Internacional

Zheger Hay Harb

La nota colombiana

Hace 20 años, una noche de octubre de 1998, una fuerte explosión despertó a los habitantes de una pequeña población antioqueña de apenas 3,000 habitantes, con todas sus necesidades básicas insatisfechas. No sabían de dónde provenían las llamas que los iban envolviendo hasta carbonizarlos, dejando sus cuerpos y sus casas reducidos a un montón de cenizas.

Fueron 84 los muertos, la mayoría menores de edad, enterrados en una inmensa fosa común, en ataúdes apilados uno encima del otro porque no había tiempo ni energías en medio del dolor para cavar una tumba para cada uno.

En medio del abatimiento fue saliendo a flote la verdad: el ELN había dinamitado, como de costumbre, el oleoducto y por ese tubo fue cobrando cada vez más fuerza el combustible que llegó hasta el río Pocuné y de allí corrió hasta alcanzar las casas del pueblo y ante cualquier chispa se volvió un monstruo arrasador. Su responsabilidad es mayor porque luego se supo que no fue sólo por la voladura del oleoducto sino que como de inmediato volaron el puente, la chispa de la explosión llevó las llamas al río.

Dos décadas después el pueblo sigue arrastrando la misma miseria: sus índices de pobreza son desoladores, los servicios públicos siguen sin llegar, las calles están llenas de huecos, el puesto de salud no tiene médico permanente y los esqueletos de juegos del parque infantil dan idea del abandono; y los deudos de tres, cuatro víctimas siguen esperando una reparación que no llega ni por parte del Estado ni por el ELN, su victimario.

Algunas de las víctimas de esa tragedia, que habían jurado no volver, regresaron para la conmemoración, para ver si con la compañía de sus hermanos en el dolor lograban sanar las heridas. “Creíamos que era el fin del mundo” dijo una de ellas recordando cuando despertó y vio que las llamas envolvían su casa.

Pero esa no es la única tragedia que ha sufrido Machuca: los homicidios, desplazamientos y desapariciones forzadas los agobiaron en los años sucesivos, especialmente en el 2002.

El Estado ha hecho unos tímidos intentos por brindar atención a las víctimas, pero han sido proyectos intermitentes y todos inconclusos. Ni los indígenas, ni los afrodescendientes ni los campesinos de ese pueblito han recibido la atención debida. Al impacto que causó inicialmente el horror de la masacre, ha seguido el olvido.

La esperanza de los sobrevivientes está puesta en los posibles diálogos con el ELN para que una ceremonia de perdón que esa organización ha anunciado les traiga también la tan esperada reparación.

Es claro que las omitidas medidas de prevención no eran sólo responsabilidad de la organización guerrillera, por lo cual se han presentado demandas contra el Estado y la empresa operadora del oleoducto. Contra el Estado por la mala condición de la carretera que impidió que las víctimas llegaran a tiempo al hospital más cercano, y a los operadores por la falta de mantenimiento de la infraestructura de conducción del crudo. Los procesos cursan hoy en la Corte Suprema de Justicia.

El tan ansiado diálogo de paz con el ELN todavía no se produce y lo más cercano a lo que espera la comunidad fue un lánguido pedido de perdón de un miembro de la delegación de paz de esa organización en Quito, emitido por un teléfono en altavoz en medio del lanzamiento este año de un libro sobre esa tragedia.

En el año 2008 la guerrilla había prometido que uno de sus ex militantes que usa el título de comandante como parece ser el uso de todo ex guerrillero, iría a pedir perdón pero se quedaron esperándolo. En 2011 emitieron un comunicado en el que asumían su autoría pero matizaban su responsabilidad: “Ello no nos exime de responsabilidades, pero no se puede confundir con un hecho premeditado a la usanza de los paramilitares o de las tropas gubernamentales”.

El ELN por medio de su cuenta ELN paz ha reconocido su responsabilidad y Pablo Beltrán, jefe negociador de esa organización, manifestó su deseo de reunirse con las víctimas para pedirles perdón. “Esta voladura sólo tenía como fin sabotear la infraestructura, el ELN, desde el día de la tragedia, ha reconocido la responsabilidad que le corresponde por falta de posibles medidas de prevención”. Lástima ese “posibles”.

Y agregó: “Durante ese sabotaje se produjo este accidente. Hemos hecho contacto con las víctimas queremos hablar con ellas sobre esto, escucharlas, que nos escuchen y queremos asumir responsabilidades…la reparación de las víctimas no es un asunto de retórica. Lo vamos a hacer así el Gobierno no lo haga”.

Las víctimas deben estar preguntándose por qué no lo han hecho todavía.