Pedro de la Hoz
Se llamó Rafael Bassi Labarrera, pero de su apellido derivó un apodo para el gozo, Bassilón. Porque en el Caribe vacilar nada tiene que ver con la duda o la incertidumbre, sino con la capacidad para disfrutar a plenitud la música y la vida. ¿No recuerdan Rico vacilón, el cha cha chá de Rosendo Ruiz que por los años 50 del pasado siglo hizo época entre los bailadores? De modo que Bassi fue más temprano que lo se pueda imaginar Bassilón y, para reforzar la idea, tuvo a bien llamar Rico Vacilón a un bar en Barranquilla que le dio más pérdidas que ganancias, de tantos amigos que se arrimaban a compartir aficiones musicales y echarse un trago a cuenta de casa entre pieza y pieza.
Cuando me dijeron que Bassi había muerto el pasado lunes 27 de abril pensé se trataba de una broma. Horas antes recibí el anuncio de su próxima tertulia radial, fijada para el sábado 2 de mayo, un diálogo sobre salsa y literatura con el escritor cubano Leonardo Padura –no sólo es el narrador de novelas policiales; de su cabeza salió el guión de la formidable película Yo soy del son a la salsa, de Rigoberto López–, por lo que creí incombustible al colega y amigo. Además, la noticia provenía de Medellín; ignoraba que desde hace unos meses, Bassi se hallaba en la ciudad de los paisas y no en la costa atlántica.
Nada, que le falló repentinamente el corazón, no así su sonrisa, ni su manera de entregarse a nuestras músicas del Caribe, rasgo que permanecerá vivo. Bassi era barranquilero de arriba abajo. De joven estudió Química. Por la vista entraban las fórmulas y ecuaciones; por el oído las bombas de Rafael Cortijo y su Combo, los boleros de Benny Moré y los sones de la Sonora Matancera. La música terminó por imponerse a la Química.
Existe un concepto que gusto reivindicar: musicógrafo. Si la Musicología es ciencia, la Musicografía es testimonio. Si las Ciencias históricas no pueden prescindir de la literatura testimonial escrita u oral, las cronologías, los documentos y cuanto exponente contenga el registro de un hecho o proceso para su ulterior análisis, la Musicología no puede mirar por encima del hombro a la Musicografía, ni a seres como Bassi, memoriosos que trascienden la vanidad del dato aportado, de la vivencia puntual, de la conversación oportuna, de lo que aconteció detrás de la difusión de un disco o un concierto, de la confesión oportuna, del prurito elitista de algunos melómanos coleccionistas. En esta categoría incluyo a todos los que escriben y trabajan apasionadamente por la memoria y construcción de sentido de la música, pero con seriedad, ética y responsabilidad: críticos, promotores, activistas, cronistas, comunicadores.
Bassi compartía conocimientos a la vez que los buscaba en todas las fuentes posibles. Consciente de las posibilidades de los medios de difusión masiva, en la radio halló una tribuna ecuménica y democratizadora. Así concibió espacios como Concierto Caribe, Jazz en Clave Caribe y Vámonos de fiesta, en Uninorte FM Estéreo, de Barranquilla. Una selección aleatoria de las producciones para esta emisora permite pulsar la amplitud y profundidad de su compromiso: monográficos sobre las nuevas orquestas salseras en Europa, un recorrido por los maestros de la tambora, los vínculos de la canción con la poesía de Federico García Lorca, y una revisión crítica de la obra de Rubén Blades.
Por supuesto, en estos y otros emprendimientos, tenía en la mira, ante todo, en la música de su país, y en especial, de su entorno más cercano, el Caribe colombiano. Ahí estuvo para cimentar las leyendas de Joe Arroyo, Pacho Galán, Esthercita Forero, Alejo Durán, Totó la Momposina y Lucho Bermúdez. De este último preparó junto a otro paisano de su misma estirpe, Sergio Santana Archbold, el libro más completo que se pueda concebir sobre una figura imprescindible para Colombia y Cuba. Lo publicó en una empresa creada entre ambos, la editorial Santo Bassilón, con un catálogo de libros sobre salsa y música tradicional antillana, puestos a circular con más voluntad que solvencia.
La relación de Bassi con la vida musical cubana fue particular. Viajó varias veces a la isla a la caza de discos, conciertos, libros y festivales, lo mismo en La Habana que en Santiago de Cuba. Para él resultó providencial la amistad profesional con Leonardo Acosta. Acerca de ello contó: “Ya conocía sus libros Del tambor al sintetizador y Elige tú, que canto yo, cuando en el Barranquijazz 99, tuve el privilegio de conocer personalmente a Don Leonardo. Pude conocer al gran ser humano, al hombre sencillo, y supe por él que lo que yo hacía era útil”.
Por décadas el barranquillero promovió a los clásicos Miguel Matamoros e Ignacio Piñeiro, los sones de Formell y Adalberto, el virtuosismo del Niño Rivera y Pancho Amat, las canciones de José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, las improvisaciones de Bebo y Chucho Valdés, y estaba al día en cuanto a las nuevas generaciones de músicos cubanos. De México le encantaban las interpretaciones de las vieras danzoneras y dejó pendiente, según me confesó meses atrás, un estudio comparado del gusto del público por la tradición bolerística en Cuba, Colombia y México.
A Bassi le rendimos honores también en Cuba. José Dos Santos, a quien con justicia considero un Bassi cubano, recordaba, que el colombiano fue responsable de que muchos jazzistas de la isla comparecieran en el festival Barranquijazz. El compositor Edesio Alejandro lamentó su pérdida. El promotor Alden González, que mucho aportó al Septeto Santiaguero, se sumó al duelo. Rosa Marquetti, musicógrafa igual que él, no podrá olvidar que a Bassi debió la decisión de reunir por primera vez las exhaustivas crónicas del blog Desmemoriados, especie de nueva y underground enciclopedia de la música cubana.
Vacilemos con Bassi, hagamos de su memoria un Bassilón.