Internacional

Pedro Díaz Arcia

No creo que los problemas que enfrenta el mundo puedan hallar soluciones por una cumbre del G-20 o del G-19+1. Si algo sobra en los umbrales de esta décima cita, el foro internacional donde se debate sobre la economía, las finanzas y la política global, que tiene lugar en Buenos Aires, Argentina, entre hoy y mañana: es la especulación, un vasto terreno que admite todo tipo de cosechas.

Mientras las tensiones afloran sin aparentes muros de contención; es común que algunas potencias intenten obtener ventajas ante eventuales conversaciones con sus pares. Como muestras están el envío por parte de Washington de dos barcos de la Armada a través del Estrecho de Taiwán, incentivando las tensiones con Beijing; así como la amenaza de nuevos aranceles a productos de importación procedentes de China. Por otra parte, la solicitud del presidente ucraniano, Petró Poroshenko, de ayuda militar a la OTAN para frenar a Rusia; en tanto Moscú refuerza la defensa antiaérea en Crimea con misiles S-40. Un aquelarre.

El cambio climático y el proteccionismo estarán en la agenda, así como otras temáticas de interés global. No deben ser las únicas. Monica de Bolle, directora de Estudios Latinoamericanos y Mercados Emergentes en la Universidad estadounidense Johns Hopkins, dijo a BBC: “No sé si los temas que realmente importan van a estar en la reunión. Tenemos una colosal crisis migratoria en la región que ha sido ignorada por la comunidad internacional, simplemente porque no es una guerra”. Esta crisis, insistió, “no se va a detener y es probable que no tenga espacio en el G20”.

Pero en realidad, con independencia de las expectativas generadas en la región, pues se trata de la primera vez que una cita de esta envergadura tiene lugar en Sudamérica, las palmas van para las interrogantes de si se reunirá Donald Trump con Vladimir Putin y Xi Jinping? Y, de ser así, ¿qué se puede esperar de sus resultados?

Pero las reuniones bilaterales de unos y otros, por ejemplo, con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, este último apoyado por Washington; o entre otros estadistas despiertan no pocas conjeturas.

Como es habitual, Trump en sus intervenciones creará la duda de si avanza o retrocede: un “vacío expectativo” que le fascina. No es posible ignorar sus facultades histriónicas, tampoco las histéricas. Es el dirigente de una “democracia minoritaria”, pero lo oculta con inteligente celo. Nunca ha sido un ganador en las lides políticas en Estados Unidos…pero lo parece.

Perdió por casi tres millones el voto popular contra Hillary Clinton, y accedió a la Casa Blanca por los delegados del Colegio Electoral.

Los demócratas ganaron la Cámara de Representantes en las legislativas intermedias; y superaron a los republicanos por más de 16 millones de votos en el Senado sin recuperarlo, por las vulnerabilidades del sistema; sin embargo, para Trump fue un triunfo “excepcional”.

Ni siquiera responde al diseño del populismo clásico, sino a lo que el diario The New York Times define como “populismo apartheid”, donde la voluntad de una diversa mayoría se desprecia y minimiza por una minoría étnicamente homogénea y racista; muestra de un “déficit democrático” del que se aprovecha y sustenta el magnate.

Quizá sea mayor el déficit de sus opositores por la ausencia de una campaña sistemática capaz de despojarlo de ese falso atributo. Con ese engendro que lidera bases recalcitrantes, tendrán que lidiar los representantes legítimos de sus pueblos, dentro y fuera de la cumbre del G-20.