Por Ele Carfelo
He leído tanto acerca del período de tiempo que los periodistas taurinos de la Historia de la Tauromaquia han coincidido en llamar “LA EPOCA DE ORO DEL TOREO”, que se hubiera encantado vivir en aquellos días, porque el sólo leer las crónicas de los críticos que los vivieron, me emocionó. Sabemos que los principales protagonistas de tan gloriosa época, fueron los toreros españoles José Gómez Ortega “Joselito”, y Juan Belmonte García, ambos sevillanos, y el mexicano Rodolfo Gaona “El Califa de León de los Aldames”.
De todos los críticos cuyos testimonios he leído acerca de los acontecimientos de este período, disfruto más los que escribió el que yo considero el mejor de ellos: Don Gregorio Corrochano. Y en estos días de “ociosidad taurina”, leí esta anécdota, y volví a emocionarme, por lo que voy a resumirla hoy en mi columna, con párrafos de la crónica que Corrochano escribió para el periódico madrileño ABC, acerca de una corrida en la que alternaron en la Plaza de Madrid, estas tres históricas “Figuras del Toreo” que acabo de mencionar; menciono, antes de comenzar, recordando que de estos tres toreros, “Joselito” y Gaona, eran dos banderilleros excelsos, como, dicen muchos, no ha habido otros en la historia… y copio ahora, palabras textuales de Corrochano:
“Yo me tenía por un hombre sereno, frío, inmutable, ajeno a ese entusiasmo que sube del ruedo a los tendidos y baja como un mar en resaca del tendido al ruedo… Confieso que lo sucedido en el ruedo de Madrid me hizo perder la serenidad ayer… surgió mi flaqueza por primera vez en mi vida… se me saltaron los tendones y los nervios, y perdido ya el dominio sobre mí, caí como un guiñapo en el tendido, y fui uno más en dar gritos, llevarme las manos a la cabeza, perder la serenidad… Sucedió que durante la lidia del quinto toro, “Joselito” ofreció los palos a Gaona, y cada uno clavó dos pares de banderillas, con perfecta ejecución, elegancia sin par, de una incomparabilidad única, tanto, que el público quiso expulsar a Belmonte de la competencia… surgieron gritos de ¡LOS DOS SOLOS! ¡LOS DOS SOLOS!, dando a entender que Juan nada tenía que hacer en la Plaza.
Cuando salió el sexto toro, Belmonte estaba interiormente destrozado, y se fue hacia el toro dolorido, comiéndose las lágrimas y acaso preguntándose ¿Pero es que ya no soy nadie? ¿No tengo historia? ¿No he hecho nada en el toreo? ¡Yo creí que la anterior tarde que toreé en Madrid, en la corrida de la Cruz Roja, creí que tuve mi tarde más completa!… ¿fue un sueño?”.
“Pero lo que fue un sueño fue lo que hizo ayer Belmonte. Con la mano izquierda giraba en un pase natural, la cintura rota, y, al rematar, cogía al toro antes de abandonar los vuelos de la muleta, los pies clavados, se los pasaba al otro lado con un pase de pecho, más artístico, más valiente que el natural, y así, alternando estos dos pases admirables, base de todo el arte de torear, el torero creciéndose, superándose a sí mismo en cada lance, toreando hiperbólicamente, como nunca le vimos torear, hizo la faena justa, precisa, como la soñaban los grandes maestros. Aquí fue cuando perdimos la serenidad.
Nunca sentimos emoción igual… los que antes gritaban a Gaona y a Joselito, “LOS DOS”, “¡LOS DOS SOLOS!”, se echaron al ruedo a pasear en hombros a Belmonte aclamando al autor de la joya del toreo que había creado en el albero madrileño”.
“Belmonte se había transfigurado, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se había borrado a sí mismo. Nunca vi más arte puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No toreaba para nadie, me pareció más bien, que puso el punto final a la historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá”.
“¡Cuánto siento tener que volver a los toros! ¡De qué buena gana me retiraría del tendido, para que otras tardes no vinieran a enturbiarme la visión que tengo de esta faena que siempre recordaré!… “¡Ah, sí, Belmonte! ¡Juan Belmonte! GREGORIO CORROCHANO.