Entretenimiento / Virales

Conversaciones con el escritor Leonardo Padura

Especulaciones sobre el Premio Nobel de Literatura en la Ciudad Letrada

La especulación abierta sobre los posibles candidatos al Premio Nobel de Literatura resulta una buena promoción para los mencionados de esa supuesta lista de doscientos escritores. Entre muchos lauros, Padura ostenta el Premio Nacional de Literatura 2012, en Cuba, y el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, concedido en España.

Una muestra más de la dimensión que pueden alcanzar los rumores de los medios en estos tiempos de internet, blogs, plataformas y redes sociales es la repercusión y el tránsito por distintos caminos, del artículo publicado por el escritor y editor español Juan Cruz Ruiz en El País el 1ro de junio pasado a propósito del Premio Nobel de Literatura 2020.

Bajo el sugestivo título de “El Nobel de Literatura pasa a la final”, el autor entreteje y sazona especulaciones, conjeturas, cavilaciones, teorías, sospechas, de un grupo de expertos (cita a cinco), para armar un texto provocador que encendió los motores en la Ciudad Letrada y puso la bola en juego; solo que era un partido de práctica, una simulación. Pero igual se transformó y extendió rápidamente como una serie de Netflix, “basada en hechos reales”.

En el artículo se habla de una lista inicial de doscientos escritores, reducida a quince en abril y luego a cinco, en mayo, entre los cuales debe estar el elegido de la Academia Sueca en octubre. Como hay mucha tela por donde cortar en esos dos centenares de nombres, las apuestas llegaron a muchas partes.

Saltando de un continente a otro, de una lengua a otra, las cavilaciones llegaron a la lengua española, a España (acaso adonde quería llegar Cruz Ruiz) y Latinoamérica. Aquí, junto al venezolano Rafael Cadenas, el chileno Raúl Zurita, los colombianos Fernando Vallejo y Juan Gabriel Vásquez, aparece mencionado el cubano Leonardo Padura.

Ni cortos ni perezosos, varios medios y blogs, en lecturas apresuradas e incompletas, se hicieron eco de la “noticia”, y las redes sociales la compartieron a su manera, acaso sin consultar el artículo sino replicando los sucesivos rebotes y adulteraciones.

No creemos que a la Academia Sueca le hayan resultado de su agrado estas especulaciones, que son lícitas, pero no si aparecen como supuestas filtraciones, porque los reglamentos del Premio Nobel establecen que el nombre de los candidatos debe ser mantenido en secreto durante cincuenta años. Justamente una filtración provocó una tormenta en el galardón correspondiente a Literatura en 2018.

Los ganadores del Premio Nobel se enteran con tiempo suficiente para preparar su discurso en la ceremonia y estar listos para afrontar el aluvión de llamadas y solicitudes de entrevistas de los medios que les cae encima, pero quienes solo estuvieron en la pelea porque fueron nominados lo sabrán (en teoría) si sobreviven medio siglo.

El proceso de selección del Premio, en las seis categorías, comienza en septiembre del año anterior, cuando los comités correspondientes a cada categoría envían invitaciones confidenciales a personas cualificadas de su ámbito para que propongan nombres de candidatos. Las propuestas de esas personas deben llegar a cada comité antes del 31 de enero del año siguiente.

Entre febrero y marzo los comités evalúan la obra de los candidatos y preparan una lista que es revisada, entre marzo y agosto, por asesores permanentes y asesores contratados especialmente por su conocimiento de los candidatos específicos.

A principios de octubre, cada comité elige a los galardonados con el Premio Nobel de su ámbito a través de una mayoría simple de votos. La decisión es definitiva y no tiene apelación. A continuación, ese mes, se anuncian los nombres de los premiados, quienes deberán asistir a la ceremonia de entrega en la capital sueca, en diciembre, excepto la del Nobel de la Paz que tiene lugar en Oslo, Noruega.

Los muy prestigiosos y bien dotados Premios Nobel, sobre todo los correspondientes a la Literatura y la Paz, en tanto involucran la ideología, son los más prestos a especulaciones y lecturas políticas; por tanto son los que sufren mayores cuestionamientos y críticas. Este año no debe ser diferente. De hecho, los nombres que se barajan como favoritos en el artículo de Cruz Ruiz parecen estar guiados por las circunstancias de lo políticamente correcto.

La noticia en modo latinoamericano

Los primeros medios latinoamericanos en hacerse eco del artículo del diario español fueron dos periódicos venezolanos (El Universal y El Nacional), ambos el día 3, con textos casi idénticos y en tono de celebración por la supuesta nominación del poeta “Rafael Cadenas entre los posibles candidatos al Nobel de Literatura”.

Los dos diarios construyen la noticia sobre el artículo de Cruz Ruiz, pero con un añadido de cosecha propia: en dos ocasiones involucran a la Academia Sueca entre las fuentes consultadas.

Cuatro días más tarde Confidencial Colombia se suma a la fiesta latinoamericana con acento propio: “Dos colombianos estarían entre candidatos a los finalistas para el Premio Nobel de Literatura”, pero subiendo la parada: “Confidencial Colombia contactó en el día de ayer con personas del entorno de Juan Gabriel Vásquez, quienes confirmaron las informaciones publicadas también en el medio español.

Más cauteloso y modesto fue el artículo de Verónica Abdala en el argentino Clarín, el día 12, que no dedica su reporte al poeta sudamericano Raúl Zurita, sino al caribeño Leonardo Padura, y tiene el valor agregado de incluir una consulta a Padura, quien, desde Mantilla, dijo: “Aquí estoy, tranquilo, con el mecánico haciéndole un arreglo a mi viejo carrito”. Fue todo lo que pudo obtener del escritor cubano. Unos días antes yo lo había llamado para tratar el tema, pero terminamos hablando de béisbol y de las colas para el pollo en La Habana.

Aunque diversos sitios y blogs comentaron la supuesta nominación de Padura, los medios oficiales de la isla hicieron silencio, a pesar de que desde Alejo Carpentier, en los setenta, ningún escritor cubano ha estado en la mira de la Academia Sueca.

La especulación abierta sobre los posibles candidatos al Premio Nobel de Literatura resulta una buena promoción para los mencionados de esa supuesta lista de doscientos escritores. Aunque los escritores saben que obtener ese galardón es tan difícil, inescrutable, enigmático, que crearse expectativas al respecto es un absurdo. (2020)

La transparencia del tiempo

Pocos signos tan concluyentes del triunfo de una novela como su espesura; vale decir, la capacidad del autor para crear la ilusión de que las peripecias que nos obliga a seguir son apenas el recorte de un mundo más amplio. Pero alguien como Leonardo Padura (La Habana, 1955) no solo es dueño de esa ductilidad hija tanto del afán como del oficio, sino que además posee la voluntad de compartir ese imaginario, el gesto de volver a él ampliándolo, la generosidad de no adormilarse y escarbar en sus pliegues como si pensara en voz alta o invitara al lector a pensar con él. Está claro que narrar, para Padura, no consiste solo en desplegar un itinerario sino también en utilizar la historia –con minúsculas– para reflexionar sobre un sinnúmero de temas. Entre otros para interrogarse sobre el devenir de la Historia (con mayúscula) en esa continua contienda que es Cuba.

Hace algunos años, el propio autor señalaba –en el prólogo de una contundente antología del género– que América Latina era, por lógica, el espacio privilegiado para un renacimiento del relato policial a partir de la naturalización de la violencia, la inestabilidad social y algunos otros indiscutibles condimentos. Del mismo modo que el incomparable Rubem Fonseca se ha revolcado como pocos en el fango de la realidad brasileña, lo más valioso de la serie del detective Mario Conde –protagonista de buena parte de la obra de Padura– es el modo en que el escritor cubano dialoga con su contexto, el de Cuba en general y La Habana en particular. Lo hace siempre con un tono a la Manuel Vázquez Montalbán: Conde parece a veces hijo putativo de Pepe Carvalho, el detective creado por el escritor español.

La transparencia del tiempo transita por los carriles acostumbrados: Conde, policía retirado hace ya años y convertido en circunstancial detective privado, recibe el encargo, esta vez de un viejo amigo, de recuperar un botín que le robaron, pero muy en especial una misteriosa Virgen negra, cuyo valor real y simbólico establece una puja que atraviesa todo el relato. Esa misión arrastra a Conde a escenarios que le son ajenos y que hacen reverdecer en su conciencia las innumerables contradicciones que le ofrece a cada momento una realidad como la cubana. Padura, que al margen del suceso creciente de sus libros –incluido el Premio Princesa de Asturias que le concedieron en 2015– eligió permanecer en su país, habitando su casa de siempre, ha sido con frecuencia crítico de ciertos aspectos de la vida en la isla, reclamándole a la Revolución los sueños que supo ofrendarle, pero a la vez se ha cuidado de que no ser manipulado aun cuando esa batalla, qué duda cabe, estaba perdida de antemano. Una mirada más amplia, menos tendenciosa, debería rescatar el hilado a través del que Padura pone cada tanto las cosas en su lugar, refiriéndose a “un país en el cual, con mucho esfuerzo y voluntad, se había hecho retroceder la miseria”, y en el que todos habían ascendido y tenido sus oportunidades, “ganando si no en confort, al menos en dignidad”.

Con todo, dos ejes persisten en el desarrollo de esta última entrega de la serie, y ambos se encuentran nucleados en el título: La transparencia del tiempo. Por un lado, Conde está a punto de cumplir sesenta años –entre otras coincidencias o juegos metaliterarios, el detective y su creador nacieron el mismo día–, algo así como “la cuarta edad”, lo que acentúa su ya célebre escepticismo y le hace replantearse a cada rato los términos en que ha vivido, además de las circunstancias históricas que a él y los suyos les han tocado en suerte. Por otro, el tiempo es –digámoslo así para no revelar la trama– un interrogante mayor en la novela, una promesa que se desanuda y enreda a la vez, una pregunta que no halla necesariamente una respuesta inequívoca.

Padura es un comediante sombrío, un delicioso radiógrafo de la ambivalencia de los vínculos humanos. La transparencia del tiempo es uno de los puntos más altos de su obra, uno de esos libros que recuerdan que el mundo es a veces más ancho y profundo de lo que las mesas de novedades suelen mostrarnos.- (IPS)

“La pandemia nos ha mostrado que no somos tan poderosos como creemos”

Leonardo Padura está aliviado. Pero tampoco tanto. Acaba de concluir su nueva novela y no se soporta más, ironiza, siendo así fiel a sí mismo. Es el escritor vivo más importante de Cuba y desde la isla cuenta cómo es la realidad que lo rodea en tiempos de COVID-19. “Tendrías que ver la cola que se forma en la esquina de mi casa cuando sacan paquetes de pollo o detergente”, dice. “Ahí se acaban los distanciamientos y si no interviene la policía, hasta puede correr la sangre”.

La mirada del genial creador del detective Mario Conde y otros personajes memorables ve, sin embargo, más allá de lo bueno y lo malo de Cuba. Porque esta pandemia, plantea, “ha roto todas las lógicas” con que nos movíamos hasta hace unos meses. “Estamos recibiendo una terrible lección”, resume. “No somos tan poderosos como creemos”.

Esa lección lo lleva a concentrarse en dos grandes ejes. El primero, los miedos que despertó este virus llegado de tierras lejanas. El otro, la solidaridad. ¿Cómo es eso? Pues que “el miedo es un motor tremendo para mover a los individuos y a las sociedades”, se explica, y el resultado es que terminamos entregando, “sin chistar”, nuestros espacios de libertad. O dicho de otro modo: “Los instintos pueden ser más fuertes que las convicciones”. Pero si los miedos son un factor en nuestra ecuación cotidiana, también lo es –o puede serlo– nuestro lado más virtuoso. “Las políticas de ‘yo con mi problema y mis soluciones’ son un disparate muy peligroso”, dice.

¿Se imaginó alguna vez como escritor vivir lo que estamos viviendo estos días?

Vivimos una coyuntura que ni los más desquiciados e imaginativos podían concebir. Esto ha roto todas las lógicas, el desarrollo de las vidas de los habitantes del planeta, la manera de entender nuestras relaciones y de confiar en nuestras capacidades, pues la tecnología ha demostrado de una manera brutal que la naturaleza es capaz de superarla, cuando todo parecía bajo el control de los humanos y sus saberes. Estamos recibiendo una terrible lección: una molécula loca es capaz de acabar con la humanidad, o por lo menos, de ponerla en jaque. ¡A nosotros, los humanos, los vencedores en la lucha por el dominio del planeta! Del carajo.

¿Cómo es el día a día de esta pandemia en la isla?

En Cuba lo estamos viviendo de una manera bastante sosegada si se compara con otros países, pero de forma bastante complicada, si volvemos a comparar. Me explico. Por la parte del sistema de salud del país, las cosas creo que se han hecho de la mejor manera que se podía hacer con los medios que teníamos para hacerlo. Las cifras de contagiados, muertos y recuperados no son alarmantes, el sistema hospitalario no ha colapsado, y eso quiere decir que se ha trabajado bien. El gran problema de Cuba, desde mucho antes de la pandemia y que arrastraremos después de la pandemia, es económico. La falta de una economía eficiente y productiva, que tiene su reflejo más dramático en la escasez de comida, que se ha hecho más alarmante en estas semanas. Solo tendrías que ver la cola que se forma en la esquina de mi casa cuando sacan paquetes de pollo o detergente. Ahí se acaban los distanciamientos y si no interviene la policía, hasta puede correr la sangre.

¿Qué enseñanzas le ha dejado hasta ahora la pandemia? ¿Acaso que “resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor”, como planteó en un texto reciente para la BBC?

Nos ha dejado muchas enseñanzas, de la más tremenda ya te hablé antes: no somos tan poderosos como creemos. Pero, sobre todo, debería enseñarnos lo importante que puede ser la solidaridad en tiempos de cólera. No estoy seguro de que aprendamos esa lección, pues muchos países, sociedades y personas se han preocupado por ellos mismos. Se habla de las emancipaciones económicas, científicas, farmacéuticas. Si las políticas de aislamiento social son efectivas contra el virus, las políticas de cierres nacionales pueden derivar en sentimientos nacionalistas que suelen ser mezquinos. Porque las políticas de “yo con mi problema y mis soluciones” son un disparate muy peligroso, como lo demuestra la Historia. Además deberíamos pensar en nuevos modelos (o viejos) de sistemas de salud, más democráticos y equitativos, pues los que más lo son han demostrado ser más eficientes en este proceso vivido.

Y mirando hacia delante, hacia el mundo, ¿qué es lo que más le preocupa post-COVID-19? ¿Teme, como planteó en su libro ‘El hombre que amaba a los perros’, que “en el fondo del abismo, acosado por todos los flancos, los instintos pueden ser más fuertes que las convicciones”?

El miedo es un motor tremendo para mover a los individuos y a las sociedades. Y el miedo a morirnos ha sido fundamental en esta situación. Sin pensarlo demasiado, por nuestro propio bien y por nuestra responsabilidad ciudadana, hemos entregado sin chistar muchos de nuestros espacios de libertad. ¡Tenemos que salvarnos y luego veremos!... Nunca me imaginé que, después de tanto clamar por la libertad para viajar, muchos cubanos exigieran al gobierno que cerrara las fronteras. Los instintos, sí, pueden ser más fuertes que las convicciones. Y estaríamos de acuerdo que, como en China, nos filmen todo el tiempo y de paso nos midan la temperatura, vigilen con quién nos reunimos, nos den o nos quiten puntos por nuestras actitudes individuales, y hasta que nos instalen pantallas como las que imaginó Orwell en 1984 , si esa es la forma de salvarnos. Que nos parezca bien que los vecinos espíen y denuncien a los vecinos incumplidores. Que los grandes poderes lo decidan casi todo por nosotros. Que florezcan autoritarismos. Eso me da tanto miedo como el virus.

¿Hay algo de todo esto que estamos viviendo que, por el contrario, le da motivos de esperanza?

Sí, por supuesto, debemos tener la esperanza de que todo esto pasará, como un mal sueño, y que los humanos saldremos vencedores del reto más grande que ha tenido nuestra época. Que esos sistemas de salud de que hablaba antes se revisen a fondo y cambien sus principios, al menos en algunos países y que haya cordura para repensar los modelos de desarrollo y de organización social, porque el actual parece que ha llegado a su momento crítico.

¿Todo esto le provee sustancia o material como escritor?

Como escritor me ha provocado unos tremendos deseos de escribir algo futurista. Como sabes, soy un escritor realista, que se alimenta de lo que ocurre a su alrededor, porque, como siempre recuerdo, no tengo demasiada imaginación, solo capacidad de ver y procesar lo que vamos viviendo. Pero este fenómeno ha sido tan conmocionante que me están dando deseos de escribir sobre una sociedad futura, siempre amenazada por virus como este, y en la que los ciudadanos entregan sus derechos a cambio de protección. ¿Y si ese virus no existe, solo se dice que existe para que reine el miedo y la gente entregue sus libertades?

¿Hay alguna pregunta que no le planteé y quisiera responder?

Lo que más extraño de mi vida anterior, de ese mundo del ayer, son las reuniones con los amigos y los viajes. Desde niño soy un tipo al que le gusta tener mucha gente cerca y como terminé haciendo un trabajo que precisa de la soledad, pues esa vocación se me ha multiplicado y me paso la vida inventando reuniones con los amigos, para tomar algo, comer algo, hablar algo, aunque sea hablar mierda, como dice Mario Conde. Y los viajes que suelo hacer, que casi nunca son de placer, sino de trabajo en función de la promoción de los libros, congresos, festivales, que yo convierto en viajes de placer cuando termino la parte más agobiante (¡las entrevistas!) y vuelvo a ver a los amigos que tengo por todo el mundo. Como en mi trabajo tengo que ser tremendamente responsable y solitario, necesito mucho de esas válvulas de escape en las que disfruto de la parte maravillosa de la levedad del ser y el estar.

¿Qué hace, pues, sin esas “válvulas de escape”?, ¿aprovecha la modificación de su agenda para escribir?

He trabajado intensamente en estos días y tenemos ahora mismo esta entrevista porque acabo de hacer algo que me provoca un tremendo alivio: he terminado la revisión final de mi nueva novela y... fua.... ha salido por el ciberespacio hacia mis editores de Tusquets, en Barcelona... Y si todo se arregla un poco, pues en septiembre andará impresa. Se titula “Como polvo en el viento” y tiene que ver con la diáspora por el mundo de mi generación cubana, que en cierta forma ha sido polvo en el viento. Bueno, en general todo es polvo en el viento, como lo ha demostrado esta dichosa pandemia. Así que, como te podrás imaginar más que leer a otros, he estado horas y horas leyéndome a mí mismo. Hasta que no me soporté más y... fua... allá va eso.

Dado que millones en toda América Latina están confinados en sus casas desde que comenzó la cuarentena, ¿qué libro o película o serie de televisión o música les recomienda para enriquecerse o pasar un buen rato?

Les recomendaría, por ejemplo, a los que han visto las ocho temporadas de “Homeland”, que vean el original israelí, “Prisioneros de guerra”, y verán la diferencia entre un producto y una obra de arte. Que lean a los buenos escritores de nuestra lengua. Que oigan otra vez a Los Beatles. Y, claro, que los que nos las han leído, que se lean mis novelas, no faltaba más. Algunas son bastante buenas, creo.- (El Universal)

“Mi función es escribir, y en Cuba escribo”

“Cartagena está más cerca de La Habana que de Bogotá”, apunta Leonardo Padura para referirse a las conexiones históricas entre las dos ciudades caribeñas que siente tan próximas. El maestro cubano de la novela negra publicó hace un año La transparencia del tiempo, el libro más reciente de la saga de Mario Conde, su emblemático personaje. El policía retirado que de vez en cuando acepta algún trabajo como investigador privado incluso ha llegado a Netflix, y su creador es uno de los invitados estelares del Hay Festival en la ciudad amurallada de Colombia.

Padura (La Habana, 1955) conversará este viernes en Cartagena de Indias con el director de EL PAÍS América, Javier Moreno. Hasta el 3 de febrero formará parte de un cartel que incluye a la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, el rumano Mircea Cartarescu o la británica Zadie Smith. En esta charla telefónica, el autor de El hombre que amaba a los perros –sobre el asesinato de Trotsky–, se muestra inquieto por los cambios que está viendo en la isla.

Pregunta. En La transparencia del tiempo, Mario Conde se asoma ya a los 60 años y lo asalta el desencanto. ¿Cómo siente que envejeció su personaje?

Respuesta. Con Mario Conde yo he hecho un experimento de ver cómo transcurre el tiempo en dos sentidos: en el sentido físico, intelectual, humano, de una persona, y en el tiempo histórico que va viviendo el personaje. En ese tiempo físico el Mario Conde de las primeras novelas era un hombre de 35 años, un policía, en el año 1989. Tenía sus características de ser un hombre que miraba con cierta frecuencia hacia el pasado, con nostalgia, y en el transcurso de las novelas esas características suyas se han potenciado. Y el personaje a la vez ha ido envejeciendo físicamente al llegar a los 60 años y tiene una visión evidentemente más pesimista de la vida porque ha visto que su propia realización personal nunca se ha producido.

P. La sociedad cubana se ha transformado en estos años.

R. Y mucho. Uno de esos síntomas se ve muy claramente en La transparencia del tiempo, y es hasta qué punto el tejido social se ha dilatado. Era muy homogéneo en los años 70 y 80, y se ha dilatado para que vayan apareciendo ciertos destellos de una riqueza que se hacen mucho más evidentes cuando uno mira zonas de pobreza que han ido creciendo, y que han ido marginando a una parte de la población.

P. Las diferencias sociales no parecen tan erradicadas en Cuba como se llegó a mostrar en algún momento.

R. Una crisis económica que fue muy devastadora en los años 90 definitivamente no se ha recuperado hasta hoy, con un país que crece un 1 % por año. La economía no acaba de superar las carencias que tiene, eso por supuesto produce una acumulación de deudas, de necesidades, que se refleja en una parte importante de la ciudadanía cubana. A la mayoría de los trabajadores en Cuba los salarios no les alcanzan para vivir. No es que lo diga yo, lo dijo hace ya diez años el propio Raúl Castro. Es una situación que no se ha resuelto.

P. La transparencia del tiempo comienza cuando Bobby Roque, un amigo de infancia, le pide a Conde encontrar una virgen negra robada, de origen africano. Roque es gay. ¿El homosexualismo ya no es estigmatizado en Cuba? ¿Es una situación superada?

R. Creo que sí, totalmente superada. Históricamente la homosexualidad en Cuba tuvo una mirada muy prejuiciada por parte de una moral católica y de un entendimiento del mundo judeocristiano, a lo que se sumó prejuicios de una moral que de alguna manera pudieron preservar muchos de los esclavos africanos que llegaron a Cuba. Después del triunfo de la revolución esto tiene momentos mucho más álgidos en los años 60 y 70, cuando se le da también un carácter de debilidad ideológica a la homosexualidad. De todas maneras, este fenómeno de marginación del homosexual en esos tiempos no es para nada exclusivo de Cuba. A partir de los 80 empieza a cambiar, y creo que hoy definitivamente ha sido superada. Hasta el punto de que se discutió si en la constitución que va a referendo en unos días se consideraba el matrimonio igualitario como una de las modificaciones. Hubo una ligera modificación, no fue tan profunda como se esperaba, pero de hecho se reconoce el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo.

P. La novela está ambientada en un momento muy concreto, 2014, cuando ocurre el deshielo entre Washington y La Habana. ¿La nueva era que se anunciaba entonces nunca llegó con Trump?

R. La novela cierra su recorrido por el presente justamente el día 17 de diciembre de 2014, cuando Raúl Castro y el presidente Obama anuncian que Cuba y Estados Unidos van a comenzar conversaciones para un restablecimiento de relaciones diplomáticas. Eso fue primeramente una conmoción, y no solo en Cuba. Vimos casi con asombro, y con grandes esperanzas, como se izaba una bandera americana en la embajada que tienen en el malecón de La Habana, la visita posterior de Obama en el año 2016 y toda una serie de gestos que indicaban la posibilidad de una convivencia mucho más civilizada. Pero ocurrió lo que lamentablemente no estaba previsto que ocurriera, que Donald Trump llegara a la presidencia. Eso ha sido una conmoción no solo para las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, ha sido un fenómeno que ha puesto en tensión al mundo entero, pero sobre todo a la propia sociedad norteamericana. Lo estamos viendo en estos días con un Gobierno norteamericano que lleva dos meses prácticamente cerrado por las diferencias entre el presidente y el congreso.

P. ¿Qué hace falta para poder recuperar ese momento esperanzador?

R. Voluntad política. Y en este caso, voluntad política por parte del Gobierno de Estados Unidos.

P. ¿En qué ha cambiado la isla bajo Miguel Díaz-Canel?

R. Ha cambiado muy poco. Va a cumplir un año en el poder, está tratando de sistematizar un poco una organización de las estructuras de Gobierno, se va a llevar a referendo el día 24 del mes próximo una constitución que avanza en algunos elementos respecto a la constitución anterior, en otros nos deja con expectativa de que pudo haber sido más progresiva. Y sobre todo creo que una de sus banderas ha sido intentar una lucha contra una corrupción que a veces es de bajo nivel, pero muy extendida.

P. Ya hablamos del personaje. ¿Cómo le sienta la vejez al escritor?

R. A los 60 años un novelista está todavía en plenitud de condiciones. Si no tiene grandes problemas físicos, es un momento en que ha acumulado una experiencia y un oficio que lo ayudan mucho a la hora de realizar su trabajo. De todas maneras, la experiencia y el oficio son una ayuda, pero no son una solución. Cada vez que me enfrento a la escritura tengo que aprender a escribir esa novela que estoy escribiendo. Ahora mismo estoy escribiendo una novela que ocurre en distintos escenarios, con muchos personajes, porque tiene que ver con la diáspora cubana de mi generación y me obliga a una estructura completamente distinta de las novelas anteriores. Con los años uno puede sufrir una afectación de ese aparato tan importante en los escritores que Hemingway calificó como “el detector innato de mierda”. Hay escritores que les empieza a fallar con los años, y uno debe tener mucha consciencia.

P. ¿Sus libros reciben menor promoción en Cuba que en otros países de América Latina?

R. Desde hace 23 años tengo una editorial en España que es realmente un lujo (Tusquets), que cuida mucho la promoción de sus autores. Eso me ha permitido tener no solamente ediciones en lengua española, que se distribuyen en España y en toda América Latina, sino también acceder a otros mercados. En estos momentos publico en 25 idiomas. He tenido la posibilidad de escribir para el cine, he tenido recompensas de diferente tipo en diferentes partes del mundo, incluido un premio tan importante como el Princesa de Asturias. En Cuba he ganado todos los premios, pero las ediciones de mis libros siempre han sido limitadas. Por cuestiones de carácter económico o por cuestiones de carácter promocional. Que a veces se pueden confundir, a veces se pueden mezclar o a veces se pueden enmascarar una con la otra. Lo que está muy claro para mí es que Cuba es mi país, mi lugar de residencia. Mi función es escribir, y en Cuba escribo.- (El País América)

“Para poder escribir como lo hago, necesito estar inmerso en la realidad cubana”

Amable, a pesar del cansancio y de una indigestión que le produjo la mezcla de sabores peruanos, el escritor cubano más importante de las últimas décadas responde a las primeras interrogantes de una enorme lista que se quedó en el tintero. A pesar de su creciente fama, los humos no se le han subido. Reitera que se queda en Cuba por su madre, su patio, sus perros y su mata de aguacate.

Viajas mucho. En los últimos años te has hecho muy conocido.

Cada vez son más las invitaciones que tengo que rechazar porque se cruzan o porque no puedo. No debería haber venido, pero no conocía Lima y me convencieron. Hemos dejado en Cuba un trabajo tremendo.

¿Te refieres a la serie que estás haciendo?

Sí, hemos terminado los guiones corriendo. La semana que viene empiezan las lecturas con los actores y debemos estar presentes mi esposa y yo. Ella es la guionista principal. Es el primer capítulo de cuatro que duran una hora y media.

¿La producción de series es reciente en Cuba? Porque lo que existe es un fuerte consumo de telenovelas.

Claro, cuyo origen es la radionovela que se inventó en Cuba. Esta serie es una producción española-alemana, con un director español y con una mayoría de actores cubanos.

¿Además de la televisión estatal tienen posibilidad de ver otro tipo de producciones?

Hay cinco canales oficiales de alcance nacional que son del Estado, y hay canales provinciales. Se difunden productos cubanos e internacionales. Por ejemplo, en horario estelar se ven las telenovelas brasileñas. Se transmiten películas de todas partes del mundo. Vemos fútbol en vivo. Yo veo en directo los partidos españoles. Todo es pirateado, por supuesto. Hay personas que tienen antenas y acceso a las programaciones de los canales del sur de La Florida. A eso se le llama el cable en lenguaje cubano.

Acá también.

No, olvídense de su cable. La persona que tiene la antena saca un cable que tiene ramificaciones y vende ese servicio. La persona que recibe la señal organiza la programación. Decide de acuerdo a sus gustos y también sus clientes le van diciendo qué quieren ver.

¿Escribir te ayudó a sobrepasar la crisis de los años 90 en Cuba?

Soy una persona muy responsable con el trabajo y muy trabajadora. Siempre estoy haciendo algo. Durante los años 80 fundamentalmente hice periodismo; tanto, que decidí dejarlo porque no tenía tiempo para escribir literatura que era mi interés fundamental. A partir del año 90 fui a trabajar a una revista cultural. Tuve más tiempo y comencé a escribir la primera novela de la serie de Mario Conde. Esos años coincidieron con el principio de la crisis. El hecho de estar escribiendo me ayudó a atravesar ese periodo tan complicado y difícil de la vida cubana. Entre el 90 y el 95 escribí tres novelas, un libro de cuentos, un ensayo sobre la obra de Alejo Carpentier de 600 páginas. También preparé antologías de cuentos y escribí guiones para el cine. El ritmo de trabajo no ha disminuido desde entonces. Yo necesito escribir para vivir.

¿Y cómo haces para que el tiempo te alcance?

En los últimos años esto se me ha complicado un poco por el trabajo promocional de los libros. Cada vez más la presencia física del autor es importante para promocionarlos, y cada vez hay más ferias que se organizan en distintas partes del mundo. Como tengo traducciones en 20 idiomas, a veces me invitan a 20 países. Se convierte en un problema escoger dónde ir.

¿No tienes ninguna limitación para promocionar tus libros?

Realmente no. Todos mis libros se han publicado en Cuba. Yo viajo hace muchos años, y con mi esposa hace 15. Escribo con la mayor libertad y honestidad posible. Creo que las cosas que están dichas en mis libros es lo que yo necesitaba decir en cada uno de ellos.

Has dicho que descubriste un método que te permite hacer investigación histórica y después convertirla en ficción.

No creo que sea un método propiamente dicho. Cuando escribo sobre un tema que necesita investigación histórica trato de comenzar a escribir la novela, encontrar su atmósfera y su ambiente, y a partir de eso comienzo a hacer las investigaciones. Es lo que he hecho con la que estoy comenzando. Escribí 60 páginas, dejé algunos vacíos y ahora estoy haciendo la investigación. Estuve en España, trabajé en la Biblioteca Nacional, compré muchos libros que estoy leyendo y anotando. Con toda esa información la empezaré de nuevo. Esas 60 páginas son la certeza de que tengo una historia que puedo contar.

Leer es muy importante para un escritor. Nuevamente, ¿de dónde sacas el tiempo para hacerlo?

Hace 15 años que llevo haciendo investigación histórica para mis novelas. Escribí La novela de mi vida, que se publicó el 2001, después La Neblina del ayer, El hombre que amaba a los perros, Herejes. Eso me deja mucho menos tiempo para leer. Y luego, cuando estoy escribiendo, necesito de una literatura que me comunique el ambiente, la atmósfera, el estilo, la sensación. Me queda un espacio de tiempo muy reducido para poder leer nueva literatura y eso me da una cierta angustia con respecto a mis contemporáneos. Hay libros que por alguna razón no los leí porque a lo mejor en Cuba nadie tenía un ejemplar. Empecé a leer Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar, y tuve que dejarlo porque tenía que leer otra cosa.

Has dicho que sueles releer algunos libros como Conversación en La Catedral. ¿A qué otros libros les tienes gratitud?

Hay una gran cantidad de libros que están en ese grupo de obras a las que regreso y que siempre me han ayudado a escribir. Son muchos. Les voy a decir algunos, pero la lista es larga. Conversación en La Catedral la leo siempre que voy a empezar a escribir una novela, Asesinato en el Comité Central y El pianista, de Manuel Vásquez Montalbán. Leo la tetralogía de El Conejo, de John Updike, algo de Salinger. Recientemente releí Cien años de soledad y El Siglo de las luces, de Carpentier, El largo adiós, de Raymond Chandler, lo estoy releyendo por décima vez porque tiene que ver con la novela que estoy escribiendo.

Has mencionado a algunos escritores latinoamericanos entre tus imprescindibles. Hay escritores que consideran que tiene que haber un parricidio para poder crear algo nuevo.

Sí, pero en una dimensión estilística, conceptual. Los escritores latinoamericanos que he mencionado trataban de escribir novelas totales como Conversación en La Catedral, El siglo de las luces, Pedro Páramo, Rayuela. Por lo general, tenían un carácter menos citadino y las incertidumbres de la vida moderna todavía no se vivían como las hemos vivido en los últimos 25 años. Al momento de escribir las últimas novelas hay en cierta forma un acto de parricidio, pero también, en mi caso, un acto de apropiación. A mí la definición que más me gusta es la de Hemingway: “Hay que pelearse con los muertos”. Eso significa que no lo has matado. Están ahí y tienes que pelearte con ellos para tratar de sacarles ventaja en un combate que es muy arduo.

¿Esas incertidumbres de la vida moderna se relacionan con la irrupción de lo digital?

Primero, la caída del Muro de Berlín. Desde ese momento el mundo es otro por razones históricas. Segundo, la tecnología digital transformó la relación del hombre con prácticamente todas las actividades de su vida cotidiana, e incluso su vida personal. Por ejemplo, aquellos amigos que son íntimos a través de Facebook y no se han visto nunca.

¿Das a leer las primeras versiones de tus novelas a otras personas?

Sí, son personas en las que confío mucho. Siempre quiero que esas opiniones sean muy críticas. Me hacen un favor si me dice: “Me gusta, pero…” “Tal personaje no funciona, aquí el ritmo cae, es aburrido, ten cuidado con estos adjetivos que estás usando demasiado”. Eso me va ayudando a pulir el texto. No me apuro. La última versión de la novela es esa en la que siento que ya no puedo hacer nada por mejorarla. Esa versión llega después de la aventura que hacen mis excelentes editores de Tusquets, en España, que al final encuentran cosas que se le habían pasado a todo el mundo.

Decías que en tus novelas policiales no hay tantos muertos porque en la sociedad cubana no hay altos grados de violencia.

Afortunadamente los niveles de violencia en Cuba no son altos. Hay una violencia cotidiana que generalmente es verbal. Se parece a España en ese sentido. Mucha gente que llega dice que los cubanos siempre están peleando entre ellos. Pero es una manera de hablar. También podemos estar discutiendo realmente e irnos a los puños. Pero la gente no anda con pistolas o cuchillos. No hay crimen organizado hasta donde yo sé.

¿Se ve pobreza de la dura?

Hay zonas de las ciudades del interior y de La Habana donde las personas viven en condiciones mucho más precarias que las visibles. Son zonas invisibles y son personas invisibles. Hay un documental hecho por un joven realizador, Alejandro Ramírez, que se llama Canción de barrio, hecho a partir de una gira que hizo Silvio Rodríguez por los barrios de La Habana. Te das cuenta de que viven de manera muy precaria. Ahí puede haber expresiones de violencia más fuertes.

Has optado por el género novelístico y no por el cuento.

Las historias que se me ocurren son tan complicadas que necesitan el espacio de la novela. El último libro de cuentos que he escrito me ha sorprendido porque ha tenido una muy buena aceptación de los críticos y de los lectores. Me ha dado ganas nuevamente de escribir cuentos, pero son ganas abstractas porque se me ocurren historias enormes.

Sobre las libertades artísticas, ¿no ha habido en el cine cubano más libertad para ejercer la crítica? Por ejemplo, casi desde el comienzo, las películas de Tomás Gutiérrez fueron muy críticas. En cambio, Iván, el personaje de El hombre que amaba a los perros, es “castigado” por dejar de escribir elogios a la Revolución.

En los años 70 eso pasó para todos: para los dramaturgos, los pintores, los escritores, los cineastas. En los años 70 Cuba era el infierno. Es diferente ver una parte de la realidad cubana que ver “la realidad cubana”. Se acaba de publicar en Cuba un libro que se llama El año 71, Anatomía de una crisis, en el que el autor analiza los conflictos que explotaron ese año y que llevaron a la marginación de tantos intelectuales y artistas como Padilla, Lezama Lima, Piñera, por razones ideológicas, religiosas, de filiación sexual. Lo que le pasó a Iván le pudo haber pasado a un director de cine. A partir de los años 90 comienza a cambiar la relación porque, con la crisis, la industria cultural cubana pierde la posibilidad de tener un monopolio de la producción cultural y se diversifica. Los escritores que antes no podían publicar fuera de Cuba, tienen la posibilidad de hacerlo. Aparece el mundo digital, y con menos recursos los creadores de productos audiovisuales comienzan a hacer sus obras.

¿Así la posibilidad de criticar algunos aspectos de la sociedad se materializa?

No creo que sea una visión crítica. Creo que es la visión de una realidad desde un punto de vista mucho más cercano. Algunos jóvenes lo han hecho. También Fernando Pérez, que es el director cubano más importante. En sus últimas películas ha tenido una visión muy ácida de la realidad cubana

¿Fresa y Chocolate fue el punto de ruptura?

Sí, en la visibilidad de ese proceso. Porque vino apoyado por uno de los grandes directores del siglo xx, Tomás Gutiérrez Alea, y porque la película funcionó muy bien en los circuitos comerciales y en los especializados.

Has dicho que siempre te estás buscando problemas. ¿Le molestan al gobierno algunas de tus opiniones?

No grandes problemas. Vivo en Cuba con bastante tranquilidad, viajo cada vez que quiero, mis libros se publican. Pero cada vez con más frecuencia recibo ataques desde dentro de Cuba. Ahora hay un proceso muy complicado de lucha por pequeños poderes, porque se está produciendo un proceso de cambio que empezó antes de que se hablara de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Lo comenzó Raúl Castro con determinadas aperturas económicas y sociales que se han ido produciendo. La sociedad cubana se ha ido distendiendo. De ser muy homogénea y cerrada se ha ido abriendo. Los estratos sociales se han ido diferenciando: hay gente que tiene mucho más dinero, gente que tiene menos. En la economía y en la sociedad hay un nuevo contexto.

¿Dirigentes del partido que se han quedado congelados en el tiempo?

Hay un grupo de personas que insisten en que los métodos para hablar de la realidad, para reflexionar, para debatir, sigan siendo los de hace 30 años. Como dentro y fuera de Cuba yo tengo un mismo discurso, eso ha provocado que en los últimos dos años se me acuse de muchas cosas. Esa actitud me ha reafirmado en la certeza de que estoy haciendo lo que debo hacer, porque si no tuviera esas respuestas significaría que estaría diciendo cualquier cosa complaciente. Ha habido respuestas airadas a comentarios que he hecho sobre el hecho de que los jóvenes cubanos estén migrando, y que se esté perdiendo un capital humano que es valiosísimo. Les molesta que yo diga que mi generación es frustrada. No me alcanzan los dedos de las manos para contar cuántos colegas y amigos terminaron o en el exilio o alcoholizados.

¿Cuál es la herencia estalinista que queda en la sociedad cubana?

Fundamentalmente está en la economía socialista que la fundó Stalin. No fue Lenin, quien antes de morir trató de establecer una nueva política económica en la Unión Soviética. Es una herencia que adoptamos y que ahora empieza a hacer algunas concesiones. Hay una pequeña propiedad privada que está en sectores no productivos, pero no en la agricultura. Todavía existe una estructura estatal de la economía. Se decidió que por fin el Estado iba a vender automóviles a las personas que quisieran comprarlos. Pero un automóvil nuevo - un Peugeot cero kilómetros del año anterior - cuesta más de un cuarto de millón de dólares. En un país en el que un médico gana 60, 70 dólares al mes, se vende un automóvil chino de ínfima categoría en 30 mil dólares.

El riesgo de ese cambio es que Cuba se pueda convertir en un “tigre asiático”, o en una pequeña China en la que se mantiene el partido único con una economía capitalista.

Riesgos hay muchos, pero hay que asumirlos creativamente, porque lo que no es posible que Cuba, con un clima y una tierra buenas, importe el 80 por ciento de los alimentos que se consumen en el país. Eso quiere decir que hay una estructura económica que no funciona, que no tiene capacidad de producción y de eficiencia. Y no lo digo yo, sino Raúl Castro, en su último discurso en la Asamblea Nacional. La esencia sería salvar lo bueno que ha funcionado y desechar lo malo.

¿Hay herencia en Cuba? ¿Tu casa en Mantilla la heredaste de tus padres?

Sí, se pueden heredar las casas, los automóviles, los terrenos.

¿Quedarte en Cuba fue una elección personal?

Yo sentí que para poder seguir escribiendo como lo estaba haciendo, debía estar inmerso en la realidad cubana. Necesito oír a la gente hablar en cubano. También porque tengo un gran sentido de pertenencia a esa realidad. Y porque tengo a mi familia, mi madre, mi casa, mis perros, mi patio, mi mata de aguacate.

¿Al igual que Trotsky, tú también amas a los perros?

Por supuesto que sí. Mis dos perros murieron de viejitos. Con los viajes es difícil tenerlos como a mí me gusta, conviviendo conmigo. Quisiera volver a tener uno.

Leer en Cuba

¿Cuánto se lee en Cuba?

Cuanto se puede.

¿Hay subsidio para los libros?

Sí hay, pero se publican pocos en cantidad de títulos y pocos ejemplares. No se importan libros. Por lo tanto, el lector cubano tiene una relación con los libros que se ha viciado por unas condiciones económicas que no le permiten satisfacer sus necesidades de consumo. Eso ha significado que se han perdido lectores. Quieren leer un tipo de literatura que no encuentran. Si venden en Cuba un libro publicado en España y que cueste como 20 euros, imagínense, ése es el salario mensual de una persona.

¿Los cubanos tienen acceso a tus libros?

Aunque mis libros se publican en Cuba, la cantidad de ejemplares es insuficiente para la demanda que existe. Tengo más lectores que posibilidad de ejemplares a publicar. Eso crea una relación muy extraña con los lectores. La gente a veces ha leído la mitad de uno y te preguntan dónde lo pueden conseguir. Ésa es una de las preguntas más dolorosas que me pueden hacer en Cuba, porque la respuesta es una: “Los puedes conseguir en La Casa del Libro de Madrid”.

¿Pero habrá bibliotecas populares o casas de préstamo de libros?

En el Perú, compras un libro y lo lee tu esposa, a lo mejor tu padre y ya. En Cuba el libro tiene una vida mucho más larga. Lo leen 20 o 25 personas. Yo mismo soy una biblioteca ambulante. Cada vez que regreso de un viaje, tengo 10 amigos que me preguntan qué libro traje. Primero lo leo yo, después lo lee mi esposa y después empieza la cola. A mi madre siempre le regalo dos ejemplares de cada edición de mis libros. Ella tiene 87 años; es una vieja muy habladora, pero también muy lectora. Le digo que uno no se lo preste a nadie, y el otro es para que lo preste. Los lectores pueden ser editores, escritores, recogedores de basura, porque el nivel educacional es muy alto. Yo tengo un amigo que trabaja organizando el recojo de los desperdicios en la ciudad y que es un lector insoportable. Él viene y yo le digo: “Coge los que quieras”.

¿Y los devuelve?

El muy cabrón me los devuelve, y por eso no puedo pelearme con él.- (Ideele Revista)