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Internacional

Por Marina Menéndez

Fotos: Lisbet Goenaga

Especial para Por Esto!

La Habana, Cuba.- — Con sus calles estrechas y casas de vecindad abigarradas, en la barriada de Los Sitios a menudo las personas charlan en plena calle, o se sientan en las también estrechas aceras (banquetas) a tomar algo de fresco.

Como en muchos otros barrios de esta ciudad, aquí la gente vive “hacia fuera”. Y no es sólo su presencia en la calle para evitar, generalmente, lo angosto del hogar, ahora muy caluroso. Se trata de ese carácter extrovertido que distingue a sus vecinos.

Puede que ese “buen ambiente” no sea propiamente idiosincrasia y esté respaldado por la labor que realiza una asociación sociocultural cuyo nombre se escucha cada vez más por la isla, por los muchos reconocimientos recibidos: Quisicuaba.

Atienden a los desvalidos y a todo el que lo pueda necesitar porque les impulsa el deseo de hacer el bien y aquel “Con todos y para el bien de todos” que proclamó José Martí, cuya imagen preside la entrada a su sede.

Este trabajo, coadyuvado por las muchas alianzas que han establecido, se realiza en una comarca tan antigua que, se asegura, fue uno de los primeros asentamientos extramuros cuando empezó la colonización y nacía la villa de San Cristóbal de La Habana.

Los Sitios es un barrio lleno de autoctonía y tradiciones que la Asociación se preocupa de cultivar.

Aunque por mucho tiempo ha estado considerado entre los barrios “desfavorecidos” por la extracción humilde de sus moradores, ellos sienten, por el contrario, que viven en un lugar privilegiado, atendiendo a la riqueza cultural de que son depositarios y a la propia historia local.

Para el lejano año de 1668, cuando España construyó la muralla que protegía lo que hoy conocemos como La Habana Vieja —el “casco histórico”, le decimos comúnmente aquí— éstos eran parajes de tierra fértil dedicada a la labranza, aprovechando la cercanía de la Zanja Real.

De esos campos se abastecían los ciudadanos de la incipiente Habana con plátano, yuca, arroz, frutas y productos del ganado.

Luis Enrique Alemán, un joven estudiante universitario de Ciencias de la religión que trabaja en la Asociación, narra la historia y se le nota el orgullo y el sentido de pertenencia.

“Aquí se asentaron los llamados negros horros o libertos.

Los habían traído mayormente de la cuenca Sur de Angola y pertenecían a la etnia kissi. Eran muy rebeldes, pero como también tenían fama de excelentes jornaleros, los españoles les dieron la libertad y los enviaron a trabajar a esta zona.

“Vivían en casas hechas de una madera llamada kuaba, muy resistente a los embates del viento; una madera rígida que podía arder por fuera pero no se quemaba por dentro… Por esa madera, a sus caseríos les decían kuabales.

“Entonces los españoles empezaron a identificar a esta zona así: ‘de kissis y kuabas’…”

Reinserción social

Unos tres siglos después fue retomado el apelativo para bautizar la obra social de una institución religiosa centrada desde su surgimiento en ese deseo de hacer el bien a los otros.

Así nació, en 1992, la Asociación Quisicuaba, estrenada por el Dr. Enrique Alemán Gutiérrez cuando sustituyó a su padre en la presidencia de la Sociedad Espiritista Cardesiana Cruzada que fundó su abuela, Andrea B. Zabala Ortega, el lejano 12 de octubre de 1939.

Fue ella quien inició la misión de entrega hacia los desvalidos que fue continuada luego por el padre del Dr. Alemán y, ahora, por él mismo: un quehacer que tuvo la mira puesta, desde siempre, en la reinserción social, y que no distingue ni discrimina. Su hijo, Luis Enrique, está convencido de que tomará el relevo un día.

Isabel Antomachín, una negra que sobrepasa los 60, lleva más de 20 años atendiendo la cocina de la Sociedad Quisicuaba. Este lugar y la mano extendida de Quisicuaba le devolvieron la felicidad que había perdido para fines de los años 1980, junto con su casa y su trabajo.

“El Dr. ‘me puso’ aquí, en la cocina, y lo estoy ayudando. Tengo mi sueldo por trabajar aquí, y auxilio a la comunidad un poquito más. ¡Y me vi desahuciada en la vida!”.

Madruga, alista el fogón y empieza el almuerzo en los grandísimos calderos donde cuece alimentos para decenas de personas.

“Ya ellos son como hijos”, dice cuando menciona el pequeño batallón que recibe allí su comida cada mediodía, algo que al Dr. Alemán no le gusta publicitar y llama “el regalo” que reciben quienes van por su plato.

Se trata únicamente de ayudar, como lo hizo su abuela desde el año 1939.

“La práctica del amor a los otros y hacer el bien a los demás siempre existió. Desde entonces viene el comedor social, que primero brindó desayunos, y ahora, almuerzos”.

Pero Quisiquaba, explica, es mucho más que eso.

Casi en la esquina de la calle Maloja, en la misma cuadra donde está su casa que es también la preciosa sede de la Asociación y sede del único museo socio-histórico de Cuba, funciona la Escuela de Oficios Hermanos Ameijeiras, una de las muchas instituciones con las que sostienen relaciones.

El centro, decorado y pintado gracias a su respaldo, recibe a 117 adolescentes que aprenden una de 13 especialidades al tiempo que aprueban su 9º grado.

“Quisicuaba nos apoya en todo lo que necesitemos y esté a su alcance brindar para un proceso docente-educativo de calidad”, asegura Lázaro Camilo, secretario docente. Los niños asienten.

Más allá del barrio

Sería imposible contabilizar cuántos seres humanos, como Isabel, han seguido adelante después de un mal momento, gracias a la filosofía que emerge desde aquí.

No se trata sólo de los años transcurridos desde que nació la Sociedad espiritual. Quisicuaba, surgida a su calor y bajo sus mismos preceptos, desborda el barrio y su gente.

“La Asociación tiene su raíz en este lugar, pero trabaja en todo el país”, dice el Dr. Alemán. La labor es comunitaria, no porque se vuelque hacia el barrio: es que va dirigida a las comunidades, explica.

Manejan más de 20 proyectos: madres solteras, género y equidad, color de la piel, comunidad LGTBI, pacientes alcohólicos, menesterosos y ambulantes, niños diabéticos y con VIH, y otros tantos…

Las claves las da Alemán: “Lo que otros llaman proyecto comunitario, de las puertas hacia adentro siempre sigue siendo hacer el bien y brindar amor al prójimo”.

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