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Entretenimiento / Virales

Metodología de los 'por qué”

Marta Núñez Sarmiento*

XXXIII

No, no escribí una grosería. Se trata de la exclamación que orgullosamente gritan los chilenos para expresar su amor a la patria. La escuché por primera vez cuando la gritó uno de los miembros del Congreso Nacional perteneciente a la Unidad Popular mientras investían a Salvador Allende con la banda presidencial, el 4 de noviembre de 1970. Conocí después que en 1965 el poeta Fernando Alegría escribió la letra de la canción que tituló con esas palabras, canción que describe los momentos de nostalgias, reflexiones, furia, tristezas, melancolías, alegrías, esperanzas y combates del pueblo chileno.

Ese grito me sale del pecho constantemente en La Habana cuando veo cómo desde mediados de octubre los chilenos se lanzaron a las calles para reclamar no solo que se vaya Piñera, sino para exigir el fin del neoliberalismo y que se acuda a una Constituyente que elabore una nueva Constitución que borre de la faz de la tierra de los copihues y de las blancas cordilleras la que les impuso el dictador Augusto Pinochet.

Hay un video que me envío mi amiga colombiana Zheger Hay Harb, colaboradora de POR ESTO!, que muestra a un millón de chilenos que colman la Plaza O’Higgins, que se extienden por toda la avenida que bordea el río Mapocho hasta el infinito. Gritan consignas que rememoran aquellas que entonaban los chilenos la noche del 4 de septiembre de 1970 en la Alameda cuando Allende ganó las elecciones presidenciales, a las que les inyectan reclamos actuales. Tal es el caso de “¡El que no salte es ‘paco’!” (mote que designa a los carabineros que están masacrando a los insurgentes de hoy, como lo hicieron durante la dictadura), que retoma aquella de “¡El que no salte es momio!”. “Momios” eran los seguidores de Alessandri, contrincante ultraderechista de Salvador Allende en 1970. Exclaman como siempre “¡El pueblo unido jamás será vencido!”.

Por el trayecto que marca esa multitud pasaron en un auto descapotable Salvador Allende y Fidel Castro a mediados de noviembre de 1971. ¡Cuántas esperanzas traían! Fue el inicio de una visita nada protocolar que se extendió por casi tres semanas, que fue acogida con un derroche de admiración hacia el líder cubano a todo lo largo de Chile y que también tuvo el colofón de una descolorida marcha de las burguesas con sus empleadas domésticas por las calles del Barrio Alto machacando cacerolas que las primeras nunca habían tocado.

Pues ahora los chilenos de todas las clases sociales y de todas las tendencias políticas se unen, ¡al fin!, para que se acabe el sistema que tiene a la mayoría viviendo mal, ganando muy poco, sin un acceso adecuado a la salud y a la educación; con alzas de todo menos de los sueldos, ninguneados y tratados como ciudadanos de segunda, con pensiones de hambre. Ellos exigen que finalice la privatización de los recursos naturales, que incluye, increíblemente, hasta el agua. Claman porque se termine con un gobierno inoperante, corrupto, repudiado junto con toda la clase política que lo refuerza en el poder.

“¡CHILE DESPERTÓ!!!!, se lee por todas partes a la vez que se canta “El derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara.

Una amiga muy querida de mis años de estudios en la Maestría de Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) me escribe: “¡Esto aquí sigue... el gobierno no responde a la altura... y el pueblo está determinado a ser escuchado! Tenemos casos de torturas y violaciones. El horror que vivimos en la dictadura se agita… y vamos a saber quiénes son los perpetradores”.

Por todos estos hechos, por la huelga general que está en pie, hoy 30 de octubre mientras escribo este artículo, confesé desde el título que hay momentos en que no puedo balancear mi compromiso con los sucesos que sacuden a Chile y el distanciamiento que debe regir la conducta de una científica social.

No sé adónde conducirán estas explosiones populares contra el neoliberalismo, contra Piñera y a favor de una nueva Constitución. Temo que la represión sea tan brutal, o incluso mayor, que la que denuncian los videos que difunden las redes sociales y que censuran las transnacionales de la información. Solo confío en que ya no impera la desunión de aquellos años en que gobernó la Unidad Popular y que condenó a los chilenos a una sangrienta dictadura. América Latina vive una ola de repudio a las desigualdades que impone el neoliberalismo, que se manifiesta de maneras muy distintas, demostrando que no somos el patio trasero de los Estados Unidos que soñó y aún sueña la Doctrina Monroe.

Les invito a cantar junto a los chilenos El derecho a vivir en paz que Víctor Jara compusiera en 1970.

Para concluir este trabajo tan desprovisto del distanciamiento, reproduzco fragmentos de la letra de ¡Viva Chile, Mierda!, compuesta por Fernando Alegría, que responderá “por qué” los chilenos identifican su patriotismo con esta frase.

Cuando se viene el invierno flotando en el Mapocho

Como un muerto atado con alambres, con flores y con tarros.

Y lo lamen los perros y se aleja embalsamado de gatos.

Cuando se lleva un niño y otro niño dormidos en su escarcha,

y se va revolviendo sus grises ataúdes de saco,

digo enfurecido, “¡Viva Chile, Mierda!”

Cuando en noche de luna crece una población callampa.

Cuando se cae una escuela y se apaga una fábrica.

Cuando fallece un puerto en el Norte y con arena lo tapan.

Cuando Santiago se apesta y se oxidan sus blancas plazas.

Cuando se jubila el vino y las viudas empeñan sus casas,

Digo “¡Viva Chile, Mierda!”

Me pregunto de repente y asombrado,

¿por qué diré Viva Chile Mierda y no Mier…mosa Patria?

Quizás en mi ignorancia repito el eco de otro eco:

“¡Viva!” dice el roto con la pepa de oro entre los dedos.

“¡Chile!” dice el viento al verde cielo de los ebrios valles.

“¡Mierda!” responde el sapo a la vieja bruja de Talagante.

¿Qué problema tan profundo se esconde en las líneas de mi mano?

¿Es mi país una ilusión que me sigue como la sombra al perro?

¿No hay Viva entre nosotros sin su Mierda, compañeros?

La una para el esclavo, la otra para el encomendero.

La una para el que explota salitre, cobre y carbón,

ganando la otra para el que vive su muerte subterránea

de minero.

Y como penamos y vivimos en pequeña franja de abismo

Frente al vacío,

Alguien gritó la maldición primero.

¿Fue un soldado herido en la batalla de Rancagua?

¿Fue un marino en Angamos?

¿Un cabo en Cancha Rayada?

¿Fue un huelguista en la Coruña?

¿Un puño cerrado en San Gregorio?

¿O un pascuense desangrándose en la noche de sus playas?

¿No cantó el payador su soledad a lo divino

y a lo humano se ahorcó con cuerdas de guitarra?

¿No siguió al Santísimo a caballo

Y a cuchillás mantuvo al diablo a raya?

¡Ah, qué empresa tan gigante para destino tan menguado!

Entre nieve y mar, con toda el alma,

Nos damos contra un rumbo ya tapiado.

Por consecuencia, en la mañana,

Cuando Dios nos desconoce,

Cuando alzado a medianoche nos sacude un terremoto.

Cuando el mar saquea nuestras casas

Y se esconde entre los bosques.

Cuando Chile ya no puede estar seguro

De sus mapas y cantamos,

Como un gallo que ha de picar el sol en pedazos,

Digo con firmeza, ¡Viva Chile, Mierda!

Y lo que digo es un grito de combate,

Oración sin fin, voz de partida,

Fiero acicate, espuelazo sangriento

Con las riendas al aire galpón del potro chileno

A través de las edades es crujido de capas terrestres,

Anillo de fuego, vieja ola azul de claros témpanos pujantes.

País-Pájaro, raíz vegetal.

Rincón donde el mundo se cierra.

Quien lo grite no tendrá paz.

Caerá para seguir adelante.

Y porque de isla en isla, del mar a la cordillera,

De una soledad a la otra,

Como de una estrella a otra estrella

Nos irá aullando en los oídos la sentencia de la tierra.

Digo, finalmente,

¡Viva Chile, Mierda!

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