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Internacional

Un futuro incierto en 'tiempos oscuros”

Pedro Díaz Arcia

Las tropas, con su parafernalia bélica, se movilizan a lo largo del planeta en una “muestra de músculo” para espantar tentaciones; sin valorar que una parte de la humanidad muere de hambre.

Una encuesta de la firma Gallup divulgada esta semana podría contribuir a una escalada civilizadora a nivel global, si no fuera tanto el egoísmo, la ambición de poder y el abandono de compromisos con el mayor ejército existente en el planeta: el de los hambrientos. La consulta del año 2017 a más de 150,000 personas en 145 países, muestra más preocupación, estrés, ira, y la visión de un futuro incierto en “tiempos oscuros”. “Es el nivel más alto que hemos medido” en muchos años, dijo Julie Ray, jefa y editora de la conocida Encuesta Mundial Gallup.

Las crisis de hambruna no se deben sólo a conflictos bélicos, al cambio climático u otros factores coyunturales externos, como pudiera pensarse, aunque sin dudas las agudizan; sino a su carácter ancestral, resultado de estructuras socioeconómicas y sistemas políticos de un mundo organizado para saquear los recursos nacionales de países ya de por sí empobrecidos, pagando bajos precios por sus materias primas y miserables salarios a una mano de obra obligada a ser barata.

No es fácil saber cuántos hombres, mujeres y niños pasan hambre. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) trata de precisar las cifras; pero ante las dificultades los datos se basan en determinadas percepciones. No obstante, la Organización anunció recientemente que actualmente hay unos 821 millones de hambrientos; en el año 2017 fueron 804; y en 2016 el hambre se cebó en 784 millones de personas.

Esos cientos de millones de pobres no comen lo suficiente porque la producción global de alimentos se concentra en los mercados desarrollados. Se calcula que la producción alimentaria alcanzaría para satisfacer a unos 12,000 millones de personas. El problema no es la falta de comida, sino que falta el dinero para comprarla.

Los mecanismos de desbalance entre la oferta y la demanda en los países capitalistas llevan a que millones de toneladas de alimentos vayan a las sentinas para mantener los precios que produzcan las ganancias previstas; cuando el hambre es más letal que cualquier enfermedad.

Se sabe que la FAO no sólo se dedica a censar el hambre; también administra programas para combatirla, pero insuficientes, según creo, para solucionar un flagelo que vive a costa de la desigualdad.

Cualquier diletante o escaso de solidaridad podría atribuir tal calamidad, que debe estremecernos cada día, a la apatía, vagancia, disposición o falta de creatividad de comunidades que viven en un mundo de fabulosos ingenios, y en la vorágine de una revolución científico-tecnológica como no la había conocido la humanidad. Mientras otros, incluyendo organismos internacionales, claman por una ayuda que no llega a los pobres o lo hace en cuotas ineficientes, cuando lo que se necesitaría es un movimiento telúrico que barriera con tanta impudicia sistémica.

La solución no puede venir de las migajas de los poderosos. Quizá tampoco de proyectos ajenos a circunstancias que hoy no le son propicias si no existe un proceso de concientización política y una unidad de acción que canalice sus derechos y reivindicaciones.

No será el momento para que la lava descienda de los volcanes para apoderarse de las casas del desgobierno. Pero al menos no renunciemos a dar la batalla.

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