Cultura

El guitarrista Miguel Pasos repasa el pentagrama de su vida

Miguel Pasos es más Miguel Pasos cuando está en la guitarra, en su guitarra, como si se tratara de un lugar íntimo o de una fortificación a la cual regresa para sentirse seguro y moverse con libertad absoluta. Es su lengua materna, su dialecto natural. Su forma de respirar el mundo.

Este guitarrista yucateco no aprendió a comunicarse con palabras, sino a través de las notas musicales, de la música pura. Por más que busque en su memoria remota, en sus evocaciones más lejanas, no se recuerda sin ella. Se recuerda siempre en ella.

En su pasado no hay silencio.

Tan es así que tuvo un disco como universidad. Mientras el común de la gente asiste a clases en una facultad cualquiera, el “alma mater” de Miguel fue el álbum Alive II, de Kiss: “Hasta hace poco me di cuenta de eso; ahí, en ese disco, que me llegó de niño, casi adolescente, aprendí lo básico del rock, de la música: cómo es el formato de un show de rock, cómo se alternan los instrumentos de un grupo, cómo debe ser el orden progresivo de las canciones en un concierto, cómo toca una banda de cuatro elementos… tantas cosas. Claro, fue mi universidad”, dice Miguel.

–Pero es probable que

haya habido otros

discos, otras influencias…

–¿De esa época?… muchas influencias, pero creo que el disco que más pegó fue el de Kiss. Hasta entonces, yo no había oído rock. Luego vinieron el primer álbum de Boston, el primero de Van Halen, Judas Priest y Queen, por supuesto. A Night at the Opera, de Queen, también me impactó; es una obra que me marcó profundamente para desarrollar un estilo.

Nacido en Mérida, en 1966, producto del matrimonio formado por Miguel Jesús Pasos Pérez y Matilde Cervera Alcocer, Miguel Pasos Cervera se define, en honor a sus años de juventud, como un guitarrista de rock clásico ochentero, “aunque siempre he sido un músico de pop”.

Considerado técnicamente virtuoso, su trayectoria lo ha llevado a trabajar con innumerables agrupaciones e intérpretes, y en cuanto a géneros puede decirse que los ha tocado todos.

UNA CANCIÓN DE CUNA, UNA VOZ AFINADA

“En mis recuerdos más antiguos siempre estuvo la música o algo relacionado con ella. Me acuerdo de mi mamá cantándome canciones de cuna con aquella voz tan afinada que tenía. La música estaba en todas partes, en la radio, si tú quieres. A los seis o siete años comencé con la guitarra. Mi primo “Milo” Cervera era entonces mi ídolo, mi modelo. Era un hermano mayor y fue quien me enseñó las primeras cosas de música. Poco después, tomé clases con la maestra Míriam Gamboa. Yo siempre fui aplicado, así que hacía lo que la maestra me pedía, únicamente eso, pues quería aprender. De repente, empezó a elogiarme; le decía a mis papás que yo tenía mucho oído, que tenía facilidad y que sacaba rápido las canciones. Conforme tuve más conocimiento, mi mamá me pidió que tocara con ella canciones populares, música yucateca todo el tiempo, que es lo que le gustaba. Y me gustó mucho. Ya en la secundaria, entré a tocar al coro de la Federal 1 y también estaba en el coro de la Iglesia de La Huerta”, responde.

–¿Cuándo vino el

cambio al rock?

–Fue en esos tiempos de la secundaria. Entonces todo era música disco. Había una banda que venía en ese paquete, pero era rock: el grupo Kiss. “I was made for love in you” fue la primera canción que me pegó. Compraba revistas de música y empecé a oír el sonido del rock y a buscar canciones y grupos. El rock me atrapó Me di cuenta que esas canciones, si uno las estudiaba bien, tenían el mismo formato de las canciones que yo había aprendido en la música de la trova. Básicamente, si las desnudas del sonido y de la producción y del maquillaje, hay muchos acordes que tienen en común. Así que me dije: “Eso yo lo puedo tocar, no sé cómo se hacen esos sonidos de guitarra eléctrica, porque nunca había tenido una guitarra eléctrica, pero puedo tocarlo”. De esa manera empecé con mi guitarra acústica a sacar esos acordes. Tú lo puedes observar ahora: hay miles de canciones de rock que han sido llevadas a otros géneros y suenan naturales, porque se trata de música popular. Quizá haya por ahí dos, tres giros muy del rock, aunque en general las estructuras de las canciones son muy parecidas.

ERES MÚSICO, ACÉPTALO

–Y entraste por fin

a un grupo.

–Tenía yo quince años, sería 1981. En ese momento me invitaron a participar en Lizard. Yo tenía un compañero, Jaime Sánchez, que tocaba y era amigo de Pedro Carlos Herrera, que ya había fundado Lizard; Jaime también estaba en esa banda. Un día me invitó, justo cuando yo buscaba precisamente estar en algo así. Jorge Pinto, Manlio Palma, Pedro Herrera y Jaime Sánchez eran la alineación inicial. Pedro hacía versiones de Los Rolling Stones en español; le gustaba mucho. También componía. Eran chavos de la prepa México, donde habían tenido presentaciones. Me identifiqué rápido con Pedro: teníamos los mismos gustos. Comenzamos a tocar cosas más pesadas. Ahí experimenté, por fin, con una guitarra eléctrica. Fue como trasladar todo lo que tenía en la guitarra de caja, tan es así que al principio yo no tocaba con plumilla, sino con los dedos. Luego descubrí los pedales y otros aditamentos. Hacia el final de Lizard, cuando cumplí diecinueve años, me volví profesional… En esa época entré a ingeniería electrónica aunque por necesidades económicas tuve que dejar la escuela y ponerme a trabajar. Pedro me dio esa oportunidad al llevarme al entonces Teatro Regional Héctor Herrera. Fui músico de acompañamiento. Pedro había decidido ser músico profesional. “Tú eres igual que yo –me dijo– no te aferres. No te veo en el plan de ingeniero. Acéptalo, eres músico. Haz tu vocación”. Así lo decidí… Una noche conocí a Miguel Vega, quien tocaba en el restaurante bar Villa Maya. Me dije: “bueno, ya están sucediendo cosas, ya puedo decir que soy profesional”. Pronto me uní a Miguel. Junto con otros músicos jóvenes que ya conocía, entre ellos “Canito” y Micky Piña, formamos Marca Registrada ahí mismo, en Villa Maya, pero yo estuve con ellos muy poco tiempo. Al cabo de seis meses me llamó el grupo Censurado.

LO QUE PEDÍA LA GENTE

Censurado fue originalmente un grupo de rock. Tiempo después, a demanda del mercado, se convirtió en una sólida banda de fiestas y de bailes populares; su fama en Yucatán, por aquellos años, iba en aumento.

“En ese momento, cuando me incorporo a Censurado, yo ya sabía que en el ambiente de los grupos profesionales solo se tocaba música tropical. Yo adoraba –y adoro– la música, y quería tocar. En las fiestas y restaurantes nadie, ningún grupo, tenía siquiera una rola de rock en sus repertorios. Así que toqué la música que se requería para trabajar, la cumbia. Claro, yo entré sabiendo que había elementos del rock dentro del grupo, pero también sabía que teníamos que tocar lo que pedía la gente”, explica Miguel.

–¿Qué aprendiste

en Censurado?

–Aprendí muchísimas cosas, sobre todo en producción musical. También aprendí lo que no se debe de hacer. Ahí me dediqué a desarrollarme; intenté meterme en la producción, en la grabación. La enseñanza fue técnica y artística. En ese tiempo no había escuelas que te enseñaran eso. Luego hubo un disco que hicimos, el cual terminó siendo mi desarrollo. Ese volumen significó, para mí, lágrimas y sangre. En ese proyecto me impuse la tarea de ser más completo: desde depurar, hacer arreglos, encajar mi estilo con el estilo del grupo, hasta buscar canciones que fuesen compatibles con el grupo y con el gusto de la gente. Allí está todo mi esfuerzo, el esfuerzo de un músico que parte de cero para luego alcanzar algo. Puedo decir que mi amigo Iván Martínez fue quien realmente estuvo inmerso conmigo, mi cómplice en ese largo camino.

UNA APUESTA

Años más adelante, Miguel Pasos se desligó del grupo e inició una carrera por su lado. Solía tocar en bares y restaurantes; a veces acompañaba a determinados artistas en presentaciones en vivo o en grabaciones de estudio. De pronto, hacia fines del siglo pasado, tomó una decisión que sería determinante para su trayectoria: se trasladó a la Ciudad de México con el propósito de hacer carrera en uno de los ámbitos más competitivos de la industria del espectáculo y de la cultura.

“Yo siempre admiré a los músicos de acompañamiento. Siempre me parecieron muy capaces, pues viajan y acompañan a los grandes artistas, a los grandes cantantes. Son el soporte para crear un sonido, un estilo. Siempre quise ser así. Cuando salí del grupo empezaron a llamarme para hacer eso. Pero supe que aquí, es decir, en Mérida, las cosas ya no daban para más, aunque también sabía que siempre tendría yo trabajo. Finalmente, hice mi propia apuesta. Total, no iba a perder nada. Si decidía volver al cabo de unos meses, aquí seguirían los lugares para tocar y seguiría cubriendo los gastos de mi familia: mi esposa y mi hija”, añade Miguel.

–Cómo fue el principio

en la Ciudad de México?

–Yo tenía ciertos contactos. Hay un músico yucateco allá, que desde entonces era muy bueno, un súper talento, además de excelente amigo: Alger Erosa. El tocaba con Alejandra Guzmán, pero en ese momento le había salido una oportunidad con otro cantante. Casi llegando, mejor dicho, el mismo día que pisé la Ciudad de México, fui a audicionar con el grupo de Alejandra a calor de Alger. Ahí conocí a otros músicos que luego se volvieron amigos míos muy cercanos, otros talentos, los hermanos Barrera. Mi primera tocada con Alejandra Guzmán fue desastrosa. Técnicamente, fallaron los equipos, se quemó un amplificador; pensé que ya no me llamarían más. En realidad, todo había fallado. Sin embargo, seguí durante casi cinco años. El problema ahí era que cada cierto tiempo, cuando estaba por empezar una gira, uno no sabía si iba a ser convocado de nuevo, había una política de renovación. Por fortuna, siempre me consideraron. Una buena época.

–Entonces vino La quinta

estación… ¿No es así?

–Estaba con Alejandra cuando me llamaron los hermanos Barrera. Estaban en una nueva banda, La quinta estación, la cual prometía mucho. Con La quinta vino otra etapa para mí: nuevo aprendizaje, otras experiencias, porque tuve el privilegio de ver la evolución de un grupo que pasó de tocar en pueblitos y en pequeños locales, hasta hacer giras internacionales y estar en el primer plano del mundo de la música. Con ellos tuve, incluso, la oportunidad de tocar en España. Ya antes, con otros artistas, me había embarcado en giras por América Latina y una parte de Estados Unidos. Pero La quinta estación me dio la oportunidad de madurar en todo sentido: en la música, en la producción, en el hecho de vivir a plenitud una vocación. A la fecha, conservo la amistad de los compañeros que ahí hice. A veces me pongo en contacto con ellos a través de las redes sociales o los veo cuando andan por México.

“DESDE QUE LLEGASTE”

Pero el trabajo de Miguel Pasos fue apreciado por otros artistas que no dudaron en atraerlo hacia sus organizaciones. Algunos son Armando Manzanero, Manoella Torres, Sergio Esquivel, Diego Verdaguer, Reyli Barba, Las grandiosas y Ana Gabriel, con quien se ha mantenido desde hace ya algunos años.

–Pero también hiciste cine… Bueno, música para cine.

–Así conocí a Reyli Barba. Le habían encargado el tema central de una película que se llamó Ladies night y yo hice la prueba para tocar la guitarra en “Desde que llegaste”, que es el nombre de esa canción. Luego de muchas tomas, por fin quedó. También pensé que no serviría; sin embargo, fue mi trabajo el elegido. Participé después en la música de la película Zapata y en otro titulada Vecinos invasores.

–¿Qué es lo peor que te

ha pasado en la música?

–Viéndolo en perspectiva, puedo hablar de lo mejor, todo ha sido de lo mejor; desde el hecho de haber ingresado al mundo profesional, hasta tocar con un proyecto personal que se llama Forever Pop Rock, que por cierto acaba de poner en circulación un disco… Nada, de veras, nada malo me ha pasado en la música. ¿Cómo puede haber algo malo en lo que más disfrutas, sobre todo cuando le da alegría a la gente?… Quizá sólo tenga a veces un poco de nostalgia. La vida es distinta hoy a diferencia de los ochenta, cuando crecimos. Lo que antes era satánico en la música, por ejemplo Black Sabbath, ahora es incluso música para unir a la familia. El rock se volvió pop. Un día, en Huatulco, de vacaciones con Claudia, mi esposa, pusieron en el sonido ambiente todo el disco de Ozzy Osbourne… ¡Imagínate!… Definitivamente, el rock se ha vuelto pop. Y yo… yo lo seguiré amando.