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Alfredo García

Con la inesperada victoria electoral del neofascista Jair Bolsonaro, la ultraderecha brasilera muestra la oreja peluda bajo de su disfraz democrático.

En su primer Consejo de Gobierno de Brasil, formado por casi un tercio de militares, el presidente Bolsonaro, notorio por haber lamentado que la sangrienta dictadura brasilera hubiera dado más importancia a la tortura que al asesinato, estampó su rúbrica ideológica al anunciar el despido a los cargos de confianza de los anteriores gobiernos del PT. Tras tomar posesión, el ministro de Economía, Onyx Lorenzoni, cesanteó a los 320 funcionarios de su ministerio. “No tiene ningún sentido tener un Gobierno con el perfil que tenemos, con las personas que defienden otra lógica, otro sistema político, otra organización de la sociedad, porque la ciudadanía de Brasil dijo basta a las ideas socialistas y comunistas, que en los últimos 30 años nos llevaron al caos actual”, declaró Lorenzoni.

Al mismo tiempo, el ultraliberal ministro de Economía, Paolo Guedes, anunció su plan para reactivar la economía mediante privatizaciones. La propuesta que Bolsonaro ofreció durante la campaña electoral, consistió en importantes privatizaciones y un drástico recorte del gasto público del Estado brasileño. Trascendió que el Estado tiene unos 700 mil inmuebles por todo el país, que generan altos gastos de mantenimiento. Según Guedes, su plan de privatizaciones podría suponer un crecimiento económico de entre el 3 % y el 3.5 %.

La otra amenaza para el zar económico de la ultraderecha, son las pensiones a jubilados.

Las pensiones consumen más de la mitad del gasto público (53 % según datos oficiales), el triple de lo destinado a sanidad, educación y seguridad pública (16 %). Con ello, Guedes destacó la necesidad de una reforma del sistema de pensiones. “Si es exitoso tenemos 10 años de crecimiento por delante. Si fracasa, las perspectivas económicas serán malas”, pronosticó.

No es casual la afinidad ideológica de Bolsonaro con el presidente Donald Trump. Al conocer el resultado electoral, Trump saludó al nuevo presidente de Brasil con un tuit: “Estados Unidos está contigo”, a lo que Bolsonaro respondió: “Juntos, con la protección de Dios, traeremos más prosperidad y progreso a nuestros pueblos”.

Al acercamiento a EE. UU. se suma el distanciamiento hacia Venezuela, Cuba y Nicaragua, con cuyos gobernantes los Gobiernos del PT mantuvieron una estrecha relación. Durante la toma de posesión de Bolsonaro, el nuevo presidente y el secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, hablaron sobre cómo colaborar para “restaurar la gobernanza democrática y los derechos humanos de la ciudadanía de Venezuela, Cuba y Nicaragua”, según informó un vocero portavoz de la Cancillería norteamericana.

Varios mandatos del Partido de los Trabajadores, PT, desde posiciones de centro-izquierda, alimentaron la esperanza de un pacto social entre el gobierno y los círculos de poder económico, que permitieran una mejor distribución de la riqueza y mayor justicia social para los 209 millones de habitantes de la 7ª economía mundial. Sin embargo, el experimento político fracasó por la corrupción y la codicia económica neoliberal. Los gobiernos del PT fueron satanizados y una gigantesca campaña de propaganda política creó, entre el electorado brasilero, la ilusión de que los lobos podían cuidar de las ovejas.

Sin embargo, en esta ocasión, la alianza ultraderechista EE. UU.-Colombia-Chile-Argentina-Brasil entra en la espiral de la historia, acompañada de mayor toma de conciencia popular sobre el inestable ejercicio de la democracia.

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