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'De amores y desamores en los tiempos del coronavirus”

Marta Núñez Sarmiento*

LIII

Cuando Gabriel García Márquez escribió El amor en los tiempos del cólera, su imaginación previó que algo similar sobrevendría a la humanidad en un futuro mediato o lejano. Este coronavirus comprueba su predicción literaria, porque, como afirmó Carlos Marx en 1857 en su “Introducción” a la Contribución a la crítica de la economía política, aquellas ideas contenidas en las grandes obras artísticas que se adelantan a sus épocas deben tomarse como “determinaciones naturales”, como puntos de partida “que son capaces de adelantar sucesos posteriores a las épocas en que se crearon”.

Tres meses después que apareciera en China, la pandemia estremece a la humanidad porque las cifras de quienes enferman y quienes mueren crecen exponencialmente. El virus no respeta fronteras, infecta los cuerpos sigilosamente, los pronósticos de su comportamiento son inciertos, no existen medicamentos que lo eliminen, a pesar de los esfuerzos de científicos en diferentes países, y mata tanto a ricos como a pobres (aunque las estadísticas para estos últimos no los recogen).

Aún se desconoce si este virus se creó en laboratorios que producen armas químicas y/o biológicas, si lo propagaron especies exóticas de animales para consumo humano o si fue un contraataque de la naturaleza. Las hipótesis desbordan las mentes de las personas en las redes y en los medios tradicionales.

Cualquiera que haya sido su inicio, las respuestas de los gobiernos son sumamente desiguales en términos de amor y desamor hacia los seres humanos.

Los desamores tiñen las acciones del presidente Trump, quien declara una decisión hoy y la riposta a los pocos días. Él ejemplificó su desprecio por sus ciudadanos cuando declaró que las medidas adoptadas resultarían eficientes para detener la pandemia si los muertos en EE. UU. llegaren a 100 mil o a 200 mil personas. O cuando niega a New York el apoyo que reclama a gritos, aunque es su ciudad natal y fue su residencia hasta hace pocas semanas. Su amor por el 1 % de los estadounidenses más opulentos lo declaró sin vergüenza alguna cuando apoyó la legislación para la emergencia del coronavirus que el Senado aprobó recientemente. El periodista Zach Carter del Huffington Post escribió que este “No es un paquete de rescate económico, sino una sentencia de desigualdad económica sin precedentes y de control corporativo sobre nuestros políticos que resonará a lo largo de una generación”. ”Representa una transferencia de riqueza y de poder hacia los súper ricos que sale del resto de nosotros, con la anuencia de ambos partidos políticos –una declaración maldita que describe la condición intrínseca de la democracia Americana”. Esta ley crearía un fondo de 4.5 billones de dólares para salvar a las grandes corporaciones, bajo la supervisión del secretario del Tesoro Steve Mnuchin.

El desamor o el amor por las leyes del mercado se evidencian porque esta ley permitiría que las compañías que resulten “salvadas” despidan hasta el 10 % de sus trabajadores en los próximos 6 meses. El periodista exclamó que “Los trabajadores, en contraste, no pueden esperar. Los despidos por el coronavirus ya comenzaron, y cuando las cifras oficiales salgan a la luz, serán espantosas”. La ley no enfrenta sustancialmente la pandemia. El gobernador demócrata de New York, Andrew Cuomo, expresó que ella no mitigará el desastre que sufre su estado, porque la inmensa cantidad de dinero que pone en circulación no moviliza nuevos recursos, tampoco organiza la producción, no mejora los suministros de materiales médicos ni entrena a nuevas enfermeras.

Persiste un desamor malthusiano de larga data que sutil o abiertamente culpa al envejecimiento poblacional de obstruir la estabilidad financiera de las naciones. Circula en las redes sociales un “meme” con la foto de Christine Lagarde, la ex directora gerente del FMI y actual presidenta del Banco Central Europeo, que le atribuye las palabras: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía mundial”. Aunque la legitimidad de esta frase está en disputa, lo cierto es que en 2012 dos informes del FMI reclamaron que ante el riesgo que la gente viva más de lo esperado se recortara las prestaciones, se aumentaran las cotizaciones, se retrasara la edad de jubilación y que los Estados recurrieran a los mercados de capitales para que se transfiriera el riesgo de la longevidad de los planes de pensiones a las aseguradoras privadas. Esto último implicaba, entre otras cosas, que los individuos aumentaran su ahorro a través de planes de pensiones, recomendaba que usaran las “hipotecas inversas”, por las que la casa en propiedad se entregara cuando falleciera el “beneficiado” a cambio de recibir hasta ese momento una renta por ella.

Estas políticas explican por qué los servicios de salud pública de la mayoría de los países no cuentan con los recursos para evitar que mueran a causa del COVID-19 las personas mayores de 60 años.

Ni qué hablar de los desamores hacia los pobres y hacia los inmigrantes en los tiempos de esta pandemia. De ellos no se habla, es como si no existieran. Una vía para ignorarlos son los simpáticos “gifs” que intercambiamos en nuestros celulares para sobrellevar el aislamiento impuesto en nuestros hogares. ¿Y los que no tienen casas, los que no tienen recursos ni para alimentarse ni para portar “cubrebocas”? ¿O los indeseados inmigrantes mexicanos y centroamericanos que en EE. UU. aseguran cosechar los alimentos que consumen los ciudadanos de ese país? Pronto será imposible ocultar sus tragedias en estos tiempos de pandemia.

Existe otra mirada a la crisis mundial que ha provocado el COVID-19: la de la incapacidad del capitalismo de salvar a la humanidad de catástrofes como esta.

Judith Butler, filósofa feminista estadounidense, vinculó los estragos de esta pandemia en su país con el capitalismo y la desigualdad económica. Declaró que “La desigualdad social y económica se asegurará de que el virus discrimine. El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros los humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo”. Llamó a considerar las propuestas de los excandidatos demócratas a la presidencia de EE. UU., Bernie Sanders y Elizabeth Warren, quienes abrieron “una manera de reimaginar nuestro mundo como si estuviera ordenado por un deseo de igualdad radical, un mundo en que nos unimos para insistir en que los materiales requeridos para la vida, incluida la atención médica, estarían igualmente disponibles sin importar quiénes somos o si tenemos medios financieros”. Continúa: “Entendimos que podríamos comenzar a pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos fija”, refiriéndose a la propuesta de una “Medicare For All”, un programa integral de salud pública que propusieron ambos políticos. Enfatizó que estas visiones no capitalistas fueron suficientemente comunicadas por los medios tradicionales y alternativos en EE. UU., de manera que pudieron llamar la atención de un número mayor de ciudadanos que sueñan con cambiar la explotación imperante.

Existen otras actitudes ante este virus que manifiestan amores por todos los seres humanos, sin exclusión alguna. Son las de personas, asociaciones y hasta naciones que abogan por la solidaridad entre todos para vencer esta “peste contemporánea”.

Los artistas y los intelectuales de todo el mundo colocan en las redes sociales sus conciertos desde sus casas, para paliar los rigores del aislamiento prolongado, exhortando a los ciudadanos acatar las medidas preventivas ante el virus que se dicten en sus países; muchos convocan a solidarizarse de varias maneras con los pobres y con las personas que sobrepasan los 60 años; la Unesco y las instituciones culturales colocan en internet gratuitamente libros, artículos científicos, obras de arte que se exhiben en las instituciones cerradas al público.

Mención aparte dedico a los aplausos que desde las casas los ciudadanos del mundo dedican al personal médico, a los transportistas, a quienes mantienen la higiene en las calles, a los imprescindibles que cosechan los alimentos y los venden en los mercados, en fin, a todos aquellos que aseguran la supervivencia de las personas que tienen muchos o escasos recursos para acceder a ellos y a muchos más.

Cuba demuestra que se puede enfrentar la pandemia con muy pocos recursos, agravados por un bloqueo que dura más de sesenta años, pero con una organización política, económica y social que se ha ido “engrasando” desde 1959 para beneficiar a toda la población. La Dirección del país planifica paso a paso las medidas que mantienen vivos los sectores económicos imprescindibles, brindando apoyo especial a los sectores de la salud pública, la educación y la cultura. Increíblemente, el hecho que hemos transitado casi 62 años en crisis ha creado fortalezas en la población, que no requiere de directivas precisas emanadas “desde arriba” para derrochar sus iniciativas: cosen cubrebocas de los más diversos colores con pedazos de tela que guardaban o que sacan de sus sábanas y ropas; administran los alimentos que vuelven a escasear; lo mismo hacen con el suministro de agua, porque la naturaleza nos castiga con una sequía que dura meses; los estudiantes desde preescolar hasta la universidad cuentan con teleclases y/o con orientaciones por la vía de internet. Las guarderías estatales continúan recibiendo a infantes desde uno hasta 5 años en los casos que sus madres deban trabajar en los sectores indispensables.

No me referiré a las 12 brigadas médicas que prestan servicios en Lombardía, Andorra y en naciones de América Latina, el Caribe y África, a solicitud de sus gobiernos. Además, ninguno de los trabajadores de la salud que laboran desde hace años en otros países ha retornado a Cuba. Terminaré reproduciendo la letra de la canción Valientes que compuso el dúo Buena Fe en 2019, que pareciera describir las actitudes de estos cubanos hoy.

Valientes

Antes que todo fueran himnos y vítores. / Antes que todo sea negociaciones. / Hay un preludio espeso, desafinado. / Altísimos silencios de sinrazones. / Y el miedo está goteando en los valientes, / Antes que los sudores y la sangre. / El instinto genuino que ya lo advierte. / Permutar de destino, se le hizo tarde. / ¿Qué estoy haciendo aquí? / Amando a este país como a mí mismo. / ¡No, qué va, no hay heroísmo! / Vine a darle un beso al mundo y nada más. / Pandemónium, capital de los infiernos. / Solo por los temores se filtra el alma. / Restos de quien al instinto deshicieron. / Niños que, tras el hambre, se irán con calma. / Viejos jinetes del horror, / Que han aprendido con la distancia / A anestesiarnos los disensos. / Con sensación de, no es aquí, no es a mí. / No son los míos. / Cabalgan sobre nuestro tedio. / Después será. / No es a mi ciudad. / Luego será, no son mis hijos. / Somos la misma humanidad. / Todos frente al mismo acertijo. / Pero ¿qué estoy haciendo aquí? / Amando a este país como a mí mismo.