Jorge Gómez Barata
Aunque se aproxime al “darwinismo social”, en su momento acogido por Carlos Marx, tal vez en el desarrollo histórico ocurra como en la naturaleza donde existen equilibrios cuya alteración provoca consecuencias imprevisibles. Así puede haber ocurrido con los bolcheviques que, apartándose del discurso teórico de Marx, propusieron redireccionar la historia humana que hasta entonces había discurrido espontáneamente, para crear una sociedad enteramente nueva.
Sin detenerme a contar los misiles y las ojivas nucleares, ni a calcular el Producto Interno Bruto, incluso tomando nota de que apenas cuenta con aliados políticos, carece de bases en el extranjero y disfruta de pocas simpatías en el Tercer Mundo, probablemente, después de una difícil transición, Rusia sea militar y económicamente tan fuerte como lo fue la Unión Soviética.
La explicación radica en la viabilidad del modelo político de democracia cooptada por el liderazgo encabezado por Vladimir Putin, la eficiencia del sistema económico mixto que combina el mercado con el protagonismo del Estado y al hecho de que, liberada de la obligación de transferir recursos a los territorios atrasados de la ex Unión Soviética y de subsidiar a los países de Europa Oriental, la gigantesca economía rusa saneó sus cuentas.
Por otra parte, luego de una difícil refundación, los territorios ex soviéticos, convertidos en más de 20 estados, y los países ex socialistas, son políticamente estables, logran autosustentarse económicamente, integrándose, según su elección, a los circuitos económicos y políticos globales, incluso a alianzas como la Unión Europea y la OTAN. En ese orden de cosas la excepción es Ucrania.
Veinticinco años después, el movimiento político al interior de la ex Unión Soviética y los países de Europa Oriental que condujo al mayor reajuste geopolítico desde que el Nuevo Mundo se independizó, parece concluido y, a pesar de los enormes costos sociales ocasionados por el tránsito del capitalismo al socialismo y viceversa, difícilmente lo ocurrido pueda considerarse un retroceso.
Para Rusia y Europa Oriental, tal como lo fue para China y Vietnam que tratan de saldarlo mediante reformas, la etapa socialista basada en la economía estatal, rígidamente centralizada, con exclusión del mercado y la iniciativa privada, puede haber sido un período técnicamente homologable al período histórico que Carlos Marx llamó de “acumulación originaria”.
Probablemente lo que ahora parece un paréntesis, sirvió como preparación para empeños mayores. Tal vez la lógica hegeliana de los cambios cuantitativos a cualitativos que en su momento sedujo a los teóricos soviéticos haya funcionado de una manera no prevista.
Tal vez, en la medida en que el olvido descarte lo accesorio y la historia valide lo verdaderamente trascendente, se haga justicia al experimento que, aunque fallido, aportó elementos sustantivos. Países como Rusia, Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria y otros retomaron la senda que los homologa al resto de Europa con legados creados bajo el socialismo que los hicieron competitivos y maduros.
Quizás entonces se deje de apreciar la crisis que condujo al fin del socialismo real como una debacle y se asuma como uno de los muchos ajustes geopolíticos que han tenido lugar en la historia de la humanidad, cada uno de los cuales, aunque costoso, fue pertinente. Allá nos vemos.