Muchos han cuestionado la llamada “oscuridad” de la Edad Media, diversas voces niegan enfáticamente esta percepción y defienden la postura de que durante este periodo surgieron expresiones artísticas o “luces” que la distinguieron, principalmente en la llamada Alta Edad Media (siglos v al x), ya que en la Baja Edad Media (siglo xiv al xv) estas manifestaciones permanecieron, en la mayoría de los casos, en el anonimato y en condiciones artesanales.
Independientemente del arte y sus grandes exponentes, lo que ya es innegable para todos los estudiosos de ese periodo de la humanidad es la situación de abuso y violencia que vivió la mujer, prueba de esto es que para conocer más acerca de su situación, hay que partir de la visión de los hombres, que son los que detentaban el monopolio del saber y de la cultura, principalmente los clérigos, quienes menos “conocían” a las mujeres (cuando menos en teoría). Por ende, lo poco que se sabe sobre las mujeres de esa época es a través de los escritos y conjeturas de los hombres.
En el mundo romano se tenía un gran atractivo hacia la vida familiar y, dentro de esas bondades. estaba el hecho de que las mujeres disfrutaban de la ciudadanía romana a diferencia de las griegas, por lo que las romanas alcanzaron un grado de aprecio superior al que se les otorgó posteriormente en la Edad Media. Ejemplo de esta situación son las diferentes representaciones artísticas en donde la mujer está junto a su marido en banquetes y celebraciones, comparte en muchas ocasiones la autoridad hacia los hijos y criados y participa en la vida pública. Todo esto sin olvidar su ancestral sujeción a los hombres y la limitación de sus derechos. En cuanto a la educación, esta era un tanto liberal, ya que las niñas y los varones se instruían juntos en los primeros años y después pasaba esa responsabilidad a los tutores, pero sin desdeñar el hecho de que era limitada a ciertas clases sociales.
Muchos de estos privilegios se perdieron al llegar la Edad Media, cuando se instaló una sociedad profundamente misógina. Aun cuando la violencia contra las mujeres, tanto física como verbal, ha existido siempre, durante este periodo de la historia y derivado de los muchos miedos y temores de los hombres, esta se agudizó y el maltrato a la mujer se potenció, sobre todo a partir de las reformas conocidas como Gregorianas impulsadas por el papa Gregorio VII a finales del siglo xii y principios del xiii.
A pesar de que en el derecho canónigo de la época se reconocía la igualdad de las mujeres en relación con los hombres, en la práctica se proclamaba lo contrario, llevando a la mujer a un estado de inferioridad alarmante. Lo anterior provenía, en gran medida, de una tradición misógina y desigual muy antigua, que nos remonta hasta los evangelios, sobre todo los Paulinos, como se indica en las siguientes citas: “Lo cierto es que no debe el varón cubrir su cabeza pues él es la imagen y gloria de Dios; mas la mujer es la gloria del varón. Que no fue el hombre formado por la mujer, sino la mujer del hombre. Como ni tampoco fue el hombre creado para la hembra, sino la hembra para los hombres. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción” (Carta a los Corintios 11-7 a 10), o “Sed sumisos los unos a los otros en el temor a Cristo. Las mujeres a su marido, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer… Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. (Epístola a los Efesios. 5-21 a 24).
Por lo general, la mujer en la Edad Media tenía una vida de trabajo arduo, la educación era para unas cuantas afortunadas, otorgándose ese privilegio principalmente a las monjas, ya que se consideraba a las mujeres menos “inteligentes”, por lo que no era necesario invertir en ellas y su educación, asimismo, carecían de protecciones jurídicas y gozaban de escasos derechos.
Durante el siglo xiv en Europa, irrumpió la peste negra a través de las rutas comerciales con el continente asiático, se trató de la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad; muchos fueron los fallecidos y los acusados como sus autores. Aunque no se sabe con exactitud el número de muertos, se calcula que fueron más de veinticinco millones de personas. Tan solo en la ciudad de Florencia, una quinta parte de la población sobrevivió y en Alemania fallecieron 1 de cada 10 habitantes. Derivado del gran número de muertos, las tierras dejaron de ser cultivadas, lo que provocó una crisis agrícola y gran hambruna; aunado a lo anterior, hubo un periodo de mucho frío conocido como “pequeña glaciación” que se dio desde comienzos del siglo xiv hasta mediados del xix.
Ante el terror por la enfermedad y todos estos males, en primera instancia se culpó a los judíos por intoxicación o envenenamiento de los pozos, matando a grandes comunidades, también musulmanes y protestantes; en tierras españolas fueron acusados, muertos o expulsados, hasta que, al no encontrar más culpables, se pensó en las mujeres.
Se buscaron razones, causas y chivos expiatorios, los cuales terminaron recayendo en la mujer, ya que según el pensamiento de la época, estaban llenas de “defectos”. Era hablantina, lengua larga, incapaz de guardar secretos, pecadora e infiel, por lo que para defender su honra necesitaba estar custodiada por los hombres, etc. Asimismo, se consideraba que con su belleza incitaba a los hombres al pecado y ella misma pecaba por su natural inclinación a la avaricia, envidia y soberbia. Una de las pocas cualidades que se le reconocían era la astucia que en el buen sentido se relacionaba con su viva perspicacia, pero en general se consideraba que únicamente le servía para “engañar a sus maridos incautos”.
Al tener pocos espacios de expresión, la mujer buscó afanosamente “agujeros” para sobrevivir y uno de ellos fue la utilización de la medicina natural para salvar a su familia, utilizando el conocimiento de diversas plantas y yerbas curativas, lo cual asustó aún más a los hombres y comenzaron a sospechar de sus acciones sobrenaturales.
El papa Inocencio III en la bula Summis desiderante affectibus sentenció:
Muchas personas de ambos sexos se han abandonado a los demonios, íncubos (masculinos) y súcubos (femeninos), y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado niños aun en el vientre de las madres, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir.
Fue así que, aun cuando se menciona en la bula a ambos sexos, se inició la cacería de brujas. Calculándose que durante los siglos xv y hasta mediados del xviii, se produjeron de 40,000 a 60,000 condenas de pena capital a mujeres acusadas de “brujas”, la mayoría en Alemania, Polonia, Francia y Suiza.
El hecho más inexplicable e inverosímil al que se llegó fue la publicación en 1486 del Manual del perfecto cazador de brujas, en el cual se invita a aplastarlas con “maza poderosa”. Obra de dos autores dominicos Jacobo Sprenger y Enrique Institoris, los dos con cargos inquisitoriales para toda la Germanía otorgados por Sixto IV, quienes tomaron como objetivo de sus cargos la persecución de las mujeres “brujas”.
Aunque actualmente nos puede parecer inverosímil y hasta risible, si no hubiera sido el causante de llevar a la hoguera a muchas mujeres, el mencionado manual compuesto de tres partes con un total de 35 “cuestiones” o capítulos, incluye absurdos, como los siguientes cuestionamientos:
Primera parte:
–¿Pueden los diablos impedir la potencia genital?
–¿Pueden ilusionar las brujas hasta el punto de hacer creer que el miembro viril ha sido separado del cuerpo?
Las siguientes afirmaciones:
Segunda parte:
–Las parteras que son brujas hacen morir de diversos modos lo concebido en el útero, procurando el aborto y, cuando no hacen esto, ofrecen los niños a los diablos.
–Del modo como las brujas se transportan de un lado a otro.
–Acerca de la forma como las brujas pueden infligir toda suerte de enfermedades en general, sobre todo de las más graves.
De las medidas correctivas:
Tercera parte:
–Acerca del modo de iniciar un proceso de fe. ¿Qué hacer tras del arresto de la acusada?
–De la prueba del hierro candente que suelen reclamar las brujas.
Como es de suponer, muchas mujeres padecieron los excesos que esta obra desencadenó, acusándolas de “brujas” muchas veces por intereses de los hombres que querían eliminar a algunas. Sin derechos, ni forma de defenderse, fueron llevadas a juicio y torturadas. En la mayoría de los casos, su único “pecado” fue tratar de nivelar o equilibrar la balanza tan desigual en cuanto a derechos se refiere, de resultar incómodas a algunas autoridades por tratar de demostrar su inteligencia y su capacidad para regir sus destinos sin el “amparo” y la “jurisdicción” de un hombre.
Es por eso que podemos concluir que la Edad Media, cuando menos en los aspectos de igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres, efectivamente, fue una época muy oscura y difícil de sobrellevar para estas últimas. Y hoy todavía falta mucho para que el sol ilumine por igual, basta recordar que en el “reciente” año de 1871 Charles Darwin, uno de los científicos más reconocidos e influyentes de la humanidad, escribió en su libro El origen del hombre que el cerebro masculino era absolutamente “más grande”, con una mente y un genio “más inventivo”, con una “eminencia” y un “grado superior” en comparación con la mujer, rematando con lo siguiente:
También podemos inferir a partir de la ley de la desviación de los promedios, […] que si los hombres son capaces de un determinante preeminencia sobre las mujeres en muchos temas, el promedio de la facultad mental en el hombre debe estar por encima de la mujer. Así, el hombre ha llegado a ser finalmente superior a la mujer.
Muchos años han pasado desde la Edad Media, es claro que en nuestros días la lucha feminista ha alcanzado, al menos jurídicamente, superar muchas de las brechas de desigualdad frente a los hombres; sin embargo, es incuestionable reconocer que el trabajo esté terminado, basta leer las noticias para enterarnos de un nuevo caso de feminicidio o agresión, basta entrar a las redes sociales para leer expresiones, incluso de parte de mujeres, como “feminazis” “viscerales” “violentas” o “locas”, basta ir a una reunión o una marcha para darte cuenta que nos siguen tratando como “brujas”.
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