Por Ele Carfelo
Muchas veces, en mi columna he tratado el tema de la trilogía, los tres verbos que deben conjugarse en el ruedo: AGUANTAR, TEMPLAR y MANDAR. Esto ha sido una gran verdad, desde que el toreo se bajó del caballo, desde que un hombre se enfrenta a un toro en un redondel, para burlarlo con un engaño en las manos. Hoy, vamos a considerar un importantísimo concepto del toreo, enunciado, nada menos que por JUAN BELMONTE, “el pasmo” de Triana, el hombre que revolucionó el toreo, quien condensó en pocas palabras, una de las MAXIMAS del toreo, y ahora, serenadas determinadas pasiones, desaparecidos los motivos de algunas discusiones y opiniones de personas conocedoras del quehacer taurómaco, pues el enunciado y estudio de estos conceptos, se pongan muchas cosas en su lugar. Estas fueron las palabras de Belmonte: “EL RIESGO INMINENTE QUE VE EL PUBLICO EN EL TOREO, TIENE QUE IR ASOCIADO, AUNQUE PAREZCA UNA PARADOJA, CON UNA GRAN SENSACION DE DOMINIO Y DE ARTE, AL LADO DEL TORERO”. Porque torear, no es sólo arriesgar la piel, exponer el cuerpo a las afiladas astas de los toros. Es cierto que ese riesgo tiene que existir, y es verdad que en cualquier momento de la lidia, la cornada puede surgir. Pero quien va a los toros con conciencia, debe buscar en el espectáculo, alguna cosa más, no puede ni debe contentarse con la perspectiva de un percance. Debe, ante todo, desear que el diestro sepa evitar ese acontecimiento doloroso, con su DOMINIO sobre su adversario. Y Belmonte, después de su enunciado, agrega: “Yo creo que logré producir en el público, esa sensación de que podía con el toro, de que lo dominaba, y al mismo tiempo, de que el toro me podía matar en cada lance”. Y así es, el diestro, al torear de verdad, debe darnos la impresión de seguridad, y de que puede con el toro, pero también de que la tragedia pueda suceder en un instante, y saber evitar en todo momento, la cornada. Porque torear, es siempre poder con el toro, dominarlo, nulificando el riesgo inminente. No es ponerse delante de un toro con un trapo en las manos, sin saber lo que ha de hacerse. Eso lo hace cualquier temerario con osadía, siempre confiando en su suerte y en la providencia, porque eso, es muy poco, casi nada para un torero.
Es preciso, pues, DOMINAR. El dominio es base indispensable del toreo. Y dominar es saber disponer de los instintos del toro, mediante la práctica INTELIGENTE de los recursos técnicos de la lidia, según decía el enciclopedista taurino Don José María de Cossío. Cuanto mayor es el dominio, más seguridad existe. Y el conjunto de esas circunstancias, es lo que da forma a la belleza del espectáculo.
Y si al dominio y la seguridad sumamos EL ARTE, LA GRACIA y EL RITMO, tendremos entonces la fiesta en toda su plenitud. En el toreo debe haber, entonces, tal vez en partes iguales, EL RIESGO, EL DOMINIO y EL ARTE. Y esta es la trilogía que se completa en un todo verdadero: LA FIESTA DE LOS TOROS. Y el mejor torero será, pues, aquél que sepa dentro del RIESGO, DOMINAR CON MAS ARTE.
¡Claro!, AGUANTANDO, TEMPLANDO Y MANDANDO.