Georgina Rosado Rosado
Colonialismo y capitalismo neoliberal
Una honda tristeza, debo confesar también de rabia, sumadas a un sentido de impotencia me genera el terrible asesinato de Domingo Choc, en una pequeña comunidad de Guatemala, en manos de sus propios hermanos de sangre, que convencidos por su pastor evangelista de que la espiritualidad de origen prehispánico es demoníaca no dudaron en torturar y quemar vivo a un sacerdote maya. No es nueva esta actitud, convertir en demonios a las antiguas deidades prehispánicas, fue una de las estrategias en las que se basó la conquista y colonización de las diferentes culturas del continente que llamaron América los invasores. Aunque debemos reconocer que los católicos también optaron por una muy antigua estrategia aplicada a otras conquistas, fusionar antiguas deidades con los santos y santas cristianos para hacer más fácil la aceptación de esta nueva religión para los pueblos conquistados. Estrategia que nunca aplicaron los líderes cristianos evangélicos que hasta el día de hoy atosigan a los católicos mayas asegurándoles, por ejemplo, que sus altares sincréticos dedicados a sus pixanes, son del demonio y no de Dios. Propiciando con esta actitud intolerante enfrentamientos y conflictos en las comunidades.
No, no es casualidad ni es un hecho aislado que la golpista Jeanine Añez, de Bolivia, utilizara una Biblia para legitimar la usurpación del poder, la represión contra los indígenas de ese país y la quema de su bandera, la sagrada Wipala. Tampoco lo es que Jair Bolsonaro utilice también su Biblia para legitimar la destrucción de la Amazonia y el despojo y asesinato de sus habitantes indígenas, y que Donald Trump, ante las manifestaciones contra el racismo y el asesinato de un hombre negro en Mineápolis, George Floyd, ordenara la represión, levantando su Biblia como preámbulo.
Les platico, estimados lectores y lectoras, que hace unos meses motivada por mi gusto por la novela histórica, inicié la lectura del libro de una de mis autoras favoritas, Isabel Allende, titulado “Inés del alma mía”, que aborda como tema central la conquista de Chile, sin embargo, las descripciones dantescas de las masacres y abusos contra los hombres y mujeres de ese territorio me obligaron más de una vez a interrumpir la lectura para evitar un dolor agudo en el pecho. Finalmente, me decidí a continuar la lectura encontrando algo que terminó por amargarme y desilusionarme de la autora, el personaje principal, Inés de Súarez, si bien reconoce las atrocidades cometidas durante la conquista, termina justificándola de dos maneras; su amante y conquistador de Chile, Pedro Valdivia, es en la novela un hombre cabal y honesto con el sueño de construir una nueva sociedad civilizada donde los españoles y mestizos vivieran en paz y bienestar, claro eso suponía, como daño colateral, la violación sistemática de las mujeres indígenas y las crueldades de los invasores contra los mapuches, eventos “inevitables” en una guerra. La segunda forma de justificar esa conquista es que en voz de Inés (que expresa finalmente la opinión de la autora) los mapuches que defendieron su territorio de manera valiente, contrario a lo afirmado por los cronistas de la época, no eran un pueblo de admirar dado su trato a las mujeres y a sus enemigos.
En esta novela encontramos así, los elementos con que se justificaron los más crueles e injustos actos de la conquista y la colonización, pero también los que justifican hoy la persecución y asesinato de los guías espirituales mayas, así como la imposición de los megaproyectos neoliberales como el Tren Maya. Despreciar y denigrar las formas de expresión cultural de un pueblo, para que no lamentemos su destrucción, e incluso, la aplaudamos. Vendernos un futuro promisorio, aunque esto represente el convertirlos en esclavos o sirvientes en su propia tierra, porque consideramos que eso representa una mejoría frente a sus prácticas “atrasadas” e “incivilizadas”. Se requiere negar la riqueza en los conocimientos, prácticas y formas de vida de un pueblo para convencernos que convertirlos en sirvientes y despojarlos de sus bienes naturales; piedras para la construcción, fuentes acuíferos, montes y demás es un “favor” que se les hace.
No podemos responsabilizar de las atrocidades cometidas contra los pueblos originales a quienes hoy justifican lo que sucedió en el pasado, pero sí podemos señalar a quienes, con esos mismos argumentos, se convierten en cómplices de la mafia que se beneficiarán con la destrucción de un territorio y aún de las comunidades mayas que lo habitan, es decir, con el Tren Maya.