Cultura

"Ya no somos invisibles", a 104 años del Primer Congreso Feminista

"El poder es la capacidad no sólo de contar la historia de otra persona, sino de convertirla en la historia definitiva de dicha persona”, expuso una escritora nigeriana
Yucatán tiene importantes promotoras del feminismo, como Elvia Carrillo Puerto / Especial

Hablar del poder simbólico que tiene el espacio público es importante.

Chimamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana, menciona que el “poder es la capacidad no sólo de contar la historia de otra persona, sino de convertirla en la historia definitiva de dicha persona”.

Todo lo que ocupa un lugar en el espacio público es un relato matérico, tangible, reconocible en un tiempo - espacio, mismo que señala bajo qué mirada se ha construido la ciudad, cuáles han sido las decisiones que se han tomado para que ese espacio represente el sitio que habitamos y por consiguiente, habría que preguntarnos cómo nos vemos representadas en ese espacio que nosotras también construimos diariamente.

Sabemos que la historia de nuestro país ha sido escrita mayoritariamente desde una visión masculina, misma que se representa en los monumentos realizados para honrar a diversos hombres que han marcado parte de la historia de nuestro país y, desde hace algunos años, se ha comenzado a colocar otros monumentos que constatan los esfuerzos, iniciativas, resistencias, insistencias y luchas de múltiples mujeres que también han escrito la historia. No obstante, sabemos que la balanza no está equilibrada porque algo debemos tener claro, el género es la diferencia que importa.

Podríamos incluso hablar de cómo el espacio público fue prohibido para las mujeres, limitándonos al espacio privado; en la actualidad este espacio público sigue negado para algunas mujeres en varios territorios, prueba de ello son los burkas que las mujeres en Afganistán deben usar para ocupar un espacio que también les pertenece.

Recuperar ese espacio público es también recuperar nuestras voces, luchas, esfuerzos e identidades que por siglos fueron ocultadas por miedo a que despierten curiosidad, interés o, peor, indignación.

Marcela Lagarde cuando escribe sobre autonomía, expresa que es indispensable asumirnos como sujetas autoras de nuestra historia y de la misma manera como actoras, es decir, accionar para que eso suceda.

Y eso decidimos: accionamos, como nuestras ancestras lo hicieron.

Siendo niñas, muchas de las que no cupimos en el deber ser, buscamos espacios más amplios y abiertos que nos permitieran dar rienda suelta a nuestra curiosidad e inquietud, a una manera distinta y diversa de habitar la vida.

Anhelamos por años descubrir a más niñas, mujeres, alguna que se nos pareciera en forma o rostro, y que su modelo nos permitiera seguir creciendo. Que nos inspirara a ir más allá. Indagamos donde nos enseñaron que podían estar: en calles, libros y museos.

Y no, no estuvieron donde nos contaban que se registra la historia, y creímos durante siglos lo que nos dijeron: que no estaban porque no existían. Después, nos dimos cuenta de que estaban desaparecidas, como tantas más en nuestro tiempo.

Empezamos a conocer sobre la historia de las mujeres en Yucatán apenas a partir de nuestros primeros años de adultas. Una parte de nuestra genealogía que se nos negó, como a muchas de nosotras, como a todas. Darnos cuenta que toda nuestra vida habíamos estado sedientas de algo, que las preguntas y emociones que rondaban en nuestro cuerpo, tenían sentido; ya lo dijo Sor Juana, “el mundo iluminado y yo despierta”; y, estamos seguras que este sentimiento lo hemos vivido todas en algún momento, aunque no tengamos las palabras para describirlo.

Entonces, comenzamos a beber de esas historias, las de las mujeres de nuestra familia, de nuestras amigas y las que han transitado en este espacio en algún momento. Y aquellas niñas que fuimos, se convirtieron en persistentes buscadoras, y así, fuimos rastreando nombres e indagando diversas formas.

Y como creímos, nos sentimos molestas, indignadas, porque el espacio público que habitamos no nos representa.

En la calle 64 #519 de la ciudad de Mérida se reunía el comité organizador del primer congreso feminista, mujeres colectivizadas para que el evento de 1916 se pudiera llevar a cabo; hoy, es una gasolinería.

En el barrio de Mejorada está la escuela primaria de niñas fundada en 1909; hoy es la extensión de la escuela Distrito Federal.

A la redonda de ese parque existieron muchas escuelas y liceos de niñas, que fueron ocupadas por las congresistas asistentes a las sesiones de Congreso Feminista; el monumento que tenemos en este lugar es a los Niños Héroes.

A unos pocos metros, en la esquina de la calle 52 con 59, se encuentra el edificio que albergó a La Siempreviva, sociedad científica y literaria integrada por mujeres, la cual nos legó la primera revista escrita y editada por mujeres en México, esto en 1870; actualmente es un edificio sin ninguna señalización o reconocimiento y que se vende en 40 millones de pesos.

Sabemos que en el pasillo donde ahora se encuentra el café Peón Contreras, Elvia Carrillo Puerto y Rosa Torre González repartieron folletos donde informaban a las mujeres sobre la opción de decidir sobre sus cuerpos y como acción reaccionaria, colocaron el Monumento a la Maternidad.

Y ahora, después del pasado #8M, la avenida de Paseo Montejo documenta y registra el reclamo, la rabia y el dolor de miles de mujeres. Ese espacio ahora cuenta la historia que todavía nos negamos a reconocer. En esas pintas, carteles y cartulinas están nuestras historias de abuso, violaciones, agresión y feminicidios. 11 feminicidios suceden a diario en nuestro país. Y estas intervenciones también forman parte de la recuperación del espacio público y son igual de valiosas que otras acciones que podemos llevar a cabo desde otros espacios.

En la lucha por nuestros derechos, las mujeres siempre hemos caminado juntas. Y es así como desde diversos espacios hemos narrado esa historia que no nos contaron ni compartieron cuando éramos niñas.

Las mujeres hemos ido desempolvando, amplificando, escribiendo, investigando sobre nuestras ancestras, prueba de ello son las investigadoras Piedad Peniche, Georgina Rosado Rosado, Socorro Chablé, las integrantes de la Contingenta Siempreviva, y también iniciativas sobre la lucha por los derechos de las mujeres como es el caso de la Unidad de Atención Sicológica, Sexológica y Educativa para el Crecimiento Personal, A.C. mejor conocida como UNASSE, entre otras.

Y desde la escena comenzó un primer impulso para compartir ese poder simbólico que tiene el espacio público sobre el cuerpo de las niñas y mujeres, el cual se materializó con el proyecto escénico CAMINANTES. Hacia el Encuentro de la colectiva escénica Corriendo con Lobas, donde mediante recorridos por el centro histórico comenzamos a compartir esa historia que nos dijeron que no existía.

Y no conformes, decidimos ir más allá.

A mediados del año pasado 2021 conformamos un grupo cívico, plural, apartidista, de múltiples profesiones, a favor de la reivindicación histórica de las mujeres y de la igualdad de género, todas nosotras: Liliana, Jimena, Martha, Silvia, Amelia y Cindy nos encontramos realizando esfuerzos para recuperar y conservar el patrimonio cultural tangible e intangible de nuestra historia en el estado de Yucatán. Tuvimos varios encuentros, muchas ideas, mucha voluntad, convencidas de que era, de que ES POSIBLE escribir, cuantas veces sean necesarias, nuestra historia.

Decidimos realizar un proyecto para reconocer 10 sitios en el espacio público para amplificar las iniciativas realizadas por nuestras antepasadas. Realizamos una solicitud al Instituto Nacional de Antropología e Historia con fundamento en los artículos 1º y 4º de la Constitución Política de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, 1º y 2º de la Constitución Política de Yucatán y 2º de la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación en contra de las Mujeres.

Esta iniciativa fue una forma de honrar la memoria de nuestras ancestras y que se nutre de las investigaciones y propuestas de otras mujeres, porque sin el trabajo de ellas esta historia aún nos sería desconocida. Esta iniciativa también es un sueño compartido entre todas las mujeres que estamos formando parte de ello. De igual forma es un posicionamiento político para decir que las calles son nuestras y dimensionar en colectivo que las vidas y nombres que se habían borrado, que las habían hecho invisibles, eliminadas de los relatos, sin salir en las fotografías, prensa o firmas oficiales, siguen latentes en sus versos, prendas y memoria.

Se sumaron voluntades, Giovana Jaspersen, Alejandra Guzmán, Katia Rejón que accionaron para que este andar llegara a una primera estación

Al caminar nos preguntamos cuántas mujeres han transitado por las mismas calles que nosotras, qué sentían en ese momento, si algo les preocupaba, si harían un recuento de sus sueños y miedos. Es una manera de recordarnos que no caminamos solas y que todo lo que imaginamos, hacemos o soñamos está conectado con otras mujeres, con nuestras antepasadas, contemporáneas, con las que ya no están y las mujeres que vendrán en el futuro.

También intentamos trazar mapas de las rutas de las mujeres que, se aventuraron a fundar una escuela para niñas en un siglo donde todavía no era un derecho para nosotras; o bien, las que organizaron el Primer Congreso Feminista, o las que hicieron comunidad en las Ligas Feministas y las que buscaron promover nuestros derechos sobre nuestros cuerpos.

Nos imaginamos cómo serían los larguísimos pasos de Elvia Carrillo Puerto por Motul, para acercarse a alguna reunión con las Igualadas. Dimensionamos la aguda mente de Rita Cetina y lo adelantado de su hacer comunidad, pudimos casi escucharla llegando a La Siempreviva. Reconocimos el peso de las letras impresas de Cristina Farfán y lo profundo de sus palabras al ver su marca en cada lectora; la pasión de los poemas de Gertrudis, Tulita para las amigas, nos brindaron una manera distinta de sentir la vida; la firmeza y tenacidad de Rosa Torre González en la lucha por nuestros derechos; escuchamos en el timbre de la voz de Consuelo Zavala la melodía de cada niña educada, de cada mujer; en los ideales de Felipa Poot, enseñándonos en su hacer, que en manada es posible. Y así podríamos seguir haciendo un recuento, pero es cierto que este mapa únicamente lo hemos podido trazar en nuestra imaginación, porque no hay muchos rastros tangibles en las calles.

Hay muchas formas de narrar la historia, el espacio público es el libro cotidiano más accesible, está aquí para quienes habitamos, construimos diariamente, y en él, leemos nuestros tiempos y sus personas.

El pasado 8 de marzo del 2022 a las 19:00 horas, junto al acompañamiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Museo Regional de Antropología Palacio Cantón con su director Bernardo Sarvide, realizamos nuestra primera acción pública: colocamos una placa que indica que el Teatro José Peón Contreras, el cual desde su apertura, constituyó un faro que trajo a Yucatán la luz de la representación de la Vida a través de las Artes, pero nos preguntamos, ¿cómo un faro de luz podría brillar si se mantuviera el oscurantismo de la desigualdad, el oprobio de la denigración de la mujer, que es la mitad de la población? ¿Cómo podría existir el Arte sin libertad?

Y siendo un día muy importante para todas, donde conmemoramos desde múltiples espacios el Día Internacional de la Mujer, se señala que dicho  teatro fue sede del Primer Congreso Feminista de México llevado a cabo en 1916. Han pasado 106 años y hemos comenzado a resarcir, poco a poco, la deuda histórica con las mujeres de nuestro estado, que fueron invisibilizadas. Yucatán posee un legado histórico en la lucha por los derechos humanos, especialmente de las mujeres y es fundamental que más personas podamos conocer esa parte de la historia de nuestro estado, para dejar claro que esta lucha ni es nueva ni es una moda.

Estamos siguiendo la genealogía de las congresistas y también de todas aquellas mujeres valientes y brillantes, cuyas historias han sido menospreciadas o ignoradas.

En este tránsito nos encontramos todas, desde ellas nos vimos también y supimos que ya no estábamos solas. Es así como podemos llegar hoy aquí, con las de antes y las de ahora, asegurándonos de que ya no nos falte ninguna. Especialmente por las que ya no están, y por las de mañana. Para que ninguna niña se sienta invisible y siempre sepa que hemos sido muchas, y que las calles, los libros, los museos y cada segundo de la historia, también les pertenece. Porque gracias a las más de 600 mujeres que se pronunciaron hace 106 años, hoy todas tenemos voz.

Esto apenas comienza y esperamos que este sea el inicio de un agenciamiento ciudadano más participativo, de nuevos modelos de gobernanza, que si bien esta ha sido una iniciativa ciudadana, también estamos conscientes que estos esfuerzos  deben ser acompañados con acciones concretas desde el poder legislativo, ejecutivo y judicial para que continuemos con el avance por los derechos de las mujeres. Siendo un llamado para que las autoridades pertinentes se unan, participen y generemos un diálogo más cercano que se concrete en acciones puntuales. Hacernos visibles también significa recordar lo que nos hace falta.

Gracias por comprender que esto ya no se trata del ahora, no se trata de nosotras, sino de las futuras infancias, a las que les podamos contar cómo fue, y cómo en colaboración logramos cambiarlo. Porque si borran nuestras historias, las volveremos a pintar en las paredes, en los monumentos, en las calles, en las piedras; porque nunca más seremos borradas.

Si la maestra Rita Cetina estuviera con nosotras en este momento, seguramente diría:

“¡Mujeres, unión, fraternidad,

sacudid la inacción,

alzad la frente, levantad con orgullo la cabeza

y podremos decir con entereza

que alcanza cuanto quiere la mujer!”

Tocaba a Yucatán la gloria de enarbolar el estandarte emancipador de la mujer.

Ahora, los visitantes de este emblemático punto central de la ciudad podrán leer que nosotras estuvimos ahí y que ahí las maestras feministas nos enseñaron a luchar.

Para que siempre digamos orgullosas: Ya no somos invisibles.

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JG