Cultura

Trayectoria del Soneto en Cuba (21)

Luis Carlos Coto Mederos

Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)

Salvador Arias nos dice en “Poesía cubana de la colonia”:

“La pobreza en que vivían lo obligó a abandonar sus estudios cuando apenas contaba 12 años de edad, y comenzar a trabajar como aprendiz de carpintero. Posteriormente laborará en el taller de pintura de Vicente Escobar y en la imprenta de José Severino Boloña. También por entonces se inició en la poesía. No obstante, el oficio en el que más se destacó fue el de peinetero, practicado a partir de 1824. Muchas veces se ha comparado el fino trabajo que realizó sobre el carey con la delicada orfebrería de sus versos, en los que sobresalen descripciones de fácil sonoridad y recorren desde el neoclasicismo al uso hasta tonos netamente románticos ya en sus últimas producciones”.

Y en “Doscientos años de poesía cubana” nos dice, de Plácido, su autor Virgilio López Lemus:

“Uno de los poetas mejor dotados de la tradición cubana, Plácido, alcanzó a expresar una cubanía procedente de sectores populares de la Isla. Fue un versificador espontáneo, interesado en los asuntos domésticos e inmediatos; ha sido relacionado con el surgimiento de la corriente criollista de la poesía cubana”.

1014

A mi amada

Mira, mi bien, cuán mustia y deshojada

está con el calor aquella rosa

que ayer brillante fresca y olorosa

puse en tu blanca mano perfumada.

Dentro de poco tornaráse en nada

no verás en el mundo alguna cosa

que a mudanza feliz o dolorosa

no se encuentra sujeta u obligada.

Sigue a las tempestades la bonanza,

siguen al gusto el tedio y la tristeza;

mas perdona que tenga desconfianza

y dude de tu amor y tu terneza,

que habiendo en todo el mundo tal mudanza

¿Sólo en tu corazón habrá firmeza?

1015

A una ingrata

Basta de amor: si un tiempo te quería

ya se acabó mi juvenil locura,

porque es Celia tu cándida hermosura

como la nieve, deslumbrante y fría

No encuentro en ti la extrema simpatía

que mi alma ardiente contemplar procura,

ni entre las sombras de la noche obscura,

ni a la espléndida faz del claro día.

Amor no quiero como tú me amas

sorda a los ayes, insensible al ruego;

quiero de mirtos adornar con ramas

un corazón que me idolatre ciego,

quiero besar a una deidad de llamas,

quiero abrazar a una mujer de fuego.

1016

Recuerdos

Cual suele aparecer en noche umbría

meteoro de luz resplandeciente,

que brilla, parte, vuela, y de repente

queda disuelto en la región vacía;

Así por mi turbada fantasía

cruzaron cual relámpago luciente

los años de mi infancia velozmente,

y con ellos mi plácida alegría.

Ya el corazón a los placeres muerto

parécese a un volcán, cuya abrasada

lava tomó a los pueblos en desierto;

mas el tiempo le holló con planta airada

dejando sólo entre su cráter yerto

negros escombros y ceniza helada.

1017

En la muerte de Jesucristo

Torva nube que arroja escarcha fría,

rayos aborta que al mortal espantan,

de las tumbas los muertos se levantan,

tiembla la tierra y se oscurece el día.

Las crespas ondas de la mar sombría

cave las duras rocas se quebrantan,

ni el río corre, ni las aves cantan,

ni el sol su luz al universo envía.

Cuando en el monte Gólgota sagrado

dice el Dios-Hombre con dolor profundo:

“Cúmplase, Padre, en mí vuestro mandado”.

Y a la rabia de un pueblo furibundo,

inocente, sangriento y enclavado

muere en la cruz el Salvador del mundo.

1018

El loco cuerdo

“¡Nada, hombre, nada!” en la sonante orilla

del mar, gritaba un loco; y los curiosos

a él se llegan de saber ansiosos;

los ve, sonríe, y más demente chilla.

Era de ver absorta la cuadrilla:

mujeres, niños, viejos perezosos,

y tontos, y pedantes fastidiosos,

¡que en todas partes hay esta polilla!

Todos buscan al fin de aquella fiesta

algún viviente entre la mar salada;

y no viendo asomar humana testa,

“¿Qué diablos es?” la turba dice airada:

Mas él en tono grave le contesta:

“Nada, señores, ya lo he dicho, nada”.

1019

De la muerte de Napoleón

El águila caudal dejando el Sena

bate sus alas al rayar el día,

y de los aires la región vacía

mide veloz con majestad serena:

Baja y tiende la garra en Santa Elena

con que la Europa un tiempo estremecía,

pugnando por alzar la losa fría

que yerto cubre al vencedor de Jena.

Suspende al fin el mármol atrevida

mirando absorta con turbada frente

¡Tanta grandeza en polvo convertida!

Y aunque el estrago de sus triunfos siente,

de Bonaparte el nombre al sol levanta,

su muerte llora, y sus victorias canta.