Cultura

Hacen visible el Azote del cuerpo

Enrique Miralles, artista cubano del grabado, presentará su nueva exposición en el Barrio de Santiago

“El confinamiento, al que hemos estado obligados a vivir la mayoría de los humanos durante esta pandemia, ha traído una especie de Caja de Pandora”, comenta a POR ESTO! el artista plástico cubano Enrique “Tente” Miralles. “Han salido cosas positivas, pero otras muy negativas también. Me pareció muy interesante el tema de la comunicación, sobre todo. Los medios con que nos comunicamos han jugado un papel muy importante en este distanciamiento. La palabra ha tenido un papel hiperprotagónico”. 

La obra Azote del cuerpo (imagen de abajo), que da nombre a la nueva exposición de La Galería Le Cirque, a inaugurarse este viernes a las 19:30 horas, “va un poco de esto: la lengua, la voz, el mensaje como vestimenta del propio cuerpo, protección de él, asociación para ese cuerpo. Es un mecanismo que el ser humano ha encontrado para comunicarse en medio de esta situación”.

Galardonado con el Gran premio al talento e imaginación de la edición 56 de la Feria Armonk Outdoor Art Show de North Castle, Nueva York, Miralles estará presentando, durante un mes, 35 grabados con la técnica de punta seca. El nuevo hogar para las piezas, que aguardan la llegada de coleccionistas, es el recinto ubicado en la calle 55-A #538 por 68 y 70 en el Barrio de Santiago, en el centro meridano. La transmisión de la apertura puede seguirse en Facebook (”Le Cirque Galería.”).

“Mi obra tiene supuestos de mis raíces religiosas, culturales, que son caribeñas”, explica Miralles. “Pero también tiene influencia de otros temas muy variados. En el caso de Cañaveral (esquina inferior derecha), sí que hay una peculiaridad. La caña del azúcar, para el pueblo cubano, fue siempre un elemento de la subsistencia muy importante. Al mismo tiempo, cortarla con mocha y con machete fue una imagen vinculada a la guerra de independencia. Ahí vino la palabra como arma, como protección y escudo de la nación, y también como identidad. En un cañaveral, puede que se corten algunas opiniones, pero pueden renacer”.

El machete permite también una asociación de recuerdos. El machete servía para cortar caña y para hacer la guerra, “pero también se usa para hacer música. A mí me sorprendió mucho que, en los primeros tiempos de haber llegado a Mérida, hubiera un señor en la esquina de la Plaza Grande que se sentaba a hacer música con un machete. Eso me recordó a que en algunos pueblos cubanos existía un señor que hacía algo muy similar. Poco a poco, uno empieza a encontrar elementos culturales que se van reiterando en naciones que, aparentemente, tienen orígenes culturales diferentes.

Pienso que Latinoamérica es una gran nación donde compartimos todos: el odio, la alegría, los sueños”, sostiene el artista. 

Las figuras que usualmente protagonizan las obras de Miralles “no son cuerpos negros. Más bien, abogo por el mestizaje, la multiplicidad de la piel. No creo que haya cuerpos negros o blancos, de sombras y de luces. La narrativa tiene que ver con mis raíces como afrodescendiente. Piezas como El malecón (primera de la derecha), en la que las personas dicen que es un hombre con un machete al hombro, en realidad se muestra un sable. Me parece muy interesante que las personas lo consideren automáticamente como un machete”. 

“El pueblo cubano ha sido una mezcla entre dolor sacrificio”, agrega al respecto. “El sable samurái habla algo de eso, de la dolencia y del sacrificio, y que hemos aprendido a vivir en el espacio de su filo, que es un riesgo constante”.

Enrique Miralles ha vivido en Nueva York, como por igual ha permanecido en Yucatán. “Las naciones han tenido procesos culturales diferentes, pero, al final, se trata del mismo ser humano”, dice él al ser cuestionado sobre las diferencias y semejanzas entre los distintos grupos humanos. “Hay un denominador común. El odio será odio en Moscú, Pekín y La Habana. Y el amor es amor, como amistad es amistad. Sólo sucede que se manifiesta de diversas maneras en distintas culturas. Me fijo más en las cosas comunes”.

Recupera una anécdota: “por ejemplo, en un barrio de Bronx, en Nueva York, estábamos jugando básquetbol unos afrodescendientes y yo. No soy muy bueno en el deporte, pero terminé relacionándome con ellos y hasta cenando en su casa. Ellos eran de Louisiana. La cena tenía un toque increíble. Prepararon plátanos maduros en un tipo de almíbar exactamente igual a como los hacía mi abuela, en Cuba. Me llamó la atención eso. Es increíble cómo, en un lugar tan distante, supuestamente en una cultura totalmente diferente, encuentras elementos culturales afines. En Yucatán, me pasó exactamente lo mismo. Aquí hay trova. Así como nosotros tenemos a César Portillo de la Luz, ustedes tienen a Armando Manzanero. Ustedes tiene el tequila y el mezcal, nosotros tenemos el aguardiente y el ron. Incluso la forma de envolver un tamal en hoja de plátano, que es como se hace en el Oriente cubano. Sin embargo, en la capital, en la Habana, se hace como en la Ciudad de México, con la hoja del país. Se descubren puntos en común. Tengo colegas que han estudiado la relación de la cultura maya con todo el Caribe. Puedo que eso sea invisible, pero existe. Es como una energía que articula una geografía más allá de la política. Creo mucho en eso”. 

Profundiza el artista: “hay muchas cosas en este mundo diseñadas para que uno pertenezca. Al final, muchas veces, uno empieza a no pertenecerse a uno mismo. Eso, desde el punto de vista cultural, es un peligro, porque no saber de dónde viene uno o hacia dónde va es complicado. Una de las cosas que intento, a través de la articulación cultural entre Yucatán y Cuba, es permitirnos ver todo lo que tenemos en común, desde la formación educacional o el coleccionismo de arte. Éste es una cosa muy importante porque, al final, es lo que garantiza que se conserve el patrimonio”. 

Prosigue: “muchas veces, nuestras naciones han padecido la fuga del patrimonio, o que un señor o una señora, con tres pesos, se lo lleva a otra latitud. Emigra con esa obra una identidad. Nos vemos obligados entonces a buscar y rescatarla o sustituirla. Pienso que debemos fomentar el coleccionismo nacional. Los estudiantes de las carreras de visuales deben, igual que los galeristas, tener un acercamiento entre sí. Somos una gran familia. Si el galerista es importante, lo es también el artista, y el estudiante de arte y el comprador también. Esa familia se llama cultura, identidad, costumbre, hermandad, fraternidad. En eso debemos enfocarnos, en las semejanza. Mi obra quiere ser un puente para ello”. 

Miralles aprovechó para agradecer “al maestro Humberto Suaste y la facultad de arquitectura de la UADY, que fueron los que confiaron primero en mí y me abrieron las puertas de Yucatán, hasta la Galería Le Cirque, y a toda la comunidad de artistas, estudiantes y colectivos; a Jorge Gutiérrez, que ha sido un anfitrión espectacular, y a la gente. Una de las cosas que me gustan de Mérida es su gente: trabajadora, tranquila, abierta. Me gustan los pueblos así”.

Por David S. Mayoral Bonilla