Marta Núñez Sarmiento*
XXVI
Unos día atrás POR ESTO! informó que Ivanka Trump se encontraba en Colombia para asistir al gobierno sobre cómo empoderar a las mujeres. De igual forma “aportará” sus conocimientos durante sus visitas a Paraguay y Argentina. Si me preguntan qué pienso sobre las verdaderas intenciones de esta “especialista”, quien es, además, hija y asesora del presidente Trump, repetiría lo que suelen decir los actores de las películas hollywoodenses cuando encarnan a personajes implicados en hechos criminales: “¡Sin comentarios!”.
Este hecho me sugirió explicarles a los lectores de Unicornio cómo investigo el tema del empoderamiento femenino en Cuba entre las asalariadas para demostrar cuán complicado resulta alcanzar este objetivo, al menos en sociedades subdesarrolladas como mi país, que emprendió el camino del socialismo hace casi sesenta años.
Dividiré mi exposición en dos artículos. En el primero expondré conceptualizaciones, argumentos y cifras sobre las vías para alcanzar los niveles de empoderamiento de las cubanas hasta hoy. En el segundo resumiré cuáles fueron los contextos históricos y sociales concretos que permitieron estos avances y en qué consisten los obstáculos que persisten para lograr plenamente este fin.
Separo este concepto en dos categorías: el empoderamiento cotidiano y el institucional.
Estimo que el empoderamiento femenino cotidiano o del día a día consiste en la capacidad que han adquirido las asalariadas cubanas para tomar decisiones a cada minuto, ya sea en sus empleos o en sus hogares. Estas habilidades las adquirieron por varios factores. El primero, a mi entender, radica en que sus empleos les ofrecen salarios que les permiten conducirse como seres humanos independientes económicamente, como mujeres que rompieron con el sometimiento de sus maridos, el que sufrían las cubanas de décadas atrás que no trabajaban fuera de sus hogares. Ellas no dependen de maridos que las mantengan económicamente, sobre todo si entran en conflictos con ellos. Eso, a la vez, explica que en Cuba exista una monogamia seriada, término demográfico que significa que una persona –hombre o mujer– asuma varias uniones maritales a lo largo de su vida. Influye, asimismo, en que en Cuba muchas parejas se divorcien y/o se separen.
Otro elemento que explica por qué conquistaron las habilidades decisoras reside en que poseen una disciplina laboral que le debe mucho a las pautas de conducta que adquirieron a lo largo de su paso por el sistema educativo cubano. Me explico. Muchas de ellas asistieron a los círculos infantiles o a las guarderías desde que tenían 3 meses o un año (dependiendo del año en que nacieron y de los diferentes plazos que tuvieron las licencias de maternidad en 1974, 1993 y 2003) hasta que tenían 4 o 5 años, obedeciendo a si hacían el grado preescolar en esta institución o en la escuela primaria. Pasaron luego a la educación primaria (6 años), a la secundaria (3 años), la mayoría de las muchachas continuó los estudios de preuniversitario (otros 3 años) y, finalmente, si ejercen actualmente como profesionales graduadas universitarias estuvieron 5 años en las instituciones de educación superior y hasta 6 años si se graduaron como médicas. Estos casi 19 años de su paso por instituciones educacionales implicaron que asumieran normas de vida que les entrenaron para enfrentarse a la disciplina laboral: se levantaban temprano, asistían a clases entre 8 a.m. y 4 p.m. y, al llegar a sus hogares, hacían sus tareas.
A lo largo del sistema educacional cubano, las muchachas superan a los varones en sus rendimientos académicos, desde la primaria hasta la universidad. Ello explica por qué desde fines de la década de 1970 ellas son más de la mitad de los profesionales del país y a partir de 1990 constituyen las dos terceras partes de estos.
Otra variable que argumenta a favor del empoderamiento diario de las cubanas consiste en que ellas controlan sus cuerpos por la vía de tener acceso gratuito y universal a los servicios de la salud pública. Por ejemplo, ellas poseen el derecho a interrumpir sus embarazos y a emplear gratuitamente los anticonceptivos que les indiquen los facultativos. Gracias a estos, pueden practicar relaciones sexuales sin necesariamente salir embarazadas.
Aunque la educación sexual en el sistema de educación se tornó obligatoria solo a partir de 2011, anteriormente se enseñaba la reproducción biológica de los seres humanos. Los medios de comunicación fueron más proactivos en la educación sexual de los jóvenes y en los derechos de las mujeres a través de telenovelas, programas de orientación y en espacios de correspondencia en los que respondían dudas sobre estos temas.
Existe otra razón para que las féminas cubanas asalariadas posean habilidades para tomar decisiones cotidianamente: la práctica de la horrible y tediosa segunda jornada en la que desplegamos todas las tareas domésticas cuando retornamos a las casas. Debido a esto, las trabajadoras tenemos que organizar cada minuto de nuestras vidas desde que amanecemos hasta que caemos virtualmente agotadas en la cama por las noches, y esta rutina nos convierte en personas que simultaneamos múltiples tareas. Nos convertimos en seres “multitareas”, mientras que los hombres solo realizan una o dos actividades diarias en las casas para reproducir diariamente nuestras vidas.
Resumiendo, las asalariadas cubanas estamos entrenadas para asumir decisiones de todo tipo, desde las más pequeñas, del estilo de cómo distribuir las tareas, hasta si nos divorciamos o separamos de nuestras parejas.
Paso al segundo escaño del empoderamiento femenino en Cuba, el institucional, que implica ocupar cargos de dirección en las instituciones que dirigen al país.
Desde 2018 el 53 % de los miembros de la Asamblea Nacional del Poder Popular o del Parlamento cubano son mujeres. Esta proporción fue subiendo a partir de las elecciones de 2008, en que las féminas ocuparon el 45 % de los escaños, y en 2013, año en el que cubrieron el 49 % de los parlamentarios. El incremento no resultó algo espontáneo, sino que, a mi entender, fue el resultado de una decisión que asumió la dirección del país. Durante estos tres últimos procesos electorales la comisión nacional encargada de elaborar las listas de los candidatos para convertirse en diputados incluyó a más mujeres que hombres. Por tanto, cuando los ciudadanos acudimos a las urnas para ejercer nuestro voto secreto, entre las opciones había más féminas.
Estimo que la Dirección cubana optó por esta suerte de “acción afirmativa”, debido a la historia de cómo transcurrieron los proceso eleccionarios desde las circunscripciones hasta el nivel nacional. Desde 1976 en que comenzamos a elegir a los diputados a las Asambleas Municipales, Provinciales y la Nacional, el primer paso ha radicado en una reunión de los vecinos por cada circunscripción para proponer a los candidatos que integrarán la lista de posibles representantes en la Asamblea Municipal. ¿Qué sucedía y aún ocurre en esas reuniones? Pues que las mujeres no permitimos que nos propongan como candidatas porque esto significaría asumir una tercera jornada en nuestras vidas, además de las dedicadas al empleo y a las tareas hogareñas. Por esta razón desde 1976 hasta las elecciones para las Asambleas municipales de 2018, la participación femenina en esa instancia ronda el 32 %. Lo mismo sucedía con la proporción de mujeres en las Asambleas Provinciales y en la Nacional.
Estimo que la decisión asumida por la Dirección del país de incluir un mayor número de candidatas mujeres en las boletas para integrar las Asambleas Provinciales y la Nacional fue justa, porque las cubanas estamos plenamente capacitadas para ejercer las responsabilidades de esos órganos legislativos. Al menos en Cuba, a pesar de los enormes avances de las mujeres en cuestiones de relaciones de género, hasta el punto en que superamos por mucho a los cubanos en estas lides, hubo que tomar esta decisión “desde arriba”, porque si se dejaba a las actitudes que desde 1976 habíamos practicado las mujeres en las asambleas de base, hubiéramos contado con una baja participación femenina en los más altos órganos legislativos.
Estas decisiones “desde arriba hacia abajo” también existieron al proponer a los presidentes de la Asambleas Provinciales de los Poderes Populares, lo que equivaldría a los gobernadores. En estos momentos de las 16 provincias y un municipio especial, 10 están presididas por mujeres. Lo mismo ocurre con los 24 ministerios con los que cuenta Cuba: 7 están encabezados por mujeres y son de los llamados de “núcleo duro” como las carteras de Finanzas, Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, Trabajo y Seguridad Social y del Banco Nacional de Cuba. Existe una institución sumamente importante que está subordinada al presidente de la República, la Controlaría General de la República, responsabilizada en supervisar y controlar la evolución de las gestiones de gobierno de todo el país para evitar la corrupción. Ella la dirige una mujer quien es, a la vez, vicepresidenta del gobierno.
Pero el empoderamiento institucional no exhibe similares proporciones en el ámbito laboral, ya que sólo el 34 % de los cargos de dirección los ocupan las mujeres. Esto es contradictorio, porque estos dirigentes deben salir del personal más calificado, que son los profesionales, entre las que las dos terceras partes son féminas. ¿Qué ocurre? Pues que las profesionales estiman que ya son decisoras en sus puestos de trabajo donde despliegan sus capacidades decisoras y, además, hasta hace pocos meses, asumir un cargo de dirección laboral conllevaba un reducido aumento en el salario. Por tanto, durante años no están interesadas en asumir estos puestos.
En el siguiente artículo les expondré cuáles han sido las condiciones que han permitido empoderar a las cubanas en los últimos sesenta años.