Conversación con el narrador Agustín Monsreal
Joaquín Tamayo
Agustín Monsreal tiene voluntad de salmón: siempre nada a contracorriente. Pongamos, por ejemplo, la actualidad: mientras la pandemia oscurece el horizonte y todo el mundo se siente apresado, el escritor habita un mundo libre y diáfano en un edificio de la colonia Portales de la Ciudad de México. Pasea sin prisas por el infinito de su vida interior. Ahí, en ese acotado departamento, los libros que posee son como lámparas para alumbrarse en la ruta del ya largo autoexilio. El pálido sol de Dostoievski, los resplandores de Nietzche, las linternas de Ionesco y la flama del teatro griego con Eurípides, Esquilo y Sófocles, le aclaran el camino al narrador, al poeta, al minificcionista y, en fin, a todos esos escritores que Monsreal lleva dentro.
A menudo esos mismos creadores internos se le escapan. Más bien por temporadas, diría él. Y congruente con su imaginación, Agustín los deja ser y levitar por los páramos de la hoja blanca. Ahora mismo esos varios escritores que lleva dentro están puliendo una colección de cuentos, un libro de minificciones y un volumen más de aforismos.
Siempre tuviste vocación por los géneros breves. Incluso escribiste un cuento de 150 páginas y una novela de cinco palabras. Pero en tus lecturas formativas, la verdad, había más novelistas de carrera larga y dramaturgos antes que cuentistas. ¿Por qué?
Creo que la vida misma o lo que yo sentí al comienzo de mi trayectoria literaria, me condujo a esos dramaturgos y a los maestros de la novela de vastas dimensiones. Pero esto –así lo veo ahora–, sucedió porque yo tenía una necesidad de asimilación, de captar la condición humana. Para mí lo esencial en la creación es el personaje, sin personaje poco se sostienen los argumentos. Y esta propensión mía a los personajes viene de los dramaturgos griegos y de los novelistas. Yo tenía la necesidad de hacer mi propia síntesis de lo que me proporcionaban esos autores clásicos y de ahí mi inclinación por los géneros breves. Además, como bien dijiste, voy a contracorriente, soy amante de las causas perdidas, así que desde el primer instante me propuse recuperar aquellos géneros menospreciados, un poco en las sombras: las cartas, los diarios, los aforismos… literatura corta, pues, como ya has visto.
Es parte de tu estilo la brevedad…
No, soy un escritor que más que la brevedad busca, y ha buscado siempre, la concisión, que no es lo mismo.
Su conversación, sin embargo, nunca es concisa. Agustín Monsreal, el charlista, es torrencial, ameno, implacable: los temas de su plática van por diferentes e inesperados senderos al igual los asuntos que ha abordado en su ya copiosa bibliografía.
Los ángeles enfermos, Sueños de segunda mano, Lugares en el abismo, Las terrazas del purgatorio, Deudas pendientes, Mujeres con alas y La banda de los enanos calvos constituyen una parte medular de su producción. Nacido en Mérida, en 1941, desde muy niño se fue a vivir al entonces Distrito Federal con toda su familia. Creció, eso sí, con la “incanjeable nostalgia” de quien muy pronto ha perdido el paraíso”.
Me imagino que ahora, en este aislamiento obligado, has recuperado algo de ese paraíso a través de tu biblioteca.
Bueno. Nadie puede negar que es doloroso este encierro. No obstante, para mí ha sido una manera de reencontrarme con esos amigos fieles y leales, los libros que desde siempre han compartido mi biblioteca.
¿Te sientes desesperado?
En absoluto. Claro que no: a nadie le gusta lo que pasa, eso es verdad, pero esta experiencia me ha servido para organizar mi estudio, para la ordenación precisa de ciertos títulos que incluso creía yo perdidos para siempre. He redescubierto libros que esperaban su momento, su forma de acompañarme. Vaya, qué te digo… Hice entonces una selección y esa pasión por los libros ha sido como una oportunidad de vivir, de imaginar, de sentir desde la distancia.
¿Se trata de un ajuste de cuentas con tus preferencias literarias o una forma de pagar deudas pendientes?
Mira, puede ser la revisión de los favoritos, de mis preferencias, como les dices, pero también es el encuentro con algunos autores a quienes no conocía o a los cuales no había podido llegar por una u otra razón. En mi caso, he estado leyendo de acuerdo a lo que escribo. A mí este tiempo me ha servido para ordenar la biblioteca; en esta ordenación descubrí que había libros que se quedaron esperando su momento. Así que fui haciendo una selección. Salieron de ahí lecturas que resultaron poderosas. Dentro de la ordenación me apliqué con Borges, por ejemplo, y con todo Nietzche. Descubrí que Ionesco, guardado durante muchísimo tiempo, tenía en mí grandes influencias. Sus fundamentos literarios y estéticos tuvieron, y tienen, cierto impacto en mis textos… En fin, lo que ha permitido esto, creo, ha sido confirmarme en la pasión por los libros. Un encierro de esta naturaleza sería inconcebible sin ellos. El tiempo encerrado me ha dado la oportunidad de vivir, de conocer, de imaginar, de saber que tienes contigo una serie de compañeros que te han de decir mucho.
Habrás vuelto también a tus primeras lecturas. ¿Cuáles fueron?
Sin ponerme a leerlo todo, yo creo que sí. Regresé a mis primeros libros. Hubo, también, una reflexión de fondo. Estos escritores me hicieron pensar en cuáles son los momentos, los rasgos definitivos y definitorios de un Dostoievski, de un Borges. Al mismo tiempo logré ver el cambio que se produce en uno mismo y que no sólo es exterior, sino interior, pues vas haciendo tu almacén de recuerdos y vivencias. Ahí, en ese almacén, encontré cosas maravillosas como Lewis Carroll, una lectura de mi infancia, y reapareció el espíritu de Groucho Marx, no tanto como una influencia, sino como una especie de atmósfera que ha cubierto determinados cuentos míos. No sé, a estas alturas, qué tanto Marx es reconocido y admitido como escritor. Una cosa que me gustó mucho fue volver a las lecturas más remotas: Pinocho y Peter Pan. En esta variedad empiezas a ver que estos autores han sido parte de tu formación. Hay más. Un escritor importante, una verdadera sorpresa, que ahora he vuelto a atesorar, es al renacentista Francois Rabelais. Gargantúa y Pantagruel, ¡qué extraordinaria obra!… Y a la vez adviertes que aquellos que considerabas como tus grandes maestros, pues en realidad ya no lo son tanto ahora; lo fueron, eso sí. Esta es la oportunidad del redescubrimiento.
Por otra parte, este confinamiento me ha permitido examinar, además, aspectos en los que antes no había reparado. Las redes sociales, de algún modo, me lo han hecho ver. Una muestra: hoy en día hay mucha controversia con algunos autores y creo que es por el desconocimiento. De repente por cuestiones presuntamente personales toda una generación ahora está en contra de Paz, pero sin haberlo leído; han terminado por descalificarlo por aspectos personales, de la vida privada, privadísima. Hay mucha gente que habla y habla de la literatura y de la mujer y el otro día me di cuenta que no han leído a las escritoras. La ignorancia y San Google están devastando el hábito de la lectura como debería ser. Cuando ésta es la gran oportunidad de sentarse a leer. Creo que hay que juzgar por la aportación literaria, no por la vida personal.
A partir de esta revisión, ¿quiénes podrías decir que fundaron tu estilo?
Inés Arredondo, por ejemplo. Es una escritora que me marcó. También Macedonio Fernández, Felisberto Hernández y Efrén Hernández, autores que hicieron época y que fueron determinantes en mi visión. Por otro lado, Rulfo, Arreola y Monterroso. Qué decir de Artl, de Onetti, de Carpentier… Siento ahora a estos escritores de otra manera. Ahora habito a estos escritores y a sus libros. Son lugares de los que yo nunca quisiera irme. Fernando del Paso, José Donoso, grandes novelistas. La dichosa pandemia me ha dado este magnífico regalo. Se me ha venido encima la poesía.
Del otro lado de la línea telefónica se escucha el rumor de varias voces; algunos sonidos del día se cuelan por el celular. Con alguien habla Agustín. O, mejor: alguien habla de Agustín. Sus libros y la hoja blanca lo están llamando. Rápido el escritor me dice que debe colgar, lo siente mucho, luego hablamos, repite un poco agitado. Es verdad: ese cataclismo de palabras, de frases, sólo pasa cuando la verdadera poesía se nos viene encima.