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La Revolución según las cubanas (I)

Marta Núñez Sarmiento*

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El 8 de marzo de 2020 las mujeres estremecieron al mundo. Así lo sentí tras leer en las redes sociales sobre los millones de mujeres que mostraron cuán empoderadas están cuando salieron a las calles a reclamar sus derechos para que las traten como seres humanos plenos, condición que el machismo sistémico les niega. Las mexicanas clamaron por su igualdad y equidad, contra la violencia de género y, especialmente contra el feminicidio, que es el ultraje extremo hacia las mujeres. En Perú también enfatizaron luchar contra la violencia de género, exclamando “Tengo más posibilidad de morir por ser mujer que por el coronavirus”. Las argentinas ondearon sus ya universalizados pañuelos verdes para conquistar “la autonomía de nuestros cuerpos”, reclamando un aborto “legal, seguro y gratuito”. Mientras, las colombianas matizaban estos reclamos con lemas como “hay que abortar este sistema patriarcal”, “saquen sus rosarios de nuestros ovarios, saquen sus doctrinas de nuestras vaginas” y “que los vengan a ver, estos no son pro vida sino solamente antimujer”.

Las cubanas confrontamos desigualdades que sobreviven por la influencia de la ideología patriarcal, tan difícil de anular durante los 61 años de una Revolución que, desde que tomó el poder, se propuso erradicar las estructuras que mantenían a las mujeres en condiciones de desigualdad e inequidad. Somos las dos terceras partes de la fuerza laboral profesional y técnica del país durante los últimos 30 años, pero cargamos el fardo de las tareas del hogar porque los hombres no participan en ellas. Controlamos nuestros cuerpos en materia de sexualidad, porque desde 1962 tenemos derecho al aborto universal y gratuito, que se practica en los centros de la salud pública, e igualmente tenemos acceso a los medios para la planificación familiar desde 1964, pero aún permanece una tasa relativamente alta del embarazo en las adolescentes. Las cubanas hemos sobrepasado a los hombres en términos de relaciones de género, pero la homofobia habita en muchas mujeres.

Quiero argumentar cuáles han sido las estrategias que han prevalecido desde 1959 en mi país para lograr que las féminas no se detuvieran cuando alcanzaron igualdad y equidad con los hombres, sino que continuaron avanzando en sus afanes para convertirse en seres humanos plenos. Para ello dedicaré varios trabajos en los que reproduciré el capítulo “La Revolución según la cubanas”, que está incluido en el libro Antología para la Historia de la Revolución Cubana, que la Editorial de Ciencias Sociales publicó en 2019. La obra contiene capítulos dedicados a reconstruir la historia de cómo han transcurrido las transformaciones en diferentes aspectos de la realidad nacional en los últimos 60 años. Sus autores somos miembros de la sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).

En mi caso, rompo la promesa que he seguido desde que en febrero de 2018 empecé a publicar en el semanario Unicornio de los diarios POR ESTO! mis “conversaciones” sobre cuál ha sido mi práctica investigativa bajo el título “Metodología de los por qué”. He intentado desde entonces convertirme en una socióloga que incursiona en el periodismo, lo que ha significado que no empleo las obligadas referencias bibliográficas que llevan los artículos científicos, a los que estoy acostumbrada a publicar desde hace décadas. Confieso que al principio me sentía culpable, pero después comencé a deleitarme transformando mis conocimientos en pláticas con los lectores, a quienes no tengo derecho alguno de aburrir con tantas consultas “al pie de cada página”.

Hoy pido disculpas porque, para mostrar el resultado de una investigación en la que empleé el análisis de documentos, me veo en la necesidad de incorporar las referencias.

Les presento el primero de los segmentos de mi capítulo.

Las cubanas se emanciparon tanto en los últimos 60 años que innovaron las relaciones de género y enriquecieron la identidad cultural nacional en lo que significa ser mujer, ser hombre y ser una persona de la gama de orientaciones sexuales e identidades genéricas. En este devenir, las mujeres se convirtieron en figuras clave del entramado del proyecto anticapitalista y socialista de la Revolución.

Decidí concentrarme en la evolución del empleo femenino como parte de las medidas para incorporar a las mujeres a la vida del país con equidad e igualdad desde 1959 hasta hoy, porque ha sido una clave para cambiar las conductas y las ideologías de ellas, convirtiéndose en el hecho que más ha influido en la revolución de las cubanas.

Cuba demostró que las mujeres solo serían capaces de luchar por su plena equidad y alcanzarla si toda la sociedad se transformaba simultáneamente con ellas. Si los cambios poscapitalistas se hubieran detenido y las mujeres hubieran intentado desmontar la cultura patriarcal, a la larga hubiera sobrevenido un retroceso en este empeño. Y si los programas para revolucionar la sociedad hubieran desconocido la necesidad de cambiar a la vez las discriminaciones que sufren las mujeres y, en general las relaciones de género, o la hubiera postergado por considerar que no era una prioridad, entonces no sería la nuestra una revolución verdadera.

La experiencia cubana indicó igualmente que las transformaciones en la sociedad y en las mujeres no son un proceso lineal porque están sometidas a presiones externas (el bloqueo es la más fuerte), a las urgencias (debido a las exigencias de toda la población para suplir sus necesidades) y por la necesidad de rectificar en todo momento los errores propios de este enorme experimento socialista en un país latinoamericano y subdesarrollado. Esta “no linealidad” se tradujo en lo que ocurría –a grandes rasgos– con los cambios en las condiciones de ser mujeres en las diferentes etapas de la transición socialista cubana.

La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) ha sido su promotora principal, desde su creación en 1960, tras aunar a organizaciones de mujeres y secciones femeninas de los movimientos que derrocaron la dictadura, y ha logrado, gracias a la voluntad política que no cesa de perseguir la equidad e igualdad de las mujeres, que las estrategias para lograrla se extiendan a todas las instituciones gubernamentales, así como a la sociedad civil y sus organizaciones. Ha sido un proceso de experimentos y de aprendizaje constante para subsanar errores, que no ha estado exento de dogmatismos y de insuficiente participación popular.

Desde 1959 Cuba ha cursado por varias etapas de su transición socialista que reagrupé en tres momentos para evaluar cómo en cada una de ellas las políticas económicas y sociales propiciaron la participación laboral femenina y los cambios en las relaciones de género. Estudié de 1959 a 1989 para recapitular cómo transcurrieron los primeros cambios en la sociedad y en las mujeres y comprender cómo arribaron a la crisis de los años noventa. El segundo período (1990-2005) abarca los años de crisis y reajustes del modelo de supervivencia. Por último estudié la etapa más cercana (2006 hasta 2018) en la que aparece el nuevo modelo económico y social.

1959-1989

A diferencia de las concepciones de desarrollo y progreso que midieron los logros según el crecimiento económico, desde 1959 Cuba fue el primer país de América Latina que incorporó de forma explícita el mejoramiento social en sus estrategias de desarrollo económico. Tuvo, a la par, rasgos originales con relación al repertorio de las políticas sociales y al manejo de la pobreza, que resultó el más extendido en los países subdesarrollados, que consideraban a la pobreza como una situación social que siempre existió y que siempre existirá.1 Las concepciones cubanas de desarrollo vigentes hasta hoy concibieron al ser humano con sus necesidades materiales y espirituales como la meta a desarrollar, lo que hizo que la idea de progreso implicara que las transformaciones económicas tuvieran como propósito proporcionar bienestar material a todos, y que contribuyeran a cambiar los patrones de desigualdad y discriminación en la ideología y en la cultura.

Las mujeres estaban entre las personas más pobres y fueron beneficiadas desde los inicios por las estrategias para cambiar las relaciones sociales que condicionaban la pobreza. Los primeros documentos que trazaban las metas políticas de la naciente Revolución en el poder reconocían que las mujeres estaban en franca desventaja social y declaraban que era imprescindible otorgarles un tratamiento especial.2

La Dirección del país y la FMC canalizaron desde 1960 la participación de las mujeres como agentes de su propio desarrollo. Se comprendió que para revertir la discriminación de la mujer y para incorporarlas plenamente a la sociedad había que introducir medidas específicas en los programas que eran parte del proyecto general de la Revolución. Vilma Espín sintetizó este ideal en el II Congreso de la FMC: “Para la mujer la Revolución significaba la oportunidad de elevarse en su dignidad humana”.3

El Estado formuló y puso en práctica las políticas sociales que desde un inicio rompieron con enfoques economicistas de desarrollo y organizaron la economía de manera que los crecimientos del PIB alimentaron de inmediato las políticas sociales que universalizaron la educación, la salud, la seguridad social, la asistencia social, la cultura y el deporte, áreas definidas por la socióloga cubana Mayra Espina como “espacios de igualdad”.4 Son áreas que cubren necesidades básicas de la población a las que tienen acceso todos por igual, que son gratuitas, que se brindan facilidades para tener acceso a ellas y en las que la accesibilidad universal está refrendada legalmente. Resultaron unas vías efectivas para romper el ciclo de reproducción de las desigualdades en la sociedad y en el hogar y se feminizaron casi de inmediato. La no diferencia por géneros que se produjo desde siempre en estos espacios de igualdad benefició mucho más a las mujeres que a los hombres, porque ellas habían sido históricamente las más discriminadas. Además, aunque estos beneficios se gestaron “desde arriba” la manera en que se introdujeron instaron a que beneficiarios y beneficiadores interactuaran y se convirtieran en agentes de sus propias transformaciones.

Continuará.

Notas

1 M. Espina Prieto: Efectos sociales del reajuste económico: igualdad, desigualdad y procesos de complejización de la sociedad cubana, en Domínguez, J. et al (editores). La economía cubana a principios del siglo xxi, El Colegio de México, David Rockefeller Center for Latin American Studies, Harvard University, 2007, pp. 239-278

2 F. Castro: “Alocución al pueblo de Cuba, Santiago de Cuba, 1ro. de enero de 1959”, en Mujeres y Revolución, Federación de Mujeres Cubanas, Editorial de la Mujer. La Habana, 2006, pp. 29-30.

3 Federación de Mujeres Cubanas: Memoria. II Congreso Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, Editorial Orbe, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1975, p. 95.

4 M Espina Prieto: Ob. cit., p. 247.

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