Internacional

Jorge Gómez Barata

Una amiga contó la siguiente anécdota: “En Líbano conocí la casa de un jeque de Qatar que tenía 18 esposas…”

Un hombre con 18 esposas, además de igual número de suegras y suegros, tiene como cuñados y cuñadas a los hermanos de sus mujeres; si cada una tuviera tres, sumarían 54. Si cada hermano contara con tres hijos, los sobrinos del jeque ascenderían a 162. Considerando la idea de la familia extendida, sería necesario sumar, entre otros parientes, a los hermanos de los cuñados, en hispanoamericana llamado concuños, y a toda una multitud de otros lazos y afectos.

En el caso de que el jerarca aludido, con cada una de sus 18 esposas engendrara cinco hijos, éstos sumarán 90. A la edad debida, cada uno de los retoños reales contraería matrimonio, y en virtud de la tradición y la ley, lo haría con varias esposas. Para no exagerar, digamos que cada uno de ellos tuviera en su harén la mitad de las doncellas que tuvo su padre, es decir nueve, lo cual equivaldría a otros nueve suegros y suegras, decenas de sobrinos, cuñados, y concuños.

En el supuesto de que cada uno de los noventa hijos del patriarca engendre tres, el fundador de la dinastía tendrá 270 nietos, cada uno de los cuales formará tantas familias como le viniera en gana. Entre todos criarían cientos de hijos e hijas, nietos y bisnietos, formando una sucesión tan infinita como los números.

Si a todo ello se añade la variable derivada del aumento de la esperanza de vida y la avidez sexual de los ricachones árabes, que sin preocupaciones por el dinero ni los costos que significa sostener la familia, engendran hijos hasta avanzada edad, se explica porqué la realeza de cualquier principado está integrada por miles de personas, llegando en Arabia Saudita a la astronómica cifra de 25,000, entre ellos unas siete mil princesas y príncipes.

No obstante, los números y la extensión de la parentela real no son lo más importante, aún más decisiva es la cuestión cualitativa. Cada uno de los integrantes de los dinastas reales nacidos en zurrón de oro, salvo honrosas excepciones, es un privilegiado y engreído miembro de cúpulas conservadoras y reaccionarias, con una noción arbitraria del ejercicio del poder.

Obviamente la cuestión asociada con los sistemas de parentescos no es el más grave problema del llamado mundo árabe, donde el tiempo político y social se detuvo en épocas pretéritas. En todo ese inmenso entorno de arenas, oasis, campos petroleros y fabulosas urbes, no hay ninguna democracia, ningún genuino Estado de derecho, y ningún país en el cual las mujeres y las niñas hayan conquistado plenamente sus derechos.

Incluso el único país no árabe, persa, ni otomano del Oriente Medio, Israel es también un estado en el cual la influencia religiosa es predominante, al punto de que, setenta años después de constituido como estado presuntamente laico, Israel se proclama estatalmente judío.

Lejos de renovar e innovar, la sucesión generacional en las dinastías reales o teocráticas, enraizadas en la ignorancia y el oscurantismo, ligadas al poder y al gobierno, reproducen el despotismo.