Zheger Hay Harb
La nota colombiana
En la reciente rueda de prensa ofrecida por Donald Trump y el presidente Iván Duque los colombianos tuvimos que presenciar, indignados, la obsecuencia de que éste hizo gala ante la forma condescendiente, por decir lo menos, con que su anfitrión lo trataba.
El presidente colombiano no fue más que un segundón, desdibujado ante la arrogancia con que Trump hablaba, como si a su lado estuviera su subordinado y no el presidente de una República amiga. No fue suficiente que Duque ofreciera los océanos que bañan a Colombia y su territorio para invadir a Venezuela; todo, incluida su persona, se puso como una alfombra a los pies de quien lo veía con tanta displicencia. Apenas si se atrevía a parpadear, siempre con una sonrisa bobalicona; al parecer el trato displicente le quedaba cómodo.
Ni siquiera pestañeó cuando el estadounidense dijo que existía la posibilidad de enviar tropas a Colombia, como si no supiera que para que soldados de otro país pisen suelo colombiano es él quien debe dar la autorización: Trump, veleidoso, como que en el tema no tiene nada que perder, dejó el asunto a su capricho: ya veremos, dijo, aclarando que tenía un plan b, un c y así, según se le antojara. Total, él manda sus tropas y aquí nos matamos.
¿Será que Duque no ha caído en la cuenta de lo que significa una guerra entre nuestros países? Si no le importa que Venezuela sea un país hermano (más allá de toda retórica, nos unen la historia, la población compuesta por venezolanos descendientes de colombianos y viceversa y una frontera de 2,300 kilómetros) debería haber alguien de su gobierno que supla su inexperiencia y le explique lo que significa una guerra.
Es hora de que entienda que los asuntos de Estado son cosa seria. En los meses transcurridos desde cuando asumió la presidencia las riendas del poder las ha tenido su patrón Alvaro Uribe a quien ha llamado presidente eterno como si en Colombia hubiera algún cargo estatal con carácter vitalicio. El, en cambio, se ha limitado a dar cabezaditas a un balón en un estadio del país que visita como presidente, o a tocar guitarra, corear canciones en un concierto o bailar en la tarima. Pero, transcurridos más de seis meses desde su posesión ya debería por lo menos adoptar apariencia de seriedad y saber que si va a la Casa Blanca no es porque lo invitan a una piñata sino porque representa a un país soberano.
Tal vez porque en los años más duros de las violencias que ha tenido que sufrir este país él disfrutaba de cargos menores en organismos internacionales, no sabe lo que es la guerra. No entiende lo difícil que ha sido alcanzar la precaria paz de que disfrutamos luego del desarme de las FARC ni conoce lo que en las comunidades, lejos de su despacho presidencial, significa la guerra. Por eso todo en su mandato apunta a reactivar el conflicto armado que además insisten en negar para decir que todo se reduce al ataque de terroristas contra los buenos ciudadanos.
Pretende acabar con la justicia de paz –JEP- sin detenerse ante la inconstitucionalidad de sus embates: desde hace días tiene en su escritorio la ley estatutaria que la reglamenta y no ha querido firmarla; no ha podido encontrar una persona idónea, entre tantos y tan buenos historiadores como tiene este país, para dirigir el Centro Nacional de Memoria Histórica y, luego de que la presión social impidiera el nombramiento de sus anteriores elegidos, ahora ha escogido a una persona que se ha manifestado como guerrerista y en contra del proceso de paz; su alto comisionado para la paz parece más bien serlo para la guerra y no ha entendido que su papel es buscar caminos de entendimiento para finalizar de manera dialogada el conflicto y no el de atizar el fuego. En el Plan Nacional de Desarrollo no hay recursos destinados para la implementación de los acuerdos de paz; abolió la Consejería para el posconflicto; olímpicamente niega la obligatoriedad de los protocolos y crea un conflicto artificial con un país amigo que actuó de buena fe como garante de los diálogos con las FARC y lanza un decreto que busca armar a los ganaderos como si no supiera lo que sufrimos cuando éstos contaban con bandas armadas a su servicio.
No ha entendido tampoco Duque, tal vez por su liviandad, que los intereses de Colombia no son los mismos que los de Estados Unidos y que si el interés de ellos fuera luchar por la democracia más allá de sus fronteras, con mirar hacia Arabia Saudita, su gran aliada, tendría suficiente, y si quiere ver los efectos de las intervenciones armadas mire hacia Siria e Irak -para dar apenas dos ejemplos-.