La payasa, el payaso, les payases, hoy en día, son personajes que atraviesan los géneros, atraviesan los sexos, y los extrapolan.
Rozan nuevas categorías que van más allá de representar el hombre y la mujer, por lo que exploran fuerzas animales, fuerzas cósmicas, incluso objetos, máquinas... porque representan diversas maneras de ser y ocupar este mundo. Exploran la relación que tienen con sus cuerpos, con las demás, con el público; también exploran la diversidad de puntos de vista, sobre las relaciones afectivas, tan plurales y diversas como cada persona hay en el mundo. Estas comunidades có(s)micas construyen nuevos escenarios, nuevas representaciones que huyen de lo tradicional, de lo que limita, que cierra, que expulsa -de categorías esencialistas y totalizadoras. En este nuevo espacio, nos hablan de las desigualdades, de los patrones, de las dificultades, de la política de las emociones, de las divergentes opiniones, del amor y de la rebelión. En definitiva, habitan también nuevos y otros mundos y desde estos mundos conmueven y transforman la sociedad a través de la risa.
La risistencia
Para pensar la figura de las mujeres en la comicidad, hace falta observar cual ha sido la relación de las mujeres con la risa. Esta relación no ha sido nada fácil a lo largo de los siglos, sino más bien complicada, tímida, de bloqueo, de represión… Es un hecho que en Europa las mujeres no tenían permitido reír en público hasta el siglo XVIII. Sólo lo podían hacer en un lugar privado y de forma muy sigilosa. También, para los hombres, las mujeres no tenían sentido del humor y tampoco sabían explicar chistes. Es el peso de la educación femenina y las normas las que construían un modelo de mujer sumisa, callada y seria, ya que la risa siempre se ha considerado como una cosa vulgar, bárbara y grotesca y, por lo tanto, que una mujer riera en público era un acto que desencajaba con los roles femeninos y la moralidad de la época. A las mujeres las educaban a hablar flojo, a reír con buenos modales, porque reír alto era una cosa vulgar e incluso, en las escuelas, la risa era una cosa tan rigurosa como motivo de castigo. Hacer humor y reír, siempre ha sido privilegio de los hombres y ha sido atribuido a la grosería masculina.
Reír en público significa poder expresarse con total libertad, ser capaz de corromper las normas, ser irónica, astuta, pero, también, reír en público -o en privado-, muchas veces significa reír de las otras personas. Es este el caso de las mujeres, las cuales durante mucho tiempo, y aún hoy en día, son objeto de burla, de humor, de risa y chiste. Así pues, las mujeres hemos sido más objetos de risa que sujetos risibles. Las mujeres como tal, no han sido creadoras de la comicidad, sino reducidas a un tema de burla, juntamente con otras minorías y colectivos excluidos.
Virginia Imaz Quijera (España, 1962), payasa de nuestros días, considera que las mujeres han aprendido a reír socialmente, cuando toca y automatizando como propios referentes ajenos:
“Hemos aprendido de qué reír y dónde y cuándo hacerlo, siempre de una forma discreta y tapándonos la boca con la mano, para mantener en todo momento la compostura social. Las mujeres como creadoras de humor resultamos ser un fenómeno algo menos habitual o, cuando menos, peor valorado y documentado históricamente”.
En el momento que las mujeres empiezan a romper estos gestos codificados sobre el cuerpo, -como diría Foucault en su concepción de la biopolítica-, se quitan la mano de la boca para reír sin mesura, sin moderación, sino de forma grotesca y en público, aparece una nueva dimensión donde las mujeres se liberan por completo. Como diría Isabel Franc; “(…) Señoras mías, el humor es abierto. Al reírnos abrimos la boca, abrimos los ojos, abrimos el cuerpo y abrimos la mente”. Las mujeres se desatan de la risa cohibida, silenciosa, y que solo tiene permitido abrirse y expresarse bajo el vestuario de los buenos modales, para dejar ir una “carcajada total, visceral, una risa más “escrachada”, teórica y corporalmente”.
La risa de las mujeres es una herramienta más de subversión, como un mecanismo de liberación. También es una responsabilidad que la tienen que hacer propia; es un nuevo terreno poco explorado, una forma de desprenderse de ciertos clichés y tabús. Melissa Lima Caminha, en su tesis Payasas, Historias, Cuerpos y Formas de Representar la Comicidad desde una Perspectiva de Género habla de la risa de las mujeres como una herramienta de “risistencia” al patriarcado. Porque en el momento que las mujeres ocupan el nuevo espacio de la risa, no sólo en el ámbito cotidiano, sino también en el ámbito de la comicidad, el clown, la profesión de la payasa, se está consiguiendo resistir a ciertas estructuras de poder que limitaban, que prohibían, que silenciaban. También habla de la risa como “la risa liminal” en tanto que “tiene el potencial no solo de destruir; sino también de construir realidades alternativas a aquellas concebidas por el patriarcado”.
El espacio de la risa ofrece nuevas dimensiones que escapan del sistema patriarcal y no solo crea la compañía y teje nuevas vinculaciones entre mujeres -porque la risa como tal, une-, sino que también construye nuevos espacios con nuevos sujetos risibles que proponen otras/diferentes realidades y renovadas cosas de que reír y hacer humor. Asimismo, la risa “desestabiliza el patriarcado, en la medida en que la risa contraproduce un lenguaje que se habla fuera de la estructura lingüística falocéntrica que silencia a las mujeres”. Con la risa, encontramos un nuevo lenguaje que escapa de la lógica patriarcal y, a partir de este, empezamos a crear nuevas formas de ser y de concebirnos.
Llegados a este punto, hace falta preguntarse: ¿y cómo son las mujeres que ríen? ¿De qué ríen las mujeres? ¿Cómo se ríen? La payasa Virginia Imaz dice que la apropiación de la risa por parte de las mujeres significa una triple transgresión en tanto que pasan a ocupar el espacio público, también el espacio de la escena y, finalmente, el espacio simbólico y poético del humor. Asimismo, autoridiculizandonos, riéndonos de nosotras mismas, “eliminamos también ese miedo terrible de ponernos en ridículo, de parecer ridículas. “Nadie que se ríe de sí mismo puede aparecer ridículo”, sugirió Séneca”. Así pues, las mujeres que ríen y que se ríen de sí mismas, son mujeres que superan las dificultades históricas para reír, para ponerse en ridículo, para mostrar sus defectos indecorosos. Y, de esta manera, abren un nuevo universo de la comicidad con nuevos referentes, a partir de un nuevo lenguaje que apela a la necesidad de hablar otros idiomas plurales y posibles.
Un poco de historia
Para entender el paso de la mujer payasa que empieza a hacer humor, se presenta esencial ver cuál ha sido su recorrido por los primeros escenarios y cuáles son las maneras con las que lo ha tenido que hacer para darse un espacio propio, o una habitación propia, como diría Virginia Woolf. Desde siempre, la mujer ha sido considerada la otra, una criatura inferior, un ser que no es útil para la existencia, para la vida pública. La mujer es determinante y se diferencia respecto al hombre, y no a la inversa. Ella es aquello inesencial al lado de lo que es esencial. Él es el Sujeto, el Absoluto. En cambio, ella es la alteridad. El sujeto hombre se afirma a sí mismo oponiéndose a la mujer y convirtiéndola en objeto. Como bien dice Simone de Beauvoir: “El hombre hunde sus raíces en la Naturaleza; ha sido engendrdo como los animales y las plantas; sabe muy bien que solo existe mientras vive. Pero, desde el advenimiento del patriarcado, la Vida ha revestido a sus ojos un doble aspecto: es conciencia, voluntad, trascendencia, es espíritu; y es materia, pasividad, inmanencia, es carne. Esquilo, Aristóteles e Hipócrates han proclamado que tanto en la tierra como en el Olimpo es el principio masculino el verdaderamente creador: de él han nacido la forma, el número y el movimiento; por Deméter se multiplican las espigas, pero el origen de la espiga y su verdad están en Zeus; la fecundidad de la mujer solo se considera como una virtud pasiva. Ella es la tierra; y el hombre, la simiente; ella es el Agua y él es el Fuego.
Es como de esta manera, en los escenarios, en los teatros, en los circos, y en las calles, la gran figura por antonomasia, que estaba en el centro de la plataforma escénica y en mira de un público que consumía sus palabras y representaciones, era el hombre. Las mujeres, estaban relegadas, como siempre, entre bastidores, tras los escenarios, encargadas de las curas, del maquillaje, del vestuario, de la limpieza, de todo el trabajo que no es reconocido pero que en sí mismo es tan necesario que sin este no hubiera sido posible, seguramente, la figura de este hombre en escena.
Más allá de la historia oficial que habla de los grandes payasos que han tenido representación, también existe otra historia que no se explica, pero que están urgente como para ver que también han existido mujeres cómicas durante la tradición escénica. Si atendemos y vamos a un poco más allá, podremos encontrar mujeres cómicas que recitan poesía en la Antigua Grecia y que practicaban el género del mimo, como también mujeres que estaban en los circos romanos, o las actrices de la Commedia dell´Alrte, que eran fantásticas cómicas. Desgraciadamente, la historia ha silenciado a todas las actrices y cómicas, y hoy en día poco rastro tenemos de estas mujeres que estaban en los escenarios. Asimismo, también cabe decir que en todas las épocas las mujeres no tuvieron las mismas oportunidades para explorar este arte con las libertades que los hombres. Si las mujeres han actuado, no han sido documentadas y por tanto, no han tenido existencia ni representación histórica.
En los inicios, la risa estaba relacionada con lo divino consideraba una puerta que une los dos mundos y que nos lleva hacia lo sagrado. En Brasil, existieron comunidades indígenas llamadas Yawanawa y Kazxinawa que conectaban la risa con lo sagrada y era una puerta hacia lo espiritual. En la mitología egipcia, las mujeres, a diferencia de la Grecia antigua, podían actuar libremente. Fue a partir del siglo VII a.C., que, con la fuerza del patriarcado, se les prohibió actuar en los teatros. En la mitología griega tenemos la figura de Baubo como representante la risa obscena. Baubo era una mujer que danzaba de forma obscena y sus ojos eran pezones y su boca una vulva. La historia mitológica cuenta que Baubo consiguió sacar a la diosa Deméter de la tristeza imposible en la que se sumía porque había perdido a su querida hija Perséfone. Baubo se levantó su falda, le enseñó la vulva y la hizo reír con chistes obscenos. La risa funciona aquí como una herramienta de sanación que se consagra y que cuida de transformar las emociones. Además, se exhibe de forma totalmente liberadora y nace desde la voluntad obscena de reír.
En la Grecia Antigua, las mujeres ocupaban un papel de inferioridad respecto a los hombres. El hombre era el ideal de belleza en el cual se conformaban todas las cosas. En su obra poética, donde se explican las normas y las convenciones del teatro tradicional, Platón afirma que las mujeres no pueden ocupar el espacio público ni, por lo tanto, el espacio teatral. Durante la Grecia Antigua pues, eran los hombres los que representaban los papeles de las tragedias y las comedias. Sin embargo, cabe destacar que, durante la época de los romanos, donde las representaciones teatrales estaban basadas en las matanzas de animales y las luchas de gladiadores, el género del mimo fue importante entre las mujeres. Es a partir de este género que las mujeres encontraron un espacio de exhibición y pudieron desarrollar su talento en la esfera pública. Beti Rabetti, una investigadora del teatro y la comicidad dice que “destacaron mímicas muy famosas en la época de César”. A partir de numerosas pinturas de la época, se puede ver como las mujeres cómicas recitaban poesía y bailaban, como también hacían malabares con platos y tocaban instrumentos.
Durante la época medieval y la época cristiana, las mujeres tampoco podían exhibirse públicamente, ya que el cuerpo de la mujer estaba relacionado a la sexualidad y esto suponía un peligro mortal. Si la mujer simbolizaba la carnalidad, la sexualidad y la inmoralidad, el hombre era portador de virtudes espirituales, la moralidad y la abstracción. Cuando las mujeres se exhibían en público, lo hacían a partir de la posición de prostituta, —hecho que tendrá mucha relevancia en el teatro de la modernidad. En la Edad Media, la mayoría de las actrices y actores dentro de la iglesia eran hombres. Pero se afirma que hay las calles y en las fiestas populares carnavalescas como bufonas, mímicas y juglaresas. Franco Rame habla de las juglaresas como figuras cómicas de la época que explicaban historias cómicas y muchas veces eran prostitutas.
Es más, Alice Viveiros de Castro documenta varias bobas que existieron en las cortes. Habla de Madame Ramboullet, en la corte de Francisco I, que sirvió a la reina Margarida de Navarra y a otras reinas. Catarina de Médicis también tenía a bobas que la hicieron reír como Jardiniére y Jacquete. También se conoce a Mathurine que sirvió a Henrique II y Henrique IV. Su gracia estaba en que era “una mujer de modos repugnantes, que decía todo lo que los otros pensaban y no tenían coraje de expresar”. Durante el Teatro Isabelino, las mujeres no podían actuar como mujeres sino que se tenían que disfrazar de hombres.
En el periodo del Renacimiento, durante la Commedia dell´Arte, la entrada de las mujeres en los escenarios tubo una cabina importante, Empezaron a ocupar el espacio de los escenarios y a formar parte de diversas compañías. Destacaron los papeles de la campesina rústica o el de la maliciosa como el de los primeros personajes cómicos en las manifestaciones populares. Asimismo, en los papeles de los personajes principales, la función de las mujeres siempre era para “exhibirse” delante de un público masculino fascinado de la sublime belleza de la mujer:
Las máscaras femeninas en la commedia dell’Alrte fueron parte de un movimiento que resonó, no solo en el mercado, sino en la sociedad en todos los sentidos. […] Ya que como no era una costumbre tener mujeres “expuestas” con todas sus capacidades de tramas y encantos, la presencia femenina llamaba la atención del público general, pero, principalmente, del masculino. La presencia de la mujer en escena, en una época en que las mismas no podían exponerse, fue muy impactante principalmente, porque la máscara femenina en la commedia dell’Alrte tiene como base más importante, según Contin, la exuberancia, la belleza y fascinación de la feminidad (Brondani; 2010; p.194)
Normal, hacían el papel de sirvientas o enamoradas y los estereotipos de los personajes femeninos en la Commedia dell´Arte eran la belleza, la inteligencia, la gracia, la delicadeza y la seducción. Las mujeres, si ocupan el espacio del escenario, era para moralizar los buenos modales y las buenas costumbres en las sociedades. Fue a partir del siglo XVII que empezaron a tener una cabida importante en las actuaciones teatrales en Francia e Inglaterra.
Como hemos dicho anteriormente, las mujeres en el teatro moderno estaban asociadas a la exposición de sus cuerpos como algo erótico y sensual; las prostitutas. Esto generó muchas polémicas y confrontaciones, por lo que este hecho no fue bien visto por la sociedad. Hace falta decir que las mujeres estaban allí, otra vez, quizás no tanto por voluntad propia sino en mirar el interés del hombre. Pues muchas veces eran ellas las que ofrecían espectáculos sensuales de baile y el único público consumidor era el hombre. Mujeres empezarán a concurrir estos espacios tan poco ocupados por la presencia femenina. Es un momento que empiezan habitar el espacio público y a trabajar porque sus maridos están haciendo la guerra. Las cómicas, las artistas y las actrices empezarán también a profesionalizarse en el mundo del teatro y a tener un reconocimiento propio, escapando de las voluntades de los hombres de servirse de la actriz en función de sus necesidades.
¿Cómo se abren paso las payasas?
Las primeras entradas de las mujeres en los escenarios como payasas serán a partir de la clandestinidad o desde el margen como ayudantes, disfrazadas y travestidas de hombres, pero nunca mostrándose como mujeres y haciendo los números que ellas han creado. Estos primeros pasos son esenciales para la entrada camaleónica de las mujeres en un espacio hasta ahora inhabitado por la presencia de una nueva figura: la payasa. Estas mujeres -de puntitas, escondidas, disfrazadas, cogiendo papeles masculinos, entrando en escena esporádicamente- empezaran a ver un mundo que hasta ahora les había estado privado. Es así como fueron las primeras apariciones de las mujeres en los escenarios del mundo clownesco.
Tenemos el ejemplo de las clownesse como las primeras mujeres en las escenas clown. El término Clownesse es una palabra francesa que sirve para referir a la ayudante de los números de magos o de payasos: “como tipo que sirve de apoyo para la construcción de los gags y sketches cómicas de los payasos”. En el circo tradicional, había muchas mujeres que hacían esta función. Los clowness no eran payasas, eran ayudantes que lo preparaban todo para la actuación del payaso. Sin embargo, estaban relegadas a este papel secundario quue no les permitía explorar su propio mundo clownesco tanto como sí lo hacía el payaso principal. También existían otros papeles teatrales que no estaban directamente relacionados con el clown pero sí que tenían vinculación con la expresión de la comicidad. Eran las soubrettes, que eran cantantes; las duplas caipiras, que hacían humor hablado; y las caricatas, que representaban las comedias y los dramas en la segunda parte del espectáculo circense. Sahra Monteath Dos Santos, en su investigación Mulheres Palhcas: percusos históricos da pahalcaria femenina no Brasil, habla de estos tres papeles como la versión femenina del payaso en el circo brasileño.
Las primeras mujeres que actuaron como payasas eran hijas o estaban casadas con un clown. También podían entrar en escena cuando el hermano o el padre se ponía enfermo o no podía actuar por algún motivo. Mujeres del circo de finales del XIX y el XX, como Yvette Spessardi, Miss Loulou, Guiletta Masina o Annie Fratellini, fueron algunas de las primeras mujeres que empezaron a actuar como payasas y también ejemplos de payasas que se disfrazaban de hombres para poder entrar en el escenario, sustituyendo al miembro de la familia que no podía actuar. De esta manera, las mujeres no actuaban como payasas, reconocidas como mujeres, sino que sí lo hacían, era bajo la vestimenta de un payaso con “o”, camuflando que verdaderamente eran “mujeres”. Este “permiso” que tenían algunas mujeres para actuar, estaba más vinculado a las necesidades de supervivencia del circo que a la libertad o voluntad propia de las mujeres para actuar.
EVA MARTÍNEZ. Licenciada en Estudios Literarios por la Universitat de Barcelona (UB). Payasa de profesión.
CLARA ARREY. Licenciada en Producción y gestión musical por la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC). Payasa de profesión.
EVA Y CLARA integran el colectivo Payasas Cirkulando. Esta pareja de clowns visitaron tierras yucatecas a finales de octubre del 2019, como parte de su viaje, en combi, a través de latinoamérica, durante el cual presentaron su espectáculo de clown feminista en diferentes escenarios. La figura de las mujeres en la comicidad es un breve extracto de su libro Payasas: Humor y Género. Publicado, en 2018, de manera independiente.