Pedro Díaz Arcia
“Hemos vivido días de mucha agitación, nos hemos sorprendido de nuestra propia capacidad de lucha y resistencia. Nuestra palabra está puesta: esto no para hasta que el FMI salga del Ecuador”. Así respondió la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) a la propuesta del presidente Lenín Moreno de dialogar sobre el decreto 883 que desató las protestas al eliminar antiguos subsidios a los combustibles, entre otras medidas lesivas para los sectores populares.
La decisión del gobierno para cumplir con las exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI), del que recibió un préstamo de 4,200 millones de dólares a cambio de un “paquetazo de austeridad”, encaminado a que el pueblo trabajador se apriete el cinto y permita el ajuste del gasto público, típico en el acomodo de las economías neoliberales.
Moreno reiteró que la culpa de la crisis la tienen “las fuerzas oscuras de la delincuencia política organizada”; al acusar a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, y a Rafael Correa, exgobernante ecuatoriano, por el desborde popular.
Realmente, ¿es Maduro el reo? ¿Será Correa quien traicionó los anhelos de paz y desarrollo del pueblo ecuatoriano?
¿Me equivoco? O fue Lenín quien con un manto de autocompasión se infiltró en un batallón de fuerzas progresistas para llegar al poder y dar rienda suelta a ambiciones contenidas durante años. Fue él quien dio las espaldas a los que lo llevaron al Palacio de Carondelet, de donde huyó hace unos días para refugiarse en la “Muy Noble y Leal Ciudad de Santiago de Guayaquil”, y luego volver a Quito, a resguardo del Ejército, y proponer la negociación.
Lenín resultó electo al aprovecharse del caudal de la Revolución Ciudadana; no para dar continuidad a un proceso reivindicador, sino para desmontar piedra a piedra lo alcanzado durante los mandatos de Correa (2007-2017), que mejoraron sensiblemente los niveles de vida de los sectores mayoritarios de la sociedad.
No se trata de un golpe de Estado alentado desde afuera, como lo calificó Moreno, es un golpe de masas desde dentro, negado a ser moneda de cambio en un proceso que avanza a la entrega de los recursos de la nación a intereses foráneos olvidando necesidades ancestrales.
Veremos que sale de las conversaciones, porque ni los gases ni las balas; ni sus muertos y heridos, hasta ahora, han doblegado la fortaleza de sus reclamos.
Bajo un toque de queda en Quito y los valles adyacentes, así como estrictas orientaciones a las Fuerzas Armadas para reprimir las manifestaciones, la capital se convirtió en un campo de batalla a la vista de las faldas del volcán Pichincha, donde en mayo de 1822 el general venezolano Antonio José de Sucre, en el contexto de las guerras independentistas de Nuestra América, liberó el territorio de todas las provincias de Quito sujetas al yugo español.
En más de una ocasión viajé a Ecuador. Visité cerros de Pichincha; estuve ante el mural de Guayasamín en el Congreso de la nación, en la Catedral del Hombre, y en su taller, nido de creación, donde me dedicó una obra que privilegia mi casa.
Aunque estuve en la ciudad turística conocida como la “Mitad del Mundo”, en la línea ecuatorial que divide el planeta: como es usual colocando un pie en el hemisferio norte y otro en el hemisferio sur, quiero advertir que yo sigo a la izquierda.