Marta Núñez Sarmiento*
LV
Continúo explicando qué sucedió entre 1990 y 2005, los años de la crisis económica y social que marcaron un “parteaguas” en la historia de la Revolución, enfatizando en las capacidades que manifestaron las cubanas para “resistir y desarrollarnos”.
Recalco cuán relevante resulta estudiar cómo enfrentamos todos los cubanos, en especial las mujeres, las carencias que entonces padecimos, porque explican la pertinencia de las medidas que instrumentó la dirección del país “desde arriba” y las respuestas que “desde abajo” dimos los ciudadanos para salir fortalecidos de esta crisis. Los cubanos nos caracterizamos por nuestras habilidades para resistir las adversidades y recuperarnos. La “cultura de la resistencia”, como se acuña en la actualidad, es parte de nuestra identidad.
Tomo un fragmento del libro Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía), de la cubana Yanetsy Pino Reyna, quien ganó el Premio Casa de las Américas 2018 en Estudios sobre la Mujer, porque expone cómo el ejercicio de la resistencia formó parte de la identidad de las cubanas en la crisis de los 1990. Sus argumentos explican las habilidades de las cubanas en estos tiempos de combatir al coronavirus, un tema al que dedicaré otro de mis textos.
Las prácticas culturales cubanas de finales del siglo xx y principios del xxi posibilitan una proyección de resistencia a partir de juegos y negociaciones, en los correspondientes discursos de género o de identidad cultural, social, nacional, individual o colectiva, con las sinuosidades más esperanzadoras de los sujetos productores marcados por la crisis. Este período devino un contexto sensible para profundizar en una existencia problemática, manifiesta tanto en mujeres como en hombres, que originó polémicas, escepticismos e interrogantes a tenor con el llamado postsocialismo oriental y sus repercusiones en la sociedad cubana. Ello, asociado al tratamiento de otros asuntos –conflictos en medio de la crisis socioeconómica, migraciones, ausencias afectivas, despolitización–, convergió además con ciertas influencias de la posmodernidad europea y el mundo posindustrial. Tales intereses estéticos, en medio de una sociedad como la nuestra, subdesarrollada e inmersa en crisis, trajeron consigo fuertes componentes de discusión, reorientación y aportes diversos que resultaron decisivos en las búsquedas ontológicas y de asideros identitarios. De ahí que la resistencia comenzara a establecerse en las producciones de autoría femenina, como un modo de despertar subjetividades y de recuperar espacios y sujetos sociales marginados, lo cual posibilitó que el discurso lírico cobrara connotaciones novedosas e impulsos mayores.1
Las ideas de Pino Reyna sobre la resistencia de las poetas cubanas precisamente en el período que analizo, sirven para comprender las estrategias de supervivencia en el ámbito del empleo femenino.
La fuerza laboral femenina, comparada con la masculina, mantuvo niveles educacionales más altos: en 2002 el 19 % de todas las mujeres ocupadas eran universitarias, mientras que solo el 11 % de los trabajadores hombres tenía este nivel. En 2002 el 48.4 % de todas las trabajadoras tenían 12 grados, en contraste con el 36.9 % del total de los hombres trabajadores.2
Durante la crisis y los reajustes las trabajadoras asumieron empleos no estatales, cuestión que significó un reto en sus vidas laborales. Cuando comenzó el “período especial” casi el 90 % de todas las mujeres ocupadas lo estaban en el sector estatal civil y siete años después esta proporción bajó a un 81 %. Ese 8 % no regresó a sus hogares sino que acudió al sector privado, al cooperativo, a las empresas mixtas.3
Esta readaptación de las mujeres al redimensionamiento de la economía en el empleo tuvo una lectura positiva porque ellas flexibilizaron su ubicación en la estructura laboral. Pero faltaron datos para conocer si, al hacerlo, se incorporaron a actividades de menor calificación, y si existieron en esos momentos signos discriminatorios hacia ellas en los sectores privados (especialmente entre los “cuentapropistas”), en el mixto (indirectamente beneficiado con las divisas) y en el cooperativo.
En 1997 el Consejo de Estado aprobó el “Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia de Beijing”, un documento legal que recoge las recomendaciones aprobadas en la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en 1995. Este documento instituyó 90 artículos de un programa para seguir propiciando el progreso de las cubanas, que las instituciones estatales tienen que cumplir obligatoriamente. La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) controló su aplicación desde 1999.
Las trabajadoras cubanas eran obreras, abogadas, científicas, secretarias, médicas e incluso dirigentes, pero al llegar a sus hogares llevaban el peso de la “segunda jornada”. Una encuesta de la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba de 1996 concluyó que las trabajadoras cubanas invertían como promedio algo más de 34 horas semanales a tareas hogareñas, mientras que los hombres aportaban alrededor de 12 horas, fundamentalmente en labores de apoyo.4
Hay muchas razones que explican la permanencia de esta distribución discriminatoria por género de las labores del hogar. Subsiste un déficit de viviendas grandes, que provoca la convivencia bajo un mismo techo de hasta tres y cuatro generaciones. Por ello, hay numerosas figuras femeninas en una casa, quienes se distribuyen las tareas domésticas. Aquí entra una razón relacionada con la cultura patriarcal: suelen ser las mujeres, sobre todo cuando ejercen sus papeles de madres, abuelas y tías, quienes no asignan a los niños y adolescentes trabajos en el hogar, porque estiman que ello empañaría su “virilidad”. Pero las carencias materiales también influyen, ya que durante años los alimentos y los productos para la higiene personal y de la casa han sido racionados y escasos. Las mujeres están más entrenadas que los hombres para manejar ahorrativamente estos pocos recursos, por el sesgo machista que ellas mismas han introducido en la crianza de sus hijos.
Intento argumentar que al nivel de la sociedad y en el ámbito personal, las ideologías que sustentan las discriminaciones sociales son las más difíciles de cambiar, mucho más que las ideologías políticas. Una de las tantas razones es que los oprimidos asumen como suyas las representaciones ideológicas imperantes en las sociedades, que son las de las clases dominantes. La ideología patriarcal ha sustentado los patrones de poder en todas las formaciones económico-sociales, hecho sociológico solo comparable a la dominación por la vía de ejercer el racismo. Incluso en las sociedades donde se han transformado las estructuras económicas y las instituciones políticas que sustentaban patrones culturales viejos, estos les sobreviven y prevalecen en lo más intrínseco de las mentalidades de las personas.
Un rasgo discriminatorio en el empleo femenino lo constituyó el hecho que en 2002 solo el 33.7 % de los dirigentes en el ámbito laboral fueron mujeres.5 Esta proporción se mantuvo igual desde 1992, a pesar que las mujeres eran las dos terceras partes de los profesionales y técnicos, que debieron ser la cantera para ocupar los cargos de dirección.
En los años 90 las trabajadoras cubanas en su conjunto percibían salarios que representaban entre un 80 y un 85 % de los salarios de los hombres. Ello no se debió a que en Cuba se discriminaba a la mujer salarialmente. La Constitución refrenda salario igual por trabajo igual. Pero los hombres constituían la mayoría absoluta de los ocupados en los sectores económicos que contaban con los salarios más altos: la minería, la construcción y el transporte, por ejemplo. Eran mayoritariamente obreros y trabajadores de servicios. Sobre este cociente hay apreciaciones diversas en los cálculos macrosociales: para 1996 los autores de la Investigación sobre el desarrollo humano en Cuba 1996 señalan en una nota que “[...] el cociente entre los salarios femenino y masculino debiera ser igual a 1.00, en lugar de 0.75”.6 En ese mismo trabajo aparece el cociente entre los salarios femenino y masculino con un valor de 0.75.
En Cuba existieron varias condiciones que permitieron que las estrategias para el empleo femenino funcionaran.
En primer lugar, las políticas sociales, los marcos legales y las medidas derivadas de ambos para incorporar a las mujeres al empleo y para que permanecieran en él no se abolieron. Se trató de ajustarlas y de poner en vigor otras nuevas. Además, se introdujeron medidas económicas nuevas, para enfrentar las condiciones cambiantes en la economía interna y en las nuevas relaciones económicas externas. Las mujeres elaboraron sus estrategias en el contexto creado por estas medidas. Otra condición fue que la vida en el barrio y en la comunidad tomó más relevancia en la cotidianidad de todas las personas. Las trabajadoras pasaron más tiempo que antes en estos entornos, porque acercaron sus empleos a sus zonas de residencia; porque buscaron más el apoyo de sus vecinos, entre otras cosas, para buscar un segundo ingreso; porque se acostumbraron a acudir al médico de la familia y a su policlínico, en vez de a los hospitales. Se agrega que durante las décadas del 60, 70 y 80 la movilidad social ascendente que ocurrió en todo el territorio nacional, y que no se concentró solo en la capital del país ni en las capitales provinciales, generó en prácticamente toda la población niveles de instrucción, salud, alimentación, seguridad social más altos que los que prevalecían en los cincuenta, y mucho más equitativos que los existentes en otros países del tercer mundo. Esto constituyó un aspecto positivo, en el sentido de que contribuyó a que las mujeres entrevistadas tuvieran ciertas “reservas” para enfrentar la crisis. Pero tuvo el lado negativo, que ellas sintieron mucho más por cuanto habían perdido con la caída del nivel de vida que sufrió toda la población.
Influyó también que las acciones y las ideas para enfrentar la discriminación de la mujer no se detuvieron en los 90. Las mujeres desempeñaron un papel visible e imprescindible para que sobreviviera su familia y la economía del país, y esto, estimo, elevó la autoestima de las mujeres a nivel nacional. La crisis, además, hizo más evidente tanto las desigualdades aún existentes entre mujeres y hombres, como las potencialidades, fortalezas y capacidades de las mujeres cubanas para salir de la crisis en lo individual, familiar, comunitario y del país. Considero que la mujer salió de este proceso más fortalecida.
Continuará.
Notas
1 Yanetsy Pino Reyna: Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía), Fondo Editorial Casa de las Américas, 2018, pp. 32-33.
2 Oficina Nacional de Estadísticas: Anuario… 2002, p. 5.
3 Marta Núñez Sarmiento: “Un modelo desde arriba y desde abajo”, en Yo sola me represento, ICIC Juan Marinello y Ruth Casa Editorial, 2011, p. 101.
4 Oficina Nacional de Estadísticas: Perfil…, ob. cit., p. 148.
5 Oficina Nacional de Estadísticas: Anuario…2002, ob. cit., p. 54.
6 Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM) y Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) (1997): Información sobre el Desarrollo Humano en Cuba, Editorial Caguayo, La Habana, p. 107.