El viaje de la emperatriz Carlota a Yucatán, a finales de 1865, ha sido tratado, en la mayoría de los casos, como una travesía con fines recreativos y de reconocimiento de esta parte de la nación mexicana que en aquellos años todavía era considerada como un “país”, por lo distante y diferente de su cultura. Casi siempre, al hablar de esta visita, abundan las descripciones de los lugares que contaron con la presencia de tan distinguida personalidad, su estancia y las actividades que fueron parte de su itinerario de viaje; sin embargo, hoy se sabe, gracias a documentos que ella misma escribió, que también hubo razones secretas que motivaron su venida a la Península de Yucatán.
La princesa María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina nació el 7 de junio de 1840, hija de los reyes Leopoldo I y Luisa de Bélgica. Carlota se casó el 27 de julio de 1857, con el Archiduque Maximiliano de Austria, uniéndose así dos casas aristocráticas del máximo abolengo europeo: ella era Borbón y él era Habsburgo. Princesa culta proveniente de una de las monarquías europeas más influyentes, Carlota no era ajena a las cuestiones políticas y cuando, en 1861, le fue propuesta a su esposo Maximiliano, la “corona imperial” de México, la influencia de Carlota fue determinante para su aceptación; fue así como el 28 de mayo de 1864, llegaron a Veracruz, a un país dividido entre los defensores de la república y los partidarios del imperialismo mexicano.
Para el mes de octubre de 1865, a pesar de que el Imperio Mexicano derramaba la sangre de quienes luchaban por sostenerlo y quienes lo hacían por hacerlo sucumbir, había un optimismo pleno de la emperatriz en que éste perduraría y así se lo hizo saber a su hermano Leopoldo en una carta fechada el 19 de octubre: “Los asuntos principales van hacia adelante; acaba de inaugurarse un ferrocarril al pie de la colina de Chapultepec. Las relaciones con nuestros vecinos del norte ya no son tensas; la diferencia con Roma terminará por desaparecer. La confianza aumenta en el interior. Los partidos mueren o se debilitan. Juárez salió del territorio llevándose consigo la república mexicana. Sería difícil resucitarlo. Por lo tanto, dentro de las dificultades prácticas, ciertamente importantes todavía, no veo ningún germen de disolución, ni un vestigio de confusión, ni inquietud por el porvenir”.
El anuncio del viaje de la emperatriz Carlota a la Península de Yucatán a fines de 1865 causó enorme expectativa entre la población yucateca. La Península de Yucatán estaba inmersa todavía en los constantes ataques de los mayas rebeldes a distintas poblaciones del Oriente; su población se había reducido considerablemente y las haciendas sobrevivientes a la destrucción, empezaban a recuperarse con el naciente cultivo del henequén. De los problemas más recurrentes con las administraciones mexicanas desde la integración de Yucatán a esta nación, eran la cuestión de los aranceles y el servicio militar. A la llegada de la emperatriz Carlota a Yucatán, derogó la “ley de sorteos” del servicio militar y fue una de las causas para que la gente se entusiasmara y elogiara tanto al arribo de ésta a las tierras del Mayab, tratándola como “el ángel de la paz que había cruzado los mares para causarles nuevamente felicidad”.
Bella, joven, culta, inteligente, visionaria y progresista, la emperatriz Carlota tenía un amplio programa de proyectos y problemas para analizar en la Península, entre los que destacan: el establecimiento de un virreinato; fomento del comercio y la agricultura; terminar la guerra de castas; revisar con los comisarios, Hacienda, economía y justicia; elaborar un Atlas de las ruinas de la península y nombrar una comisión para su reparación y conservación; elaborar una carta antigua de la península con sus calzadas y ciudades; museo en Mérida; que la península fuera autosuficiente en sus gastos y necesidades. Entre las instrucciones para los comisarios imperiales que la acompañaban, la emperatriz ordenó: “Escuchar a los yucatecos. Tomar en cuenta sus hábitos y tradiciones sin nunca alejarse de los principios de la justicia, de la protección al débil y sin dejarse dominar por los grandes”.
La emperatriz Carlota arribó vía marítima a Sisal, el 22 de noviembre de 1865. En la descripción que hace en su diario sobre los lugares que visitó se percibe sin duda, su habilidad para la crónica, la agudeza y sensibilidad para percibir todo aquello que para ella es desconocido: entorno, vestimenta, clima, edificaciones, rasgos físicos de las personas, etc. Al hablar del carácter de los yucatecos, y seguramente prevenida por los problemas políticos que desde hacía décadas había con el centro del país, expresó: “[…] todos los yucatecos tienen un objeto hacia el cual se vuelven con todas las fuerzas de su inteligencia y natural viveza, el interés. […] satisfaciendo lo más posible estos intereses se logra completamente tenerlos en su poder […] no debe tocarse a cosas que molesten a sus intereses que con la mayor cautela y con tanta seguridad y reflexión que ni el mismo Dios podría hallar defectos en lo que se haga […]”. Además de las actividades sociales con las que se honró a la emperatriz en Mérida, su itinerario buscó cumplir con los principales objetos de su visita y, por ello, incluyó una muestra industrial, artesanal y agrícola; visita a hospitales, beneficencias y cárceles; visita a las haciendas Chimay, Uayalceh y Mucuyché, para conocer el proceso del henequén; visita a las ruinas de Uxmal; visita al pueblo de Sakalum, lugar que fue escenario de la rebelión maya. Carlota quedó gratamente impresionada de todo lo que vio en Yucatán al grado de que expresó al emperador Maximiliano: “No sé de qué se morirá aquí la gente, pero difícilmente será de pena o dolor: la vida pasa como una eterna primavera y se comprende porqué se ama a un país como éste”.
De Uxmal, partió la comitiva imperial al Estado de Campeche (en aquel entonces Departamento del Imperio), entrando al Partido de Hecelchakán por Bécal: “El sábado 9, a las cuatro de la mañana, viajamos a Bécal, donde me recibió una música verdaderamente típica; se trataba de un tambor y de un caparazón de tortuga al que golpeaban con cuernos de ciervo […] Nos hospedamos en la casa del anciano párroco Hurtado de Mendoza […] Le pregunté por el Príncipe de la Paz, porque él conoció a su hermano, así como a un tío de la señora Pacheco […] Después de un fuerte aguacero llegamos a Calkiní […] En Calkiní la población fue sumamente amable y a medida que nos acercábamos a Campeche, el griterío parecía aumentar […] De Calkiní nos dirigimos a Hecelchakán [día 10 de diciembre] donde nuevamente estalló el entusiasmo. El clero, que es excelente en la Península, me recibió casi siempre en la iglesia, con un saludo en latín sumamente cordial, muchas veces refiriéndose también a ti, cuando me presentaban la cruz para besarla. Las gentes de Hecelchakán son consideradas como particularmente inteligentes […]”. En Hecelchakán, cabecera del Partido, después del Te Deum en la iglesia, se agasajó a la emperatriz con un almuerzo ofrecido por un selecto grupo de ciudadanos en una casa contigua a la parroquia; ahí, don Maximiliano Ávila Ávila, anfitrión de la emperatriz, recitó un bello poema, que fue del agrado de ésta; Carlota agradeció el gesto, regalando un reloj a quien llevaba el mismo nombre del Emperador de México. Esa tarde, la distinguida visitante descansó por breve tiempo en la villa, antes de continuar su viaje: “En la noche pernoctamos en Tenabo. El pueblo organizó tal espectáculo ante las rejas de las ventanas que fue preciso cerrar las persianas. El día 11, a las cuatro de la mañana, partimos rumbo a Campeche”.
Antes de llegar a las puertas de la ciudad de Campeche, la emperatriz recibió la bienvenida de un grupo de notables imperialistas. A la entrada de la ciudad, fue recibida por autoridades civiles y eclesiásticas, quienes le obsequiaron las llaves de esta. Fue tanto el júbilo y las muestras de simpatía hacia la soberana que, un grupo de jóvenes exaltados desenganchó los caballos de la carroza, para ser jalada por ellos mismos. En la ciudad de Campeche, la emperatriz Carlota asistió a eventos organizados en su honor, como banquetes y bailes; el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, acudió a misa en la catedral. Al igual que en Mérida, se avocó a visitar hospitales, escuelas, beneficencias y la cárcel. En Lerma, le ofrecieron un espectáculo: “[…] un baile alrededor de un poste en el que entretejen y desenlazan cintas multicolores, siempre con música, cantos y trajes antiguos […]”. A Carlota le impresionó la tranquilidad del mar de Campeche y no pudo dejar de hacer la comparación con otros lugares conocidos por ella: “El mar era azul y calmado como en el Mediterráneo, con algunas bandas celestes y oscuras”. Sin duda, la emperatriz quedó encantada con las muestras de cariño que el pueblo campechano le rindió a su paso: “Una observación que hice en Campeche fue que allí se llega al corazón más directamente […]”. El día 16, partió hacia Laguna del Carmen; ahí le llamaron la atención los barcos para cargar palo de tinte, con destino a Europa y la cantidad de cónsules, representantes de estos países. En los días que estuvo en Carmen, se le homenajeó con diversos eventos y visitó las escuelas y barrios, donde quedó gratamente sorprendida por la forma en que los adornaron para recibirla, así como por la limpieza de sus casas y su estilo costeño. Finalmente, Carlota se embarcó para Veracruz el día 19 de diciembre “[…] despidiéndome con el corazón conmovido del suelo de Yucatán. Volaban cohetes, se agitaban pañoletas y las gentes gritaban, pero pronto no quedó nada de ello, excepto el recuerdo”.
Después de ver las necesidades del pueblo campechano, la emperatriz Carlota donó la considerable cantidad de $10,800 pesos para: el anfiteatro y aljibe del hospital de Campeche; formar un departamento para dementes; reparaciones al Instituto Campechano; noria en Bolonchenticul; reparar casas dañadas por las guerras; repartir entre la gente pobre; casa de beneficencia; gratificación al maestro de la escuela de Lerma; reconocer a los bogas, Desiderio Rodríguez, Jacinto Beltrán y Julián Tec, por su heroico comportamiento en el naufragio del 5 de abril de 1865.
Al terminar su viaje, la emperatriz Carlota pudo tener un panorama amplio de los problemas, necesidades y fortalezas de la península yucateca. En su informe secreto sobre Yucatán, Carlota mencionó al emperador Maximiliano que, por las características particulares de Yucatán y su gente, era necesario que se establecieran leyes especiales para la región. Hacía énfasis en los aranceles gravosos para la internación de mercancías, motivo de tanta discordia con las autoridades del centro, puesto que el movimiento marítimo era primordial en esta tierra incomunicada; para lo cual sugirió una “menor formalidad posible en el tránsito de los efectos”. Carlota comprendió que la Península de Yucatán se enorgullecía de su importancia y autonomía con respecto al resto del país, y por ello consideró que el establecimiento de un virreinato en esta región sería bien visto; y si bien, consideró como posible virrey a Juan Nepomuceno Almonte, le preocupaba que la influencia de la élite perjudicarían sus facultades, pero veía la solución en el nombramiento exclusivo de yucatecos como Consejo de Estado. En la cuestión de la guerra contra los mayas sublevados, Carlota consideró que mandando una fuerza de mil quinientos a dos mil hombres, era suficiente para acabar con ellos, ya que la sola presencia de las tropas mexicanas infundía temor a los indígenas. Una de las mayores preocupaciones de la emperatriz después de analizar lo que vivió en Yucatán fueron las intrigas y chismes de algunos miembros de las autoridades imperialistas, pues desde su punto de vista: “Estos hombres no pueden ni deben ser partidarios, sino sumamente honrados en materia de dinero, sinceros de carácter, deberosos y de tal índole que merezcan la confianza del soberano”. Llaman la atención, los ideales de Carlota con respecto a los servidores del pueblo: “No sé si existen muchos hombres en el país que tengan estos principios, creo que, sin embargo, entre los que desdeñaron pertenecer a partidos y no se mezclaron a trastornos políticos, ha de haber dos o tres más que buscando bien se hallará difícilmente esa virtud poco propia de nuestro siglo, de tener liberalismo aplicado, y de gobernar para realmente hacer a los hombres felices según lo comprenden, y desean y solamente pueden serlo”.
La emperatriz Carlota tenía una visión clara sobre la participación de la mujer en los asuntos que en la vieja monarquía europea solo correspondía a los hombres; quizás ese fue uno de los motivos de venir a México, implementar métodos novedosos de gobernar. En una carta a su abuela, la reina María Amelia, Carlota da explicaciones sobre el rol que está ejerciendo en el Imperio, preocupada quizás porque no fuera acorde a los valores familiares; sin embargo, la reina aprueba su conducta y la emperatriz de México agrega “Si me veis ir más allá de lo que es costumbre se haga, estad persuadida de que es por el deseo y por el bien de Max, no existiendo heredero, ni otro príncipe, estoy obligada provisionalmente a ejercer diferentes papeles […] si yo alcanzo algunos triunfos aislados, los atribuyo a él, y él se muestra soberanamente orgulloso y satisfecho, como acaba de suceder con lo de Yucatán […]”.
Maximiliano y Carlota, “los conservadores más liberales”, no pudieron alcanzar muchos de sus planes para el Imperio; al emperador le fue retirado el apoyo del ejército francés mandado por Napoleón III, a pesar de las súplicas de Carlota, quien viajó a Europa con el propósito de convencerlo. Finalmente, Maximiliano fue fusilado por el ejército republicano en Querétaro, el 19 de junio de 1867. En el viaje que hizo Carlota, de México a Europa, se le presentaron los primeros síntomas de locura (esquizofrenia con perfiles paranoicos y catatónicos), y así murió, encerrada en el castillo de Bouchout, el 19 de enero de 1927.
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