La caricia provocada por el roce de las hojas traspasadas una a una entre las manos, el olor especial que desprenden al desplegarse cuando acontece una nueva experiencia, el recorrer de la mirada expectante y ávida por descubrir aquello que resguarda celosamente, la unión de los sentidos que exaltados satisfacen el ímpetu por conocer, son solo algunos de los elementos que componen el ritual de la lectura, ese acto tan íntimo como colectivo, que nos acerca a nosotros mismos y nos abre una diversidad de opciones para apreciar los distintos mundos que componen a la humanidad.
El registro escrito de nuestras historias y utopías ha acompañado a la humanidad desde siglos atrás, encontrando especialmente en los libros, revistas y periódicos, sus formas más acabadas de materializar las ideas. El placer que provoca el acercarnos a esos mundos diversos, sosteniendo entre las manos un impreso, es inigualable, incluso, ante todas las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías. Para mí, nunca será igual leer frente a una pantalla que hacerlo rodeado de ese misticismo ritual que envuelve los momentos de lectura. No importa si lo hacemos en soledad bajo el resguardo de los rincones preferidos o en una calle tumultuosa cargada del ajetreo cotidiano, lo cierto, es que al leer, conjuntamos nuestra esencia con la del autor o autora, para dialogar. Esto, más allá de si compartimos o no los puntos de vista expresados, ya que esa puesta en juicio de los pensamientos, es la que alimenta, sin importar las discrepancias o afirmaciones. Leer es en sí un intercambio que faculta el conocimiento y el autoconocimiento.
Aun en estos tiempos de agonía colectiva e individual, o, mejor dicho, mucho más en esta época tan compleja, la lectura nos da múltiples opciones para afrontar la sinrazón que nos adolece. El confort que otorga pasar la mirada en los estantes de las librerías y las bibliotecas, buscando una nueva experiencia lectora, no puede igualarse al deslizar con un dedo las frías formas de la modernidad, aunque soy consciente de que mis juicios representan en su mayoría a las generaciones que crecimos entre periódicos habituados en el hogar y las enseñanzas de modelos educativos hoy desdeñados. No oculto el placer que me causa recorrer las calles deteniéndome a observar los estanquillos de revistas e impresos, o pasar frente a los vitrales de las librerías que nos enseñan un poco de lo mucho que contienen, quizás solamente para aspirar la esencia de sus misterios, sea esto en mi ciudad o en cualquier otro rincón del mundo, y tampoco niego la sensación apasionada que me produce el sonido de las máquinas al imprimir una nueva edición.
Los colores, texturas y formas que acompañan a los libros e impresos son de igual forma alicientes del goce producido por la lectura, no es por nada la importancia del diseño y la edición, son esas piezas que las hacen encajar el universo completo y complejo que representan las obras que disfrutamos, ya que al igual que la escritora o el escritor cuida con esmero sus palabras, también lo hacen quienes en su quehacer contribuyen a materializar esos sueños. Los libros, periódicos y revistas son asimismo un tipo de obsesión y, hay que decirlo, pero de ésta no siento culpa alguna, pues disfruto de la nostalgia de papel que me acompaña en cada amanecer y la reproduzco con plena consciencia al leer.
II
No siempre resulta fácil superar el instante que me separa de la hoja en blanco y las líneas que usted lee, quizás sea la primera vez que lo escribo y confieso, y no es que crea dominar el oficio de comunicar ni nada parecido, es en realidad que a veces resulta difícil y contradictorio elegir el tema prioritario a través del cual ahora interactuamos. Es complejo para mí en un mundo tan lleno de necesidades y problemas querer expresar únicamente emociones o reflexiones que pudieran ser consideradas banales, sé que todo tiene un porqué, y que suele estar acompañado del contexto en que nos encontramos, ya que aunque la afectación psíquica de lo externo pase desapercibida por un tiempo, al final revelará su influencia sobre nuestras acciones, sentimientos y pensamientos.
Es en ese sentido en el que cuestiono diversos aspectos de la vida cotidiana, me pregunto la relevancia del quehacer intelectual en un contexto que pudiera parecer absolutamente desalentador, cuando estamos rodeados en el mundo de millones de fallecidos por los efectos del Covid-19 y agredidos intempestivamente por el constante resultado de las políticas y disputas por intereses económicos, que nada en lo absoluto tienen en común con las necesidades básicas de la gran mayoría de los seres humanos, y entonces ¿de qué sirve emborronar cuartillas si el hambre y la ansiedad recorren transversalmente los países y sus calles?, quizás por incapacidad u otra razón, no alcanzo a encontrar otra respuesta que la consabida conducción de la realidad a la consciencia y viceversa, como el proceso dialéctico que faculta el despertar del ser, gracias al cual, transitamos de una existencia insustancial a una fundamentada en lo concreto y con clara proyección en el devenir que soñemos.
Creo que la palabra escrita y la reflexión tienen una función vital para el ser humano, más aún en los contextos de angustia por los que atravesamos, algunos de ellos incrementados por la pandemia, pero muchos otros que en realidad ya estaban presentes y reclaman atención.
Existen muchas perspectivas y propuestas sobre la función de la escritura, una de ellas es su utilización como una herramienta terapéutica, y sé que para muchos escritores o intelectuales estas propuestas resultan inadecuadas, pues su mirada parte desde una posición de erudición que no comparto y que me parece tampoco tiene la capacidad de reconocer otras realidades y posibilidades, y expongo este posicionamiento mientras caigo en cuenta de que hace apenas unos días, recibí la llamada de una amistad que ante su angustia, buscaba un poco de consuelo en la escucha de otro ser humano.
Recuerdo haberle recomendado ante su relato y otros factores escribir sus emociones como una forma de desahogarlos, reconocerlos y en la medida de lo posible, controlarlos para evitar un desbocamiento, para ya en un segundo plano, poder ir analizando cada una de las cosas escritas para ir buscando ayuda y soluciones. No soy experto en terapia ni en psicología, pero como todos los seres humanos sé un poco del dolor, el miedo, la alegría, la ansiedad y tantas otras sensaciones que nos pueden dominar y nublar la perspectiva de vida, y también sé por experiencia propia, que escribir es un aliciente emocional e intelectual que mucho puede aportar a quienes, ante lo complejo del mundo, buscamos un poco, tan solo un poco de paz.
III
En el vaivén de los días apacigua su espíritu ávido de paz hojeando las lecturas postergadas, una a una desliza las páginas por leer entre sus manos, acaricia sigilosamente el contorno que recubre las letras, pareciera copiarlas, aspira el aroma peculiar que despiden los libros añorados, es un fetiche y un placer que frecuenta escapando de la cruda realidad que afuera le espera.
La lectura se convirtió desde hace mucho en algo más que un pasatiempo, quizás comenzó como una actividad para dejar correr las horas en espera de nuevas aventuras, pero ahora es una necesidad que le reclama ser cumplida a cabalidad con la prontitud de una urgencia.
No hay día en que pueda borrar la placentera sensación que le provoca sumergirse en las historias narradas por mujeres y hombres a los que tal vez nunca conozca, pero a quienes admira y agradece su labor.
Algunas veces se sorprende al encontrarse caminando con un libro abierto entre multitudes desesperadas por el consumo y las penumbras de la cotidianeidad en las principales calles de la ciudad, sonríe como si se contara a sí mismo algún recuerdo irrisorio, pero en realidad solamente disfruta del placer culposo que le genera leer sin reparo. Se acostumbró a visitar con frecuencia las librerías para hacerse de alguna novedad editorial, revistas, libros, folletos o periódicos, no importa exactamente cuál sea el formato, aunque claro, siempre ha preferido una buena edición de alguna obra memorable.
No siente reparo al invertir su escasa riqueza para garantizarse una nueva lectura que le permita aprender, soñar o recordar, le es un poco indistinto, ya que a fin de cuentas, su deseo es adentrarse en el mundo y las mentes de los autores y autoras, gusta de analizar las frases estructuras como acertijos milenarios, quizás buscando respuesta a los enigmas de su insomnio, o solamente satisface el apetito desbordado que le consume al momento de leer.
En ocasiones se le ve rondando las bibliotecas, revisa los ejemplares recién adquiridos y relee viejos párrafos que le transportan a otras épocas, ya sean de su vida o de la historia humana, esto debido a que los libros son la mejor máquina del tiempo, tal y como afirma Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura.
Desprovisto de reloj, no tiene hora exacta para disfrutar, es irrelevante si el alba le reclama volver a la vida mundana, o si son las estrellas destellantes las que le advierten el transe en el que ha caído, es común que se encuentre abatido por el desvelo de los versos, las narraciones extensas y las reflexiones profundas, suele experimentar una especie de transmutación corpórea que lo convierte en un ser que habita el mundo de otros seres.
La lectura es un elemento vital en su existencia y los libros son su alimento preferido, de ellos ha aprendido las pasiones más prohibidas, así como las grandes lecciones de paciencia y calma de aquellos ejemplares que sin importar el pasar de los años siguen aguardando la llegada de un nuevo lector o lectora. Ahora mismo, mientras estas letras finalizan, disfruta de los instantes que nos regala el acto de leer, pues aquel ser descrito, es cualquiera de nosotros y/o nosotras deambulando este mundo…
Jean-Paul Sartre; existencialismo y libertad
El filósofo francés Jean-Paul Sartre expresó la síntesis de su interpretación sobre la libertad y la condición del Ser en términos ontológicos, en una de sus máximas que dice: “el hombre está condenado a ser libre”. Frase contenida en su conferencia intitulada “El existencialismo es un humanismo”, dictada el 29 de octubre de 1945, en París, como parte de una serie de exposiciones en defensa del existencialismo frente a sus detractores, se publicó posteriormente como libro en 1946. Esa referencia a la autodeterminación consciente del ser humano sobre sí mismo, es la base primordial del existencialismo que junto a su compañera Simone de Beauvoir defendería hasta su último suspiro. Ambos protagonizaron una incasable actividad reflexiva que caracterizó a la intelectualidad de su tiempo, algo que hoy se ha pretendido difuminar por la repercusión de los mass media en el imaginario colectivo.
En el pensamiento de Sartre se parte del hecho de la no existencia de una determinación preestablecida sobre el ser humano, lo cual invalida la idea de cualquier ser supremo que por su voluntad estableciese el “destino” de la vida, la responsabilidad total de las acciones y de las decisiones que individual y colectivamente marcan el rumbo de los seres humanos son en lo absoluto resultado de sus decisiones, sin que esto niegue las condiciones objetivas que sujetan y sitúan la existencia en circunstancias determinadas.
En la obra del filósofo francés “la existencia precede a la esencia”, lo que presupone que la libertad pertenece al ser humano, la significación y valorización del mundo es otorgada por el ser humano y no al revés, en este sentido, se entiende que el ser humano, al no estar “determinado” por una voluntad “superior” todopoderosa, es él quien define el porvenir de su existencia partiendo del estado concreto del presente.
El ser humano comienza en la nada para prepararse hacia un propósito o proyecto, una razón de la existencia que se revela con la conciencia, aunque al no existir una determinación preconcebida, la transformación del ser es permanente, cambia día a día, ya que solo concluye esta evolución continua al momento de morir, o mejor dicho, al dejar de existir (recuérdese que la no existencia de la divinidad indica también la concreción mundanal de la vida).
El existencialismo al que Sartre está adscrito, indaga sobre cuestiones vinculadas con la vida y la existencia, interrogando conceptos fundamentales como la libertad y la responsabilidad en términos individuales de los seres humanos. Por ello, bajo estos postulados, y a pesar de que la moral y la ética son premisas de orden sociocultural, no son de forma absoluta factores decisivos a la hora de nuestras decisiones como individuos, e incluso, como colectivo.
Para Sartre la conciencia es libertad, debido a que al superarse el carácter enajenado de la existencia se reconoce la responsabilidad humana sobre su devenir y, al mismo tiempo, se rompe con cualquier predeterminación que “moldee” al ser, ya que al desarrollarse la conciencia se transforma al mundo que circunscribe la existencia, otorgando la responsabilidad consciente a los actos humanos, generando un compromiso ineludible con la situación que rodea al ser, lo que implica que el mundo como se vive en términos objetivos y subjetivos, responde al ejercicio de la libertad que se ha efectuado en la historia. No debe olvidarse que Sartre reivindicó al marxismo.
La libertad tiene expresiones en el orden objetivo, lo que se representa con el hecho de que es vivida por el conjunto de los seres humanos, y también, se expresa en el orden subjetivo, el cual implica que cada individuo la ejercerá según sus específicas particularidades. La libertad se conjuga con la voluntad y la conciencia humana.
La cercanía y vinculación de Sartre al marxismo le permitió comprender las bases materiales de la injusticia de las sociedades capitalistas, su obra “Crítica de la razón dialéctica” (1960) es una búsqueda de nuevos caminos para el elemento esencia del existencialismo: la libertad. Para el filósofo, el marxismo es la corriente de pensamiento insuperable de nuestro tiempo, esto, sin importar las críticas y las confrontaciones que sostuvo con el propio Partido Comunista Francés, organización con la que llevó una relación compleja. Su vida estuvo ligada a los movimientos de liberación, especialmente la causa argelina, y otras expresiones anticoloniales.
El legado intelectual de Sartre se atestigua en la revista de pensamiento Les Temps Modernes, que fundó junto a Maurice Merleau-Ponty y Simone de Beauvoir en 1945, así como su labor como director del periódico Libértation desde 1972 hasta su muerte. Su congruencia entre el decir y el hacer lo llevó a renunciar al Premio Nobel de Literatura en 1964 y a continuar su compromiso escribiendo por la libertad plena del ser humano.
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