cierta forma, en un párrafo memorable, Onofre lo reivindica:

“Y es triste porque eso quiere decir que la lesión fue de los dos: mía y suya. En fin, y es curioso porque vive aquí, en Guadalajara, igual que yo. En una que otra ocasión hemos coincidido en los partidos de veteranos que de vez en cuando se organizan aquí o allá. Nos saludamos, platicamos un par de minutos de esto y aquello y hasta la próxima… ¡Por supuesto, nunca hemos hablado de aquella tarde! Al menos yo no tengo intención de hacerlo. ¿Para qué? Gajes del oficio y ya”.

Tal vez Juan Manuel Alejándrez jamás superó el daño anímico que le significó haber lastimado sin querer a su coequipero. El duro lateral murió en 2007. No sabemos si alguien lo entrevistó con respecto al caso. El tema se disipó, el recuerdo no. Como bien dijo Onofre, aquella tarde lluviosa de mayo de 1970 acabaron dos carreras en el deporte.