Zheger Hay Harb
La nota colombiana
A media noche, mientras el país dormía, subrepticiamente, como los ladrones que se cuelan en las casas protegidos por la oscuridad, provechándose de la indefensión de sus víctimas, el Congreso aprobó la reforma tributaria que rebaja impuestos a los ricos y esquilma a la clase media, los trabajadores y a esa franja que apenas sobrevive en medio de su miseria.
La reforma, con distinto nombre, era presentada por tercera vez: primero se llamó reforma tributaria de acuerdo con su contenido; fue rechazada y nuevamente sometida al Congreso con el nombre de Ley de Financiamiento; declarada inexequible por la Corte Constitucional, fue entonces ofrecida como la panacea a todos los males del país con el nombre de Ley de Crecimiento Económico.
Las marchas que desde el pasado 21 de noviembre vienen llenando las calles del país reclamaban, además de educación, cumplimiento de los acuerdos de paz y en general un país equitativo, el retiro de la reforma tributaria.
El gobierno, sordo a ese clamor como a todos los que desde los tiempos de Uribe se le vienen haciendo por el respeto a la vida, no sólo no retiró el proyecto de ley sino que desplegó una campaña de compra de apoyos como el del ex vicepresidente de Santos Germán Vargas Lleras.
Los partidos de oposición cerraron filas en el rechazo a la reforma y se mantuvieron en ese propósito. Dieron debates esclarecedores sobre el efecto que tendría en las finanzas públicas porque la rebaja a los más ricos significa que el país deje de recibir 9 billones de pesos, en un abierto contrasentido puesto que el gobierno esgrime como justificación la necesidad de un mayor recaudo para llenar el hueco fiscal. Dice que va recaudar 13.5 billones pero de ahí habría que restar esos 9 más lo que le regalan a las farmacéuticas y lo que dejan de percibir por la casi nula tributación de la tierra ociosa.
Como un caramelo envenenado, propone devolver el IVA al 20% de las familias más vulnerables del país, que no consumen productos gravados con ese impuesto y que además suplen sus necesidades en el mercado informal.
La guinda del pastel es la propuesta de establecer tres días sin IVA, que sólo podrían favorecer a familias con mayor poder adquisitivo y capacidad de ahorro que puedan aplazar sus compras hasta ese bendecido día. Según Salomón Kalmatnovitz “el Ministerio de Hacienda calcula el costo de la medida en $2.2 billones, repartido, digamos, entre nueve millones de personas, comparado con los $9 billones que se les devuelven a unas 10,000 empresas en la misma reforma”.
Ni qué decir de la exención de impuestos a las grandes farmacéuticas para premiarles su apoyo a las campañas políticas. Un regalito de quinientos mil millones de pesos (dólar a 2.5). En Colombia tenemos los medicamentos más caros de la región, por lo cual se mostraron indignados incluso senadores del partido conservador, pero como entre compadres se arreglan las cargas, la ley fue aprobada sin problema.
En la Cámara de Representantes su vicepresidenta, la novel congresista hija de Carlos Pizarro, el comandante del M19 asesinado cuando ya había firmado la paz, levantó la sesión porque transcurrido el tiempo prescrito por la ley no se había completado el quórum por el conocido desgreño con que se comportan los honorables padres de la patria que no tienen inconveniente en llegar tarde a las sesiones. Eso, cuando después dieron por aprobada la ley, podría configurar una ilegalidad que sería señalada por la Corte Constitucional cuando haga la revisión de rigor. Esperemos si por cuarta vez la presentan.
Pero en todo este bochornoso episodio resalta por sibilino el comportamiento del jefe del partido liberal, el ex presidente César Gaviria: dijo que el liberalismo se oponía a la reforma, que la rechazarían tajantemente. Pero se mantuvieron, él y toda su bancada, en el recinto del Congreso, con lo cual completaron el quórum decisorio. Gracias a su presencia se pudo aprobar la nefasta reforma.
Así, Gaviria pretende granjearse el apoyo de los partidos de oposición porque no aprobó la reforma, pero a la vez se ha ganado la gratitud y deuda eternas del gobierno y sus aliados porque gracias a él pudieron aprobar este atraco a los colombianos.
El ex presidente va asfaltando así el camino para la candidatura de su hijo Simón. Ya empezó a trabajarla hace rato, cuando lo hizo nombrar jefe de Planeación Nacional (ante su desconocimiento de un proyecto con su firma, dijo que lo había leído “pero por encimita”).
Así, “por encimita” están empezando a armar la presidencia del delfín ¿para 2022? ¿O esa ya está comprometida y mejor se deja para 2026?
Las recientes elecciones de gobernadores y alcaldes dieron sorpresas esperanzadoras con el triunfo de candidatos alternativos. ¿Será que las peleas internas de la izquierda darán una tregua que permita pensar en un candidato de unidad a la presidencia de la República? Si es así, hay posibilidades ciertas.