El patrimonio cultural y natural subacuático en la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro (Quintana Roo), fue irremediablemente afectado por investigadores de la Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia. Hasta el momento, siguen las investigaciones).
A continuación, se relatan una serie de eventos desafortunados que derivaron, dentro del marco del proyecto “Inventario y diagnóstico del patrimonio arqueológico e histórico sumergido en la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro”, de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia (SAS/INAH), en la afectación del patrimonio cultural y biodiversidad del que se conforma el contexto arqueológico denominado pecio El Ángel. Se trata de un barco histórico, del siglo XIX, considerado patrimonio cultural sumergido. Naufragó dentro del Área Natural Protegida, decretada como Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro, ubicada en el mar Caribe mexicano, en el Municipio de Othón P. Blanco, en el Estado de Quintana Roo.
Un sitio con naturaleza y cultura excepcionales
La Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro se encuentra inmersa en el Caribe mexicano, a aproximadamente 38 km mar adentro desde la costa del poblado de Mahahual, al Sur del Estado de Quintana Roo. Forma parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), el cual se extiende por más de mil km, desde Honduras hasta Cancún, a lo largo de la costa Este del mar Caribe, lo que la convierte en la segunda barrera arrecifal más grande del mundo, sólo después de la de Australia. Por su riqueza natural y funciones esenciales que provee para el desarrollo y preservación de los ecosistemas, en julio de 1996, obtuvo la categoría de Reserva de la Biosfera.
Por su origen coralino, Banco Chinchorro es considerado un falso atolón conformado por un anillo arrecifal que emerge del fondo del mar a muy poca profundidad, que resguarda en su interior una laguna con tres cayos o islotes: Cayo Centro, Cayo Norte y Cayo Lobos al Sur. Por los riesgos que representaba para la navegación, dada la poca profundidad de los arrecifes que la bordean, los españoles del siglo XVI lo nombraon “Quita Sueños”.
A lo largo del tiempo, embarcaciones de todas las épocas han encallado y naufragado en los bajos coralinos del lugar, tales como: galeones y otros veleros de la época del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, buques de vapor emanados de la revolución industrial, e incluso algunos modernos cargueros de la actualidad.
Hasta el momento, se han registrado, dentro de esta Área Natural Protegida, 70 sitios con evidencia de procedencia marítima, conformándose así el catálogo más extenso de sitios arqueológicos subacuáticos del país, que sintetiza, en un solo lugar, 500 años de historia de la navegación en México.
Estos sitios han procurado, a través del tiempo, un hábitat para múltiples especies marinas, generando así una simbiosis única entre naturaleza y cultura, por demás invaluable y maravillosa, considerada Patrimonio Cultural y Natural de la Nación.
Primeras exploraciones arqueológicas
Las primeras exploraciones arqueológicas en Banco Chinchorro fueron realizadas por la Mtra. Pilar Luna Erreguerena, pionera de la arqueología subacuática en México, quien, en la década de los 80’s, acompañada por un grupo de especialistas, pudo hacer una visita de un día al sitio de 40 cañones, debido a las condiciones adversas que prevalecían en la zona en esa ocasión.
Se trata de un galeón español de nombre Santiago, que era parte de la Armada que escoltaba a la flota procedente de Centroamérica con rumbo a la Habana, y que, debido a múltiples averías, naufragó en 1658, al Norte de Banco Chinchorro. En la actualidad pervalecen esparcidos a seis metros de profundidad: 36 cañones, un ancla tipo almirantazgo, algunos aparejos y, bajo la piedra de lastre que transportaba, aún persiste parte de la madera del casco de esta embarcación.
En 1995, Pilar Luna funda la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), área responsable de la protección, conservación y adecuada difusión e investigación del Patrimonio Cultural Sumergido de la Nación, labor a la que dedica su vida hasta el año 2018 como titular de la SAS. Fallece en el año 2020, dejando un legado invaluable de conocimiento, respeto y compromiso por el legado cultural que yace en el fondo del mar y aguas continentales mexicanas.
Proyectos especiales
Entre los años 2000 y 2006, Octavio del Río, arquitecto con especialidad en arqueología subacuática por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (1995), coordina y lleva a cabo, junto con otro grupo de colaboradores de la SAS/INAH, las primeras intervenciones arqueológicas en Banco Chinchorro, con el fin de ubicar y registrar los sitios arqueológicos que ahí yacen. Estos trabajos fueron realizados en el marco de los Proyectos Especiales y Atención a Denuncias de la SAS/INAH, con el aval de Pilar Luna, generando así, los antecedentes de las investigaciones que vendrían después.
Como resultado de estas labores, se verificaron y registraron algunos sitios con los que ya se contaba con alguna referencia. A su vez, se logró el hallazgo de otros más, de los cuales se desconocía su existencia, entre ellos, un barco al que nombramos “El Ángel”, en referencia a un ancla de la que se hacía referencia en un plano elaborado en la década de los 70’s, por el Club de Exploradores y Deportes Acuáticos de México (CEDAM).
En él, se representaban con dibujos y se ubicaban con algunas coordenadas 22 sitios, entre los que se encontraban barcos encallados sobre el arrecife, algunos naufragios y otros artefactos de procedencia náutica, entre ellos, un ancla de nombre “el Ángel”, que se representaba sobre el arrecife a muy poca profundidad.
El hallazgo del pecio “El Ángel”
En el año 2004, siguiendo las referencias citadas del ancla “el Ángel” por el CEDAM, en busca del arrecife donde podría encontrarse, y después de prospectar la zona sin poder encontrar rastro alguno del ancla en el área mencionada, continuamos la búsqueda desde la superficie, siguiendo las manchas de coral que emergían hasta el exterior.
Así, a la distancia, apareció la silueta de una embarcación que emergía de un blanquizal de arena a los 12 m de profundidad. “El Ángel” apareció, y el naufragio adoptó el nombre del ancla que nos llevó hasta él. Tiempo después, en 2013, di con Manuel Polanco, pescador de antaño en Banco Chinchorro, quien da referencias del sitio. Sin embargo, hasta el momento, no ha sido posible llevarlo a su encuentro y así comprobar que se trata del mismo naufragio.
Hasta entonces no existían referencias de ese sitio y nadie lo conocía. La entonces directora de la Reserva, la bióloga Maricarmen García, participó en el hallazgo junto con el productor de TV, Oscar Cadena, quien grabó las primeras imágenes del sitio. Y es así, que, en junio del 2004, inician las intervenciones arqueológicas en el sitio, estableciendo su ubicación georreferenciada, la elaboración de un primer registro fotográfico y en video, y de un croquis con la ubicación y descripción de los elementos que componen el contexto arqueológico mencionado.
Entre otros logros de esas primeras incursiones arqueológicas en Banco Chinchorro, estuvo el de poder acercarse a la comunidad de pescadores, quienes, en un principio se mostraban renuentes a compartir lo que consideraban sus secretos mejor guardados. Al cabo del tiempo, y gracias a la recurrencia en las visitas, logramos ganarnos su confianza y amistad, lo que permitió la verificación y registro de al menos 33 de los 70 que en la actualidad se tienen inventariados en el área.
Antecedentes históricos del pecio “El Ángel”
Un pecio hace referencia a los restos que se preservan de un naufragio. En el caso del pecio “El Ángel”, según la referencia histórica (Pérez, E., 2015, SAS/INAH), se trata de una embarcación identificada como un velero del tipo bergantín y de nombre “Jean”, construido en el año de 1819 en Irvin, Escocia, y destinada a Honduras Británica, actualmente Belice, para el transporte de palo de tinte o palo de Campeche (Haematoxylum campechianum), especie arbórea del cual se extraían tintes para teñir textiles. En 1836, “Jane” fue reportado como perdido por la aseguradora británica Lloyd´s en “North Triangules”, nombre con el que era conocido Banco Chinchorro por los ingleses.
La característica arquitectura naval mixta del barco, de casco de madera reforzado con un armazón de hierro en el interior y cubierto con láminas de una aleación de cobre (Muntz) en el exterior, que lo protegían contra la incrustación de moluscos y otros organismos, son distintivos tecnológicos de la construcción naval utilizados por los ingleses hasta mediados del S. XIX (Bingeman et al., 2007). Son características que apuntan a un momento de transición entre el uso de la madera en la construcción de los veleros de la época y el inicio del uso del metal previo al surgimiento de los grandes buques de vapor emanados de la Revolución Industrial.
Características del sitio
El pecio “El Ángel” yace inmerso a 12 m de profundidad en las aguas cristalinas del Sur de Banco Chinchorro, muy cerca de Cayo Lobos. Desde la superficie, se aprecia la silueta de la embarcación que apenas emerge de la arena en el fondo del mar. Tiene aproximadamente 35 metros de eslora (largo) por 9.5 m de manga (ancho). El perímetro o silueta que definen su forma está delimitada hacia las bandas de babor y estribor, por los restos de las láminas de aleación de cobre que cubrían el casco de madera. Hacia el lado de estribor, también prevalecen algunos refuerzos metálicos que, a modo de cuadernas, reforzaban de forma vertical la estructura del casco de madera.
La proa se encuentra orientada hacia el Norte y está bien definida por la buzarda, elemento de la estructura de hierro que reforzaba el casco de madera ante el embate de las olas, y que perfilaba la curvatura y forma del frente de la embarcación. Es en la proa donde se concentra la mayor parte de los elementos que prevalecen expuestos sobre la arena, entre ellos: un ancla del tipo Almirantazgo, un tramo de cadena de eslabones con contrete (refuerzo), los engranes circulares (posiblemente del molinete utilizado para levar el ancla), así como una gran sección de la estructura de hierro que reforzaba el interior del casco de madera, entre ellos, la buzarda, así como algunos tablones y tracas del fondo del casco madera que apenas emergen sobre la arena.
Al centro sobresalen un par de contendores metálicos y, en la popa, se encuentran un par de montículos de piedra de lastre. El resto de la embarcación, junto con la carga que transportaba, se encuentra enterrada bajo la arena.
En lo particular, la buzarda, de 12 cm por 18 cm de sección, es un elemento de gran relevancia, que, además de definir la forma de la embarcación al frente, ayuda a determinar otros factores de interés, tales como el arqueo, volumen y tonelaje de la embarcación. Dada su elevación, a un metro sobre el fondo, sobresale del resto de los elementos que componen el contexto arqueológico. Por ello, fue aquí donde se ubicó el punto de origen (Datum), desde donde partió la línea base para la elaboración del plano del sitio.
En la actualidad, todos estos elementos se encuentran colonizados por una gran cantidad y variedad de colonias de coral y vida marina, conformando así, entre los vestigios del barco y la biodiversidad que ahí habita, el contexto arqueológico y natural del que se compone el pecio “El Ángel”.
El proyecto
Todos estos antecedentes históricos y de investigación se generan desde su descubrimiento en el 2004 y a partir del año 2006, momento en el que se crea el proyecto Inventario y diagnóstico del patrimonio arqueológico e histórico sumergido en la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro, Quintana Roo, SAS/INAH, del cual, en la actualidad, es responsable la pasante en arqueología, Laura Carrillo, quien así se expresaba de mi persona y labor dentro de tal proyecto:
“Asimismo se agradece la participación incondicional del Arq. Octavio del Río, responsable de las actividades de registro arqueológico, de las operaciones de buceo y corresponsable de las actividades de difusión del proyecto, quien realizó los informes del registro de piezas en propiedad de particulares y de los trabajos de registro en el pecio ‘El Ángel’…”. Informe técnico 2013, SAS/INAH.
Desde sus inicios en el año 1995, y hasta el 2018, un servidor, Octavio del Río, arquitecto con especialidad en arqueología subacuática por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (1995), fui colaborador de la Subdirección de Arqueológica Subacuática participando y codirigiendo varios proyectos, entre ellos, y a partir del año 2000, el proyecto arqueológico en Banco Chinchorro, ello, sin que hasta el momento exista reporte alguno o se haya adjudicado cualquier falta respecto a mi dedicación, proceder profesional o participación en el proyecto o ningún otro proyecto en el que haya participado, y sin que se le haya provocado daño alguno ningún sitio en Banco Chinchorro o cualquier otro lugar.
Desde el inicio de las intervenciones en el año 2000 y hasta el 2018, y dado el rigor científico y académico, así como la metodología implementada en el registro de los sitios, el cuidado y el acceso responsable al patrimonio cultural subacuático, el compromiso con las comunidades, los sitios arqueológicos y la naturaleza, y en general la adecuada promoción de la investigación científica, le valieron al proyecto arqueológico en Banco Chinchorro el reconocimiento de Buenas Prácticas por parte de la UNESCO. Es a partir del 2018, con la invitación por primera vez de un extranjero a participar en el proyecto, cuando todo esto cambia.
Las labores y maniobras
En la temporada de investigaciones llevada a cabo en noviembre del 2018, la P.A. Laura Carrillo invita y cede por primera vez la corresponsabilidad de los trabajos a realizar, dadas sus supuestas credenciales y trayectoria, a un investigador de origen argentino de nombre Nicolás Ciarlo. Derivado de tal decisión e intervención, el pecio “El Ángel”, considerado Patrimonio Cultural Sumergido de los mexicanos y la humanidad, fue afectado irremediablemente en su integridad y contexto cultural que lo conforma, así como a la biodiversidad que en él habita.
En esa ocasión, el Dr. Ciarlo, quien se dice especialista en arqueología subacuática, se encargó de dirigir todas las operaciones y actividades a realizar, que básicamente consistían en la excavación del sitio mediante el uso de una draga para extraer la arena y el palo de tinte que transportaba la embarcación, y así dejar expuesto el fondo de madera de la embarcación para poder hacer el registro y el plano del sitio, labor que venía desarrollando el que esto suscribe desde el hallazgo del sitio en el año 2004. En la actualidad, se cuenta con un plano detallado del contexto arqueológico con la ubicación precisa de los elementos que lo conforman, y parte del maderamen del casco que definen su arquitectura naval.
De los 30 días que duró la temporada en esa ocasión, tuve la oportunidad de participar del día 20 al 30 de noviembre, de los cuales, siete días fueron los dedicados al trabajo efectivo en el pecio “El Ángel”. En esta ocasión, mi función fue la de un colaborador más, sin responsabilidad específica, sometiéndome, de manera voluntaria y profesional al igual que el resto de los participantes, a las indicaciones del nuevo corresponsable del proyecto.
Todas las mañanas, después de una breve reunión donde el C. Nicolás Ciarlo asignaba las tareas a realizar durante el día, se salía hacia el pecio “El Ángel” a bordo de la embarcación denominada “Perla Negra”, cuyo capitán en esa ocasión, como en otras tantas, fue Sami Colli “Chandez”. El recorrido es de aproximadamente una hora desde la estación de investigación en Cayo Centro hasta la ubicación del sitio, el cual había sido señalado con una boya para su fácil localización.
Así como las decisiones de las actividades a realizar, las maniobras de la embarcación en el sitio, también fueron dirigidas por el C. Ciarlo, quien, una vez en el lugar, seleccionaba el área donde se arrojarían las decenas de costales de arena transportados desde Cayo Centro, y que serían utilizados posteriormente para cubrir el pecio una vez terminados los trabajos realizados.
Posteriormente, comenzaban las maniobras de fondeo, y, una vez anclada la embarcación, se preparaban los buzos con las parejas asignadas para iniciar las inmersiones. Las labores en el fondo se concentraron en la excavación (dragado) de dos trincheras a lo largo de 10 m sobre el eje de crujía de la embarcación, el cual divide en dos mitades simétricas el largo de la embarcación. La primera fue de un metro de amplitud por cinco metros de largo, y la segunda, que seguía de la primera en dirección a la popa, fue de dos metros de amplitud por cinco metros de largo. Terminados los tiempos de fondo establecidos, la siguiente pareja descendía y así sucesivamente, realizando rotaciones de dos y hasta tres inmersiones al día.
Afectaciones, reporte de daños, consecuencias
En la próxima edición de Unicornio, se dará a conocer la segunda parte de la investigación realizada por el arquitecto Octavio del Río y José Enrique Dzul Tuyub, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Secretaría de Cultura, Sectores INBA, INAH y Sector Central.
Por José Enrique Vidal Dzul Tuyub y Octavio del Río