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Internacional

Nuevas recetas para viejas amenazas

Pedro Díaz Arcia

Los hechos históricos no deben sustraerse a su época para replicarlos al análisis desde una visión distorsionada por el tiempo. Es necesario partir del balance de fuerzas a nivel internacional y los pilares que los sustentan; de lo contrario los castraríamos en su esencia. Sólo así podremos acercarnos con objetividad a las políticas de dominación y a lo peligroso de utilizar conflictos regionales como instrumentos de revancha política.

La política de aplicar nuevas recetas para viejas amenazas sigue en pie, consistente en fortalecer la “capacidad disuasiva”, incluso el uso de la fuerza por encima del diálogo. Si bien el arsenal global de armas nucleares disminuyó en las últimas décadas, es un hecho engañoso debido a la aparición de misiles hipersónicos y ojivas atómicas con más alcance, precisión y capacidad de destrucción, algunas más devastadoras que las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki, en 1945.

Actualmente nueve países poseen armas nucleares: Rusia 7,000; Estados Unidos 6,800; Francia 300; China 280; Reino Unido 215; Pakistán 150; India 140; Israel 80; y Corea del Norte 20; según el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo.

Tristemente, existe la posibilidad, en un amplio escenario, de que se desate una catástrofe atómica. El peligro se duplica por la tenue línea divisoria entre armas convencionales y otras más letales, pues los misiles de cualquiera de estos países pueden transportar, indistintamente, unas u otras.

La carrera armamentista, ya de por sí disparada, ha recibido el incentivo de la desaparición del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) por la retirada de Estados Unidos del acuerdo; un corolario o el antecedente del documento titulado la Revisión de la Postura Nuclear (NPR, por sus siglas en inglés), para que el Pentágono desarrolle pequeñas bombas atómicas, pero más devastadoras que las lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki en 1945.

La pugna entre Estados Unidos, Rusia y China, que tiende a agudizarse en términos globales, está presente en América Latina y el Caribe por la intensificación de múltiples relaciones con la región por parte de Moscú y Beijing. El almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, alertó hace unos días al comparecer ante el Senado que ambas potencias usan la región para “su juego geopolítico”; algo muy peligroso por la virulencia en el área.

Es obligatorio recordar que a fines de enero del año 2014, durante la celebración de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que tuvo lugar en La Habana, Cuba, las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de los 33 países miembros firmaron la proclamación de la región como Zona de Paz, sin armas nucleares; y establecieron el compromiso de resolver los conflictos internos o con sus vecinos por vía pacífica.

Asimismo, aprobaron “no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de cualquier otro Estado y observar los principios de soberanía nacional, la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos”; ajeno a sus regímenes políticos. Rechazaron “la criminalización de la migración irregular”, y todas las formas de racismo, xenofobia y discriminación contra ellos.

Pero la ola ultraderechista ha pasado por el molino el acuerdo para acomodarlo a sus intereses; muestra de la inestabilidad política en una región víctima secular de la opresión y la desigualdad.

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