Internacional

¿Intervención militar en Venezuela?

Zheger Hay Harb

La nota colombiana

En su reciente visita a Colombia Luis Almagro, secretario general de la OEA, dijo en la frontera con Venezuela que no había que descartar la intervención militar en ese país, ante la complacencia de los servidores públicos colombianos que lo acompañaban en su gira.

El presidente Duque no ha hecho manifestaciones de apoyo a esa estrambótica propuesta, pero tampoco la ha rechazado. En tiempos de Juan Manuel Santos, a pesar de que de manera muy imprudente la había emprendido contra Maduro, calificándolo de dictador, cuando Trump mencionó la posibilidad de que se usara la intervención militar, la rechazó de plano, sentando un precedente de dignidad e independencia de nuestro país ante las imposiciones de Estados Unidos.

Ahora Duque ha vuelto al enfoque de política exterior de 1918 cuando el presidente Marco Fidel Suárez pedía “réspice polum” (mirar hacia el polo, en alusión al Norte) y así quedamos estancados mirando hacia allá, esperando sus mandatos.

La OEA es una organización multilateral, su objetivo principal es buscar la paz entre los países signatarios y el respeto a los derechos humanos; no está dirigida por Estados Unidos y creíamos que ya habían quedado atrás los días en que apoyaba las aventuras imperialistas de ese país. Corren otros tiempos y, si bien ha habido un repunte de la derecha en varios países y las fuerzas más retardatarias se han aliado contra figuras democráticas y progresistas, ya no estamos en la época de las repúblicas bananeras.

Ese organismo internacional es el encargado de aplicar la Declaración Americana de Derechos Humanos y el Sistema Americano de Derechos Humanos del cual hacen parte la Corte Interamericana y la Comisión Americana. Colombia ha sido sancionada en varias ocasiones por esos organismos por haber faltado a la posición de garante de los derechos de sus asociados en violación al artículo 1º de ese estatuto que obliga a los estados no sólo a respetar sino a garantizar el disfrute de ellos a todos los ciudadanos.

Creíamos que ya no eran los tiempos en que la OEA abyectamente decidió expulsar a Cuba en violación del derecho a la autodeterminación que consagra esa Declaración. En contraste con su envalentonamiento de ahora ¿dónde estaba la OEA cuando el cruento golpe contra Salvador Allende? ¿Dónde cuando las dictaduras del Cono Sur asesinaban y desaparecían gente?

En el caso de los colombianos el asunto es especialmente delicado: tenemos una extensa frontera muy porosa con Venezuela, con frecuencia las bravuconadas de Maduro propician incursiones de la Guardia Venezolana sin mayores consecuencias pero que alebrestan el sentido nacionalista de las poblaciones fronterizas, como ocurrió precisamente ayer y un día sí y otro también el presidente de ese país con el cual tenemos vínculos de todo tipo, especialmente el más importante de todos, el cultural, que define nuestra esencia, fustiga al gobierno colombiano, cualquiera que sea, para tender una cortina de humo sobre sus problemas internos centrando la atención en un inexistente conflicto exterior que le ayude a cohesionar a su pueblo en torno a él.

Pues ahora se le ha brindado el pretexto perfecto para que, con razón, afirme que Colombia busca la intervención militar en su territorio.

Pero más grave que todo lo anterior, en este momento nuestro país vive una paz en cuidados intensivos, con ex jefes guerrilleros a quienes la Justicia Especial de Paz (JEP), pese a su reticencia, por la cual ha sido objeto de ataques de la fiscalía y los enemigos del proceso de paz, ha tenido que llamar a reportarse para seguir sometidos a ella, y un posconflicto que no hemos podido desarrollar en los términos de los acuerdos. Y, en resolver esos problemas tenemos que concentrarnos sin meter ruidos innecesarios en el ambiente.

Además, ese gobierno, cuyo juicio no nos corresponde a nosotros sino a los venezolanos, fue facilitador del proceso de paz y antes de él colaboró en la liberación de secuestrados por las FARC y eso merece nuestra gratitud. En ese aspecto Colombia ha sido ingrata: cuando Uribe era presidente, llamó al presidente Chávez a que lo ayudara en las liberaciones y de pronto, violando todos los procedimientos de la diplomacia y de la simple cortesía, éste se enteró por los medios de que el presidente colombiano había decidido prescindir de sus servicios.

Es cierto que la marea de venezolanos que cruza a diario la frontera por trochas, cargando sus pocos enseres y niños pequeños y que llegan a vivir en las calles de nuestras ciudades generan un sentimiento anti gobierno venezolano en el común de la gente. Pero una cosa es la compasión hacia ellos y el rechazo a su gobierno por parte de los ciudadanos particulares y otra la obligación que tienen los gobiernos de respetar el derecho a la autodeterminación de ese país y todos los demás. Son los venezolanos los llamados a resolver sus problemas y nuestro deber facilitar las vías de entendimiento sin batir tambores de guerra.

Colombia se abstuvo de firmar la declaración del Grupo de Lima, del cual hace parte, que ratifica “su compromiso para contribuir a la restauración de la democracia en Venezuela y a la superación de la grave crisis política, económica, social y humanitaria que atraviesa ese país, a través de una salida pacífica y negociada y se opone al ejercicio de la violencia, la amenaza o el uso de la fuerza en Venezuela” en rechazo a la aventura intervencionista propuesta por el secretario de la OEA.

El gobierno colombiano adujo que “no hubo coincidencia total en los términos de la declaración pero hay identidad de propósitos”. Todavía nos deben cuál es la unidad de propósitos en este caso, si el que se busca es evitar la invasión militar. Meras disculpas. La realidad es que hemos vuelto a mirar de rodillas hacia el Norte.

Si la excusa del gobierno colombiano es que, como dijo Almagro, la gente está pidiendo esa intervención, entonces démosle gusto a la gente en todo lo que está pidiendo: vivienda y tierra y empleo, por ejemplo. Y, sobre todo, concentrémonos en solucionar la violencia a que tienen sometido el campo los reductos paramilitares y en resolver el precario equilibrio en que se mantiene el proceso de paz con el ELN antes de meternos donde no tenemos cabida.