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Despertar mexicano ante la gravedad nacional de los problemas sociales

Los estudios globales de los problemas sociales, que analizan cualitativamente a los países de acuerdo con las novedades registradas y las escalas alcanzadas, son inequívocos sobre la gravedad que prevalece en varios de ellos.

Combatir los graves problemas sociales como crímenes de lesa humanidad más que males humanos o patologías morales, fue el núcleo central del mensaje del Papa Francisco en su conferencia titulada “Combatir la trata de personas”, impartida hace un par de años en el Vaticano.

Ahí señaló que “Debemos unir nuestros esfuerzos para liberar a las víctimas y detener este crimen que se ha vuelto cada vez más agresivo, que amenaza no solo a las personas, sino también a los valores fundamentales de la sociedad”.

Tiene razón Jorge Bergoglio, porque quien haya estudiado historia y filosofía sabe bien que los problemas sociales de nuestro tiempo: las guerras imperialistas, las dictaduras nacionalistas, las pobrezas materiales, las corruptelas políticas, los abusos religiosos, los secuestros mafiosos, las torturas policiales, las hambrunas regionales, etc., son mucho más que males provocados por el hombre o enfermedades debidas al pecado.

Entre males humanos o patologías morales –constituidos como temas inmutables en muchos Estados confesionales y en las iglesias integristas–, el debate racional sobre las problemáticas del ser humano pierde todo sentido social. Queda constreñido de modo antisocial a lo que corresponde a la obra de Dios según el Eclesiastés 1:9: “Lo que ha sido, eso será; lo que se ha hecho, eso se hará. ¡Nada es nuevo bajo el sol!”.

Sucesos históricos como la ciencia y la tecnología son calumniados desde los poderes políticos y las comunidades religiosas cuando los pretenden como simplezas temporales desde sus dos principales enfoques antisociales: 1) el que enfatiza que sus repercusiones solo proceden en las escalas crecientes de los males humanos y las patologías morales, y 2) el que indica que acaso ocasionan expresiones novedosas de ellos, sin que estas signifiquen nada radicalmente distinto a lo vivido por la humanidad en el pasado.

No faltan Estados e iglesias que insisten en que los problemas sistémicos de las sociedades modernas son males eternos o patologías permanentes, presentes en todos los momentos y en todas las formas de las civilizaciones humanas. Parecen despreciar algo que, luego de 36 años de dictadura tecnocrática, sabemos bien los mexicanos sobre lo que significan los enfoques negacionistas de lo social para la subsistencia y el bienestar de las mayorías.

Distinto es el caso de los poderes del Estado mexicano de hoy, que son consecuentes en sus denuncias sobre la gravedad alcanzada por los problemas sociales, pronunciándose contra varios de ellos como crímenes contra la humanidad. El titular de Ejecutivo y la mayoría de integrantes del Legislativo comparten con nosotros que no se trata de proceder mediante actos de contrición contra males humanos o patologías morales, sino de concertar acuerdos políticos y organizar esfuerzos institucionales para liberar a las víctimas y proscribir a los criminales.

Conviene señalar ahora que apenas hemos comenzado a despertar a la cruda realidad de los problemas sociales en México, especialmente en los aspectos concernientes a las pobrezas materiales, las corruptelas políticas, los abusos religiosos, los secuestros mafiosos, las torturas policiales, las hambrunas regionales, etcétera.

No podemos afirmar que la pobreza, el abuso, la corrupción, el secuestro, la tortura, la hambruna, etc., hayan sido permitidos por el Estado mexicano y tampoco que fueran respaldados por las iglesias reconocidas por él; sin embargo, sí tenemos que señalar que los enfoques maléficos o inmorales del pasado reciente han repercutido en las escalas crecientes y las expresiones novedosas de estos problemas sociales.

Al momento de escribir estas líneas, a pesar de que desconocemos las dimensiones adquiridas y las expresiones adoptadas por los problemas en cuestión, rechazamos cualquier permisibilidad de la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión en torno a la pobreza, el abuso, la corrupción, el secuestro, la tortura, la hambruna, etc., en los términos antisociales de males humanos o patologías morales.

Carecemos de informes sociales que no estén bajo influjos políticos ni religiosos, que nos digan quiénes son, cuántos son y dónde están los pobres, los abusados, los corruptos, los secuestrados, los torturados, los hambrientos, etc. Seguimos en espera de que los poderes de la Cuarta Transformación hagan lo que les corresponde al respecto. Mientas tanto, algunas organizaciones protagónicas nos hablan de lo que sucede con las escalas y las expresiones de los secuestros mafiosos y las torturas policiales, pero casi nada nos dicen sobre las pobrezas materiales, los abusos religiosos, las corruptelas políticas y las hambrunas regionales.

Ninguna de ellas nos reporta nada relevante sobre los saqueos patrimoniales, las mujeres maltratadas, los niños abusados, los pueblos moribundos, etc., a pesar de que estos fenómenos en México son mucho más amplios que lo que podemos imaginar.

Resta señalar que los problemas sociales aquejan a grandes sectores de la población nacional y tienen que ver con las condiciones objetivas y subjetivas de vida en sociedad. Sus causas son económicas, políticas, culturales, etc., pero no maléficas ni morales.

Han existido como problemas desde el surgimiento mismo de la humanidad, pero no son inmutables, porque en determinadas épocas y bajo situaciones concretas han sido peores que en otras.