Internacional

Pedro Díaz Arcia

Una vez más Estados Unidos quedó aislado en una refriega política en la ONU, derrotado por una hornada de jóvenes diplomáticos cubanos. Aunque no es novedoso que la representación del país más poderoso del mundo se aparte de manera progresiva de la comunidad internacional en asuntos de sensible importancia, lo sucedido el martes en un salón de la ONU, escenario preparado para sentar a Cuba como reo en el tema de los derechos humanos, disciplina en la que no tienen nada que mostrar que no sean sus pecaminosas lecciones, fue echado por la borda ante la firme y valiente posición de la Misión Permanente de la isla.

En un artículo titulado “Un nuevo orden para las Naciones Unidas”, publicado por Granma Internacional el 16 de abril de 1991, reflejé cómo había descendido el nivel de coincidencias de los países miembros de la ONU con Washington: en 1950 la coincidencia que alcanzaba el 86%; fue de 66% en 1955; se situó en 61% en 1960; bajó a 43% en 1965; descendió en 1970 a 41%; en 1975 a 18%; en 1980 sería de un 13%; de 7% en 1985; y en 1990 era de sólo un 5%.

En una ocasión Jeane Kirkpatrick, entonces representante de los Estados Unidos ante la ONU, envió en 1982 una carta a unos 40 Estados miembros del Movimiento de Países No Alineados en la que los “invitaba” a desasociarse de sus posiciones contrarias a su país en las votaciones de cada año. Después del envío de la misiva se instituyó la llamada Enmienda Moynihan sobre el plan de ayuda al exterior en ese año, la cual condicionaba el otorgamiento de la ayuda estadounidense a la posición que adoptasen en la Asamblea General (AGNU). En 1985, el Representante Permanente, Vernon Walter, mencionó la posibilidad de suspender la ayuda a los países del Tercer Mundo que hubieran votado de forma consistente contra Estados Unidos; incluso habló de disminuir o suspender las contribuciones a las Naciones Unidas. Algo que se ha reiterado a lo largo de todos estos años marcados por las presiones a los países pobres del mundo.

Pero años más tarde se manejó la iniciativa, no abandonada, de que se aceptara lo que denominaron el “voto ponderado”, que significaría quebrar los principios de la Carta de la ONU, porque permitiría que el voto de los Estados Unidos se correspondiera con su contribución financiera a la Organización. El colmo de la inequidad, de ser así el voto del representante norteamericano, equivaldría al voto de decenas de representantes de otros países.

Acostumbrados al vasallaje no soportan la herejía que supone el enfrentamiento. ¿Cómo un país cuyo territorio cabría en uno de sus Estados puede hacer oídos sordos a sus mandatos? Es que quieren ignorar la historia: la Mayor de las Antillas ha mantenido enhiesta la bandera de su libertad a lo largo de casi seis décadas. Pero no existe peor enfermedad que la miseria moral; además, no tiene cura.

¿Qué se puede esperar de un gobierno sin ética ni respeto a los principios elementales que deben regir las relaciones entre las naciones? El pueblo cubano enfrentará las nuevas embestidas con el “encabronamiento necesario”, y sin el menor temor. Mientras la maquinaria imperial recurre tanto a la superioridad tecnológica, como al uso de la violencia para derrocar cualquier sistema político que no le sea afín; creando falsas matrices que fomenten la inseguridad y el terror para así justificar sus vandálicas acciones.

Es que estamos ante una guerra de cuarta generación contra Cuba: y nunca nuestra soberanía será alfombra de nadie.