Cultura

Parturientas: Unipersonal sobre la violencia obstétrica

La violencia obstétrica es uno de los sufrimientos que una mujer padece y que muchas veces es enmudecido
La idea en su fuero interno era potente y clara: traducir en escena la terrible vivencia que había marcado / Especial

Para miles de mujeres, la violencia obstétrica -término que reúne las agresiones que se cometen sobre el cuerpo y la mente de las personas gestantes durante el parto- constituye uno de esos instantes de sufrimiento enmudecido. Un ataque a los derechos reproductivos que se da, además, en una situación de máxima vulnerabilidad y que apenas empieza a ser reconocido oficialmente. El dramaturgo y director Ángel Fuentes Balam aborda el tema en una obra de teatro.

Génesis de la obra

Era el año 2017 cuando conocí a la actriz y productora Coralia Ancona. Descubrí en ella a una artista entregada, leal y excéntrica, que desde el primer momento parecía habitar en una mente vertiginosa que complementaba mi visión del teatro: si no se hace con las vísceras, para purgar la sombra de nuestra consciencia, si no estamos dispuestos a arrancarnos las uñas cuando una escena lo requiere, es inútil hacerlo. Ni ella ni yo soportamos el Teatro tibio, el falso, el que busca congraciarse con el poder y los movimientos sociales, pero nada más en la superficie.

La idea en su fuero interno era potente y clara: traducir en escena la terrible vivencia que había marcado por largo tiempo su maternidad: la violencia obstétrica que sufrió en sus procesos de parto, en los centros de salud de Yucatán. 

Al encargarme de la dramaturgia y, posteriormente, la dirección, me sumergí en la crónica de los horrores que ella padeció en los corredores hospitalarios de la “Ciudad Blanca”. Le pedí que su testimonio llegara con la fuerza del recuerdo, lanzado desde la memoria del cuerpo y la psique herida: comenzaba, se cortaba, volvía a comenzar, había llanto, frustración, vulnerabilidad… Poco a poco, escuchándola, pasé de la sorpresa a la indignación, luego a la ira, la impotencia, y un arrebatador sentido del deber: sabía que esa historia debía contarse. Lo sabía, porque en las palabras de Coralia se hallaban también las palabras de mi madre, aquellas veces que me había contado cómo era el maltrato de doctores, enfermeros, enfermeras y personal de servicio, hacia las mujeres que estaban próximas a traer una vida más al mundo.

Mi imaginación era pequeña para comprender el terror que pasaron mujeres de mi familia, colegas, amigas, en lo que debían ser los momentos más felices de su vida.

Al escribir la obra, tanto Coralia como yo, decidimos que no iríamos hacia el camino del documental bruto, mucho menos deseábamos transitar al melodrama para conmover a guisa tramposa; queríamos que Parturienta, ese personaje que pasaba a representar a nuestras mujeres víctimas de tal violencia, hablara con nada más y menos con la verdad. Y decidimos que hablaría como su creadora lo hizo: riéndose de las escenas surrealistas que, a fuerza de recordar, parecían más y más absurdas. 

Fue así que entró al proyecto la carismática actriz Yulliana Vargas, quien, para darle a la obra la energía que faltaba, se encontraba embarazada; ese fue el engrane perfecto que pondría en marcha un texto que jugaba con la comedia más amarga, una obra que también pasó a ser una visión de la maternidad distinta, ya que desde las anécdotas de ambas actrices fue dotándose de una brutalidad deliciosa, una ternura destazada, derribando clichés y convencionalismos sobre el proceso de ser madre. Ya lo dijo Diderot: el autor ha creado a la bestia, pero la actriz la ha hecho bramar.

Deseé, desde mi trinchera masculina, como un ser de comprensión limitada ante aquella genuina tortura, que la fuerza de mi pluma honrara a las víctimas conocidas y desconocidas de ese mal que es necesario erradicar. Dialogar con Parturienta fue una lección vigorizante y didáctica, que me hizo cuestionar los privilegios propios y ajenos, y observar el prisma filoso de la violencia obstétrica, comprenderla como problema estructural, racial, misógino y de clase.

Espero haber podido honrar a esas mujeres cuya maternidad no fue secuestrada a pesar de haber sido víctimas del trato inhumano en el sector salud. Espero que el lector, se pueda quedar con algo de esa llama que nos encendió al comenzar el proyecto.

Parturientas se escribió sabiendo que las lágrimas, la sangre y el ruido, se transforman al final en el silencio, ese silencio que entre madre e hijo se construye, cuando, luego de nacer, ninguno más que ellos existe.

Basada en un testimonio e idea original de Coralia Ancona

(Fragmento)

A la entrada del público, PARTURIENTA está en espera de su turno para ser atendida. Las llamadas ocurren mientras ella vigila, se duele, respira, se incorpora con dificultad y se sienta, atribulada.

A la luz.

1

Antesala

Parturienta.-     Ultrajada

                         usada

                         manoseada

                         costurada

                         picada  y con hemorroides.

Menos 20 estrías / negrura de ojeras / dos metros de piel caída / talón rajado / pezón agrietado / aliento fétido / niñez sangrienta /  amargo embarazo.

Enfermera 1.- No seas puerca.

Enfermera 2.- Ya te cagaste.

Enfermera 1.- Hay que limpiarte.

Enfermera 2.- ¿Va a nacer tu hijo en la mierda?

Enfermera 1.- ¿Cuál es su nombre? ¿Edad? ¿Sexo? ¿Cuántos meses tiene? ¿Fecha de la última regla? Sí, exacta, señora. ¿Nombre del marido? ¿Edad? ¿Es su esposo-esposo o su concubino? Ah, mire nada más… Es usted una de esas, una jipi. ¿Última relación sexual? Sí, es importante. ¿La tiene grande su esposo? (Niega con la cabeza, en señal réproba) Ajá, sí. Chiquita entonces. ¿Diámetro de sus pezones? ¿Coloración? ¿Café lodo, Pantera Rosa o arenita de Cancún? Ajá, sí señora, es importante. Usted debe contestar todo, ¿quedó claro? ¿En qué posición concibieron al niño? ¿Misionero? ¡Dígalo! ¿Qué música le gusta? ¿A qué equipo le va? Vamos a valorarla.

Parturienta.- Siete enfermeras preguntando esa letanía, una tras otra, hasta volverte un robot que contesta sin pensar, sin importar ya si dices algo de más. Todas hurgando en tu vida. Juzgando. Cíclopes que dibujan sonrisitas burlonas y te miran como a un animal lleno de porquería. Luego te dejan ahí, sola. Oyendo los quejidos de las mamacitas jodidas, una bola de viejas hechas bola gimiendo de dolor, negando la verdad: aunque grites y te quejes, nadie te pela, a nadie le importas, ese proceso del embarazo donde todos te cuidaron y te hicieron creer que eras una muñequita de porcelana, una heroína, un sueño… ahí, en el Seguro Social, se rompe, se destroza la idea: eres una más, un número, una boca más que se lamenta. ¿Ya viene el doctor?, preguntan todas, quejándose, lloriqueando. Doooctoor, enfeeermeeeraaa. Meee dueeeleee. ¡Ya lo sé, señora, espérese!, te suelta una enfermera. Y te sientes como una niña, indefensa, sin nadie que te toque la mano. Lo único que quieres es eso: que te toquen la mano. Sin hablar, sin opinar. Toca mi mano. ¡Señora, ¿qué le pasa?!, contestan. Yo echa una tabla en la cama. Sin poder moverme: una cama dura, sucia, oxidada, fría. No hay ni una triste, una pinche almohada (se tapa la boca). Aguanta, aguanta. La espalda se me quiebra por el peso de una panza monstruosa. La tomo, la acaricio. Sola yo, con un niño envuelto entre mi piel. Recuerdo casi toda mi vida, mi ilusión. No mames (se tapa la boca). La vida es un interminable acto de parir. Y vienen varias imágenes: las dos rayitas en la prueba de embarazo: el golpe de miedo y emoción. Cositas de baby, llenando los cajones, cachetitos, maravilla. Cuando aquél se vino adentro, cuando espuma-estrella-mierda-foco. No. Retrocedo más.

2

Niñez

Parturienta.- Cuando el primer encuentro con la vida es más doloroso que placentero. (Llora como recién nacida). Cuando no está tu madre agarrándote en el primer brote de necesidad. (Llora) Cuando tu alimento no está en sus tetas. (Llora). Cuando ya decidieron escuchar a los demás antes que a mí. (Llora.) Me darán de comer cuando pasen tres horas para que no esté desnutrida y me despertarán si duermo, podría ser que deje de respirar. Lloro y vuelvo histérica a Madre, no acepta que la vuelvo loca, que me detesta, que no se imaginó que sería así, que quisiera meterme a fuerzas otra vez a su útero. 

Y unos añitos más y llegará la era de las muñecas. Madre dirá: juega con ellas. Padre dirá: juega con ellas. Los tíos, abuelos, primos, vecinos, amigos, el pueblo, la nación entera: ¡juega, juega, prepárate para abrir las piernas, para sacar a un niño, dos, cuarenta o cien, sé Madre! Mira qué bella ropita de bebé, mira qué bien huele; estarás en una burbuja, en un cuento de hadas interminable. Así debe ser, desde niña me programaron para cargar este vientre hinchado.

3

Pubertad

Parturienta.- Los innombrables          pene-vagina.

El brassier de varilla.

El mítico condón.

La nueva palabra “ORGASMO”.                         Las fiestas de luz y sonido.

Mi primer tacón.

Las pijamadas.

Desodorante / Toallas femeninas / Sangre de purasangre.

Los XV años. (El Danubio Azul) Ti riri ti rí, tin tin, tin tin… Ti riri ti rí, tin tin, tin tin… Ti riri ti rí, tin tin, tin tin… Te embuten en un pastel de tela, con un peinado alto, llena de brillantina y alegría. Escogen por chambelanes a los hijos de alguna amiga de tu mamá o tía lejana que ni conoces y que además ni bailan bien o bailan como vieja y lucen más que la quinceañera. En realidad todo es elegido por Mamá, hasta los invitados. Si acaso te darán unos cuantos “intransmisibles” para invitar a tus amigas, y sus madres se ofenderán por no haberles dado invitación. Ensayarás, entonces, el baile moderno: todos esperan ese para verte con poca ropa, y que muestres eso que sólo en ese baile puedes mostrar, tus nalguitas contoneándose al son de la música moderna, tu estrecha rajita apretada en una licra de color violento, el cambio de niña a mujer. La presentación en sociedad que aplaude; el padrino borracho que no deja de mirarte las tetas y los muslos. La familia que dice: ahí está la niña, ya se la pueden coger para que tenga descendencia.

4

Ingreso

Parturienta.- Miércoles, 24 de junio 2009. Mañana, 7:30 a.m. Creí que todo sería color de rosa, con mis cositas ordenadas, pulcras, como niña bien portada en su primer día de escuela, con toda la energía, el entusiasmo de que mi hijo, mi primer hijo, iba a llegar al mundo. A este mundo acabado y atroz. Había leído muchos libros, vi videos, me preparé para la maternidad, como un soldado que arma su fusil para la guerra. ¡Bang! Y esperaba ser la radiante embarazada que había soñado, tocada por angelitos luminosos. ¡Bang! No es cierto. Las embarazadas son horribles. Huía de los espejos: estrías, ¡bang!, hinchazón, ¡bang!, vellos exaltados, tan duros como púas eléctricas, ¡bang!, aliento fétido de muerto séptico, ¡bang!, se te salen los pedos aunque no quieras, ¡bang!: (Cae como muerta) Her-mo-sa, que her-mo-sa te ves de embarazada. Y vives esa contradicción. Te sientes horrenda, pero todos te dicen: ¡Qué preciosa mamá! Entonces no  tienes idea de quién eres. Te tocan la panza, como si diera suerte. ¡No me la froten que no soy el chingado Buda! ¡El bebé pateó! Y la piel se agranda como una ola de carne. Náuseas. El niño jugando en el laberinto de mis tripas: su primer laberinto.

Y ahora estaba ahí: entrar en el hospital parecía entrar al matadero: frío y oscuro, con su olor a hospital que da más náuseas que las volteretas de mi hijo.

Al llegar a una habitación donde otras futuras mamis no paraban de dolerse, lloro: no había camilla para mí. Me consiguieron un canapé. “¡Canapé!” ¿Qué eso no es una galleta? Ninguna mujer tiene zapatos. Una obesa posparto frente a mí, con piernas como de jamón, vendadas, intentaba dormir. Me recuesto en el dichoso canapé. No hay almohadas.  ¿No hay almohadas, no hay camillas, no hay respeto por nosotras? ¡Ay! ¿Y el doctor? ¿Y el doctor? ¿Quién es el doctor aquí? Y mi quejido se interrumpe de golpe con la gangosa voz de una enfermera:

Enfermera.- Hay riesgo, hay posibilidad de cesárea.

En sus marcas, listos: ¿cesárea?

Desde ahí comenzamos mal. Tienes 41 semanas de embarazo prolongado. Mis lágrimas caen: cesárea. Me visto con dificultad con una batita manchada de sangre.

Mi esposo se lleva las cosas. Me quedo sola, abrazándome la panza.

5

Inseguridad Social

Entra en tropel de gallinas un escuadrón: una bola de practicantes haciendo bulla y entrevistándome, todos colita del máster no tan máster. Hacen tanto ruido y movimiento que yo no escucho mi propia voz al decir: cuarenta, cuarenta semanas.

Catéter: mis venas atolondradas no se prestaban para la ocasión. ¡Auch! Una aguja entró y ardió. Me dejo llevar, respiro, no debe haber tensión. Otro piquete, y otro. La aguja se sale.

Practicante.- Señora, no se mueva.

Yo no me muevo. Eres tú la pendeja que no aprendió nada en su escuelucha. Soy una persona, no una muñeca. Pero ahí adentro, no importas: te vuelves un maniquí de prueba para los practicantes.

Máster-Enfermera.- Así, no. Espérate.

La enfermera, la mera mera, la de canas seguras, me coloca el catéter. Me sacan dos tubos de sangre.

Máster-Enfermera.- ¿Ya vieron cómo, pendejos?

Bueno. No lo dice, pero seguro lo piensa.

Me regalaron una bolsita de glucosa. Lágrimas.

Máster-Enfermera.- Tienes que estar relajada, ¿por qué lloras?

Parturienta.- No quiero que sea cesárea.

Máster-Enfermera.- Ahorita lo checa el doctor. Tranquilízate.

Parturienta.-  A qué hora va a suceder todo. Además no quiero que me abran vertical como una res.

Máster-Enfermera.- Veo que ya averiguaste todo. ¿Sabes qué pasa si el cérvix se rompe? La persona muere, eso le pasó a una paciente.

Parturienta.- Ni modo que no. ¿Por qué me dice eso?

En eso entra un dizque médico con traje café, gorro cholo. Leía mi expediente como otros diez mil practicantes, debatiendo las semanas de embarazo, tampoco él era el doctor.

¿Y entonces?  ¿Quién es el doctor aquí?

Pasan las horas. Dilato.

Llega un practicante y verifica el estado de dilatación. Te mete los dedos. Ni siquiera un: Señora, ¿cómo está? Sólo la información fría y necesaria. Horrible. Siento el pudor. El dolor.

Pasa el tiempo. Me duelo. Respiro. Siento abrirme, me vuelco. Ya viene.

Llega otro practicante al cabo de un rato y te vuelve a checar, te mete los dedos. ¿Otra vez?

Al menos que no me toquen como si fuera cualquier cosa.

Y llega otro. Y otro. Un carnaval de manos viola tu cuerpo: eres esa muñeca de carne en la que los practicantes aprenden, con sus rostros indiferentes y gestos mecánicos. Un monstruo de mil manos que ensucia la puerta por donde tu hijo entrará a este mundo. Cierro los ojos. Aguanto.

 ¡Respétenme! Quiero gritar. Pero tu cuerpo no es más que una cosa, un instrumento vacuo. Eso sientes. Un animal que cualquiera vestido con bata puede penetrar.

Yo no quiero esto. Yo quiero alguien que me toque con cuidado, que me haga sentir segura. No que me estén “dedeando” a cada rato como un trozo de carne cruda. El “Seguro Social” da una terrible inseguridad, es un criadero de manos frías y cortantes.

¿Por qué las personas eligen estudiar medicina y deciden estar con las parturientas y con los recién nacidos? ¿Por qué no muestran ni tantito respeto ni humanidad ante las mujeres que dan a luz?

¿Por qué deshumanizan el acto más humano?

¿En qué semestre de la escuela de medicina les enseñan a ser unos cascarones sin alma, unos grotescos payasos que incluso se burlan y minimizan tu sufrimiento? Y no puedes hacer nada. ¿Cómo reclamar, protestar, demandar tus derechos, si se te está yendo la vida en el parto?

Sí. Es una realidad violenta, más asquerosa que los baños de hospital. Los practicantes, las enfermeras, los doctores, se burlan:

Enfermera.- ¡Cállese! Ahorita si grita, pero cuando tenía bien abiertas las patas y le estaba “dando” su marido, bien que lo disfrutó.

Parturienta.- Siento que se va a salir algo, tengo ganas de… de cagar, ayúdenme.

Enfermera.- ¡Iugh! Aguántese.

Parturienta.- No… Ya… Lo siento. Lo siento. Es hora.

6

Expulsión

¡Expulsión! Gritan enloquecidos. Cada vez que una parturienta siente que se le salen las entrañas.

“Tengo ganas de cagar”, gritan. Y las llevan. “Párese. No va a nacer su hijo en la mierda”.

Expulsión: el lugar donde al fin se da a luz.

Cuando estoy lista preparan todo: se me acerca una figura de blanco, fantasma de pesadilla, con unas tijeras.

En México la episiotomía es para todas. No preguntan si quieres que te la realicen y no meditan si es necesaria. Cuando me cortaron el perineo me dijeron que sólo iba a sentir un piquetito, no fue un piquetito, son varios centímetros de carne. Qué importa un poco más de dolor si ya he llegado al límite. Pero ese corte debe ser opcional. No. Ellos toman las decisiones por ti. Tú no vales nada.

Yo pensé que me mantendría limpia y tranquila. Y mi cuerpo terminó lleno de sangre luego de la incisión. Llegan la enfermeras y colocan papel estraza bajo tus nalgas para que no se manchen las sábanas y el suelo. Papel estraza… El mismo que se usa para las tortillas… Todo era parte de un show grotesco e inverosímil. ¡Pero si va a nacer un niño! Es algo milagroso. Y esto. Todo esto. Toda esta violencia y dejadez, todo este descuido… Es una pesadilla. No. No es una pesadilla. No voy a dejar que me quiten la belleza.  

Me agarro de los barrotes de la cama, temblando, con un dolor terrible, sintiendo como el bebé quiere salir. En  medio de ese dolor tan horrendo, ni siquiera me doy cuenta que el tan esperado doctor ya ha llegado y es él quien ordena que me trasladen a “Expulsión”.

Se me sale algo del cuerpo. Me cortan la fuente con unas tijeras. Todo es veloz y al mismo tiempo, eterno. Se me sale. ¡Se me sale!

Enfermera.- No puje. Va a lastimar la cabeza.

¿Por qué me regañas, enfermera pendeja? ¡No estoy pujando, ya llega, solito llega! No lo hago yo. Ya llega.

Doctor.- Jala las piernas, respira.

Respiro. Respiro. Pujo. Respiro. Pujo. Sale la cabeza. Ya no pujo. Sale. Sale completo. Algo me es arrancado, algo se va de mi cuerpo para siempre.

¿Y la famosa nalgadita? ¿Y el llanto? No me lo ponen al lado para verlo, para mirarlo. Acaba de llegar al mundo. Quiero ser lo primero que perciba. ¿Dónde está? No sé nada de él.

Un piquete para la anestesia y para la costura de mi perineo. Aún no sale la placenta.

Parece una broma macabra. ¡No! No costures, inepta. Todavía no sale la placenta. Me costuraban con la placenta aún adentro. Mejor costurarme los labios vaginales y los labios de mi rostro para no gritar. Para no describir esta vergüenza de lugar.

Saco la placenta. Pero para ese punto, la anestesia se va de mi cuerpo. Entonces, me costuran y siento cada movimiento: cada pinchazo, cada trozo del hilo de carnero entrando en mis pliegues, en esa zona tan frágil, un dolor insoportable. La practicante lo hace mal. ¡Lo hace mal! “Me equivoqué”, dice. Quita la costura y vuelve a empezar, sin importarle mi gesto de dolor. Parece mentira la estupidez humana. Escucho como entra el hilo y sale de mí. Rasca. Siento el dolor agudo y espantoso. Imagino mi vagina rota, temblorosa, llena de sangre, dilatada, inútil, ultrajada. Hilo de carnero para que el cuerpo lo absorba. Hace unos años no se usaba esto. Hemos avanzado.

Y cuando creo que los animales de hospital no pueden ser más inhumanos y estúpidos, escucho a una enfermera:

Enfermera.- Señora, ¿quiere ver su placenta?

¡¿Qué?! ¿Para qué quiero verla? ¡Quiero ver a mi hijo! Por Dios, acabo de traer vida al mundo. ¿Para qué coño voy a ver mi placenta? Parece carne molida.

Enfermera.- ¿Entonces no?

Enfermera enferma. Me imagino a esa mujer con mi placenta, mostrándosela a todos, orgullosa: un trompo: la asa, le pone cebolla, cilantro, tomate. Prepara taquitos de mi placenta para todo el hospital.

Otra enfermera “amable”, haciendo alarde de racismo y mala vibra, dice:

Enfermera.- Qué bueno que su hijo está “güerito”. No como los niños de aquí: “malixes”. Sólo que su panza quedó un poco fea, llena de estrías.

Pero ya me da igual. Sólo estoy desesperada por ver a mi niño.

Exhausta, caigo rendida y todo se hace niebla.

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JG