Cultura

Heredero de una cultura poco valorada como componente de la identidad cubana, Isaías Rojas vive orgulloso de los ancestros haitianos

 

Por Marina MenéndezFotos: Lisbet GoenagaEspecial para Por Esto!

LA HABANA.– Cuando el hombre irrumpe en su cuadra del barrio habanero de Jesús María, los muchachones que en las noches estallan con el hip hop tienden la mano y sueltan el “¡Qué bolá, asere!” convertido en frase habitual para Isaías Rojas Ramírez desde hace 20 años, cuando llegó a esta comarca.

No, en su Guantánamo natal, en el extremo oriental de la isla, no se usaba entonces ese vocabulario. Pero Isaías, que con sus 62 años puede ser cómodamente padre de los jóvenes aunque baila y salta mejor que ellos, toma el saludo como prueba de una confianza que le alegra y agradece, porque le ha permitido ir calando en las oscuras pero auténticas zonas donde se define la autenticidad de estos lares.

Las casas humildes de Cayo Hueso le recuerdan a su San Justo natal y también la llaneza de personas que, a fuer de desprejuiciadas y sinceras, le han dejado aprehender su idiosincrasia y enriquecer las esencias que este mulato alto y espigado traía del terruño.

Uno y otro barrio fueron relegados y preteridos en el pasado y, aunque hoy se ven limpios y “despejados” arrastran consigo la misma costumbre de vivir de las puertas hacia afuera, el lenguaje callejero, la pinta de los hombres “guaposos”, y ese gusto por el cajón que reúne a los jóvenes ante su puerta cuando Isaías abre para tocarle al santo, y dejar que el ritmo del tambor estremezca al vecindario.

“Yo me he alimentado de la vida del habanero”, comenta él, satisfecho, cuando habla de su compañía Ban Rarrá, un conjunto que además de danzar, reedita tradiciones que ligan la magia del vudú —la santería haitiana—, junto a los malabares con fuego, las piruetas del gagá, y la sabrosura de otros toques sembrados en Guantánamo por los inmigrantes haitianos.

Primero le acompañaron apenas una decena de bailarines; pero cuando cobró fuerza su proyecto de rescatar aquella cultura ancestral, ya le acompañaban casi 20 chicas y chicos. Decidieron probar suerte en La Habana.

No les ha ido mal. Hoy Efraín Rojas no solo es prestigioso director del conjunto Ban Rarrá con múltiples presentaciones en festivales y en los más importantes escenarios, incluso fuera de Cuba. Además, es profesor del Instituto Superior de Arte y reconocido investigador de un folklore que, gracias a sus estudios, hoy se imparte como asignatura en la academia.

La estirpe negra le corre por las venas aunque no le llegara directamente desde África, sino de aquellos esclavos arrancados por los colonos franceses en su huida de La Española cuando, en 1798, la Revolución de Toussaint Louverture, primera de América, lanzó hacia el Oriente cubano a los franceses que se habían aposentado en Haití. Vinieron con la servidumbre a rastras, y su éxodo masivo cambió el sistema económico de Guantánamo al instaurar las plantaciones de café, al tiempo que cambiaron la formación cultural de esa parte de Cuba, que se acabó de conformar con los ojos claros de los galos como parte de la fisonomía guantanamera, los bailes de salón conocidos como la tumba francesa y el ingrediente haitiano expresado en danzas, santos, cocidos y una lengua que llaman creole. Ese fue el valor añadido por los haitianos a una identidad que ya tenía mucho de europeos y negros.

Tal simbiosis se siguió dando con sucesivas oleadas migratorias desde Haití hasta los albores del siglo XX y dejaron su huella en la gastronomía, la arquitectura, la religión y la danza.

MÁS PARA EL AJIACO

“Guantánamo es la región cubana adonde llegaron más inmigrantes haitianos y, en general, antillanos. Salían en sus botes y barcazas y la marea los tiraba para la zona de Baracoa, Maisí y todo el Sur de la provincia; tanto así”, explica Isaías a POR ESTO!, orgulloso de su identidad:

“Por eso en San Justo, donde nací y me crié, se hablaban tres lenguas: el castellano, el creole y el inglés.

”Los Ban Rarrá eran grupos de ellos que salían en Semana Santa. Conformaban una suerte de comparsa con componentes festivos y religiosos, pero con ceremonias muy espectaculares. Se enmascaraban y usaban en sus bailes utensilios como el machete y el cuchillo. Empezaron en los bateyes y luego se fueron fusionando.

”Yo tuve la suerte de verlos pasar cuando era chiquito y ellos bajaban por mi barrio. Se formaban bandos y hacían competencias. Era una fiesta llena de colorido”, recuerda.

Pero el panorama se ponía mejor cuando llegaba el 6 de enero, Día de Reyes, fecha en que los amos permitían festejar a sus esclavos en la época de la colonia, y que siguió sacando cada año a las calles guantanameras, mucho tiempo después, a los distintos cabildos.

“Nosotros hacemos todas esas danzas, que constituyen un abanico muy amplio. Tuve el privilegio de criarme en mi tierra y recorrer sus montañas para conocer todos esos ritmos y prácticas”.

El maestro Isaías le otorga un gran peso a esa herencia.

“La cultura franco-haitiana ha sido muy importante para la cultura popular cubana”, comenta, y asegura que el son viene de ahí y también el changüí; y bailes de salón como la columbia que, dice, tiene mucha influencia de la tumba francesa.

”Está comprobado que el son viene de la parte oriental de la isla”, insiste.

Él ha incorporado al repertorio de su compañía distintas danzas negras como el arará, también caribeña, y entronizado principalmente en la provincia occidental de Matanzas.

“Ese es nuestro ajiaco”, dice al tiempo que se encoge de hombros y sonríe, satisfecho.