Pedro de la Hoz
Los cambios son inevitables. El circuito mundial de la escena lírica musical, afectado sensiblemente por la pandemia del coronavirus, está replanteando las reglas del juego, después de suspensiones definitivas, abruptos cierres de temporada y posposiciones de estrenos y piezas establecidas en los repertorios.
Una clarinada se dio en la ciudad alemana de Wiesbaden el lunes 18 de mayo. Ese día el Teatro Estatal de Hesse abrió sus puertas por primera vez luego de dos meses y medio de inactividad, para acoger un recital de canto del bajo austriaco Günther Groissböck, con obras de Gustav Mahler y Franz Schubert acompañada al piano.
Groissböck es un intérprete reconocido en esos lares. Sus papeles operáticos han obtenido calificaciones meritorias en los últimos años, pero sobre todo ha brillado en la asunción de lieder, en la que destaca su empatía con el contenido poético de las canciones. Era de esperar, en consecuencia, una apreciable demanda del público ante la presencia de Groissböck en el escenario.
Sin embargo esta no se manifestó en el auditorio. Uno de los corresponsales de The New York Times en Alemania contó cómo luego del recital, el bajo comentó: “Cuando miré más allá de las luces del escenario un teatro oscuro y observé solo un asiento ocupado de cada cuatro disponibles, me dije no era una buena señal. ¿Es porque no somos buenos? ¿Es porque somos impopulares?”.
El lunetario de mil capacidades solo admitió 200 cupos. Fue decisión de la intendencia del teatro, cuestionada de antemano por lo que algunos consideraron una precipitada ruptura de las normas de control de una pandemia que en Alemania dista de ser totalmente controlada.
A los asistentes al concierto, relata el cronista, se les exigió que se cubrieran la cara al acceder al teatro, aunque se permitieron quitar las mascarillas una vez sentados. Los boletos llegaron sin asignación de asientos, y los miembros de una familia, escasas por cierto, podían sentarse juntos. El teatro registró el nombre y la dirección de todos, para que pudieran ser contactados más tarde en caso de que alguien resultara infectado.
Quien promovió la apertura fue el intendente del teatro, Uwe Eric Laufenberg, quien en abril recibió fuertes críticas por declaraciones en que cuestionó la política gubernamental contra la pandemia. Dijo entonces que resultaba inadmisible obligar a la ciudadanía a enclaustrarse, con lo que se hacía eco de posiciones enarboladas por sectores del rico empresariado y las fuerzas de la derecha, unos preocupados por sus bolsillos y otros apurados por desbancar a la Merkel.
Del malestar, Groissböck pasó a la calma. Confesó haber sentido una cálida relación humana entre los asistentes y él, lo cual valoró como algo más importante que los atronadores aplausos que nunca sucedieron y el desestímulo inicial ante la platea semidesierta.
Otras plazas europeas proyectan medidas para que los amantes de la música vuelvan a las salas de conciertos. Austria anunció que se pueden celebrar eventos de hasta 100 personas distanciadas a partir del 29 de mayo, límite que se ampliaría en agosto, siempre que los organizadores de espectáculos garanticen las normas sanitarias previstas.
En una carta abierta firmada por Nicholas Payne, director de Ópera Europa, avanzó una cifra que recoge las previsiones de pérdidas para los teatros europeos. El impacto alcanzaría 145 millones de euros, al margen de la incertidumbre de cuándo podrá reanudarse la actividad regular.
Las autoridades sanitarias más responsables han insistido que los espectáculos cerrados con una alta concentración de público, como la ópera y los conciertos de música clásica, serán el último eslabón en volver a la nueva normalidad.
A todas estas, el Teatro de la Ópera de Roma pretende dar un paso más atrevido que lo llevaría a ser el primer coliseo operístico en levantar el telón, pero no en casa propia. Sin una fecha precisa, aunque en julio, la institución se trasladaría a la Plaza de Siena, en Villa Borghese, para ofrecer funciones de Rigoletto, de Verdi, con un máximo de mil personas entre artistas y espectadores.
“Reiniciar la cultura significa reiniciar Italia”, ha dicho Virginia Raggi, alcaldesa de Roma, quien ha dado cuerda larga a la iniciativa. El popular título verdiano llegaría bajo la conducción de Danielle Gatti y con las actuaciones de Luca Salsi, Vittorio Grigolo y Rosa Feola como protagonistas. El director de la Ópera de Roma, Carlo Fuortes, está de acuerdo en que los teatros deberán reinventarse para seguir ofreciendo ópera y ballet, pues, afirmó, “la alerta sanitaria, mientras no aparezca la vacuna, se alargará hasta 2021.
La Ópera de Roma había previsto, como es costumbre, calentar los motores del verano con presentaciones en las célebres Termas de Caracalla –recuérdese que fue sede de uno de los concertazzos de Plácido Domingo, Luciano Pavarotti y José Carrera– desde finales de junio hasta finales de agosto. No sucederá. Como tampoco la temporada de la Carmen, de Bizet, en versión de concierto, que el español Emilio Sagi había concebido en la sede de la compañía entre el 13 y el 25 de junio.