Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)
LA HABANA, Cuba, 16 de marzo.- Cuando el joven organista mexicano Agustín Santos Mejías estremeció al auditorio de la iglesia de San Francisco de Asís haciendo vibrar los sonidos de trompetas, violas y flautas, desconocía que se hallaba ante un instrumento musical histórico.
Había llegado a la capital cubana, por primera vez, invitado al XXIII Festival de Música Sacra. Brindó recitales de música de su patria y acompañó al coro de niños.
Pero aquella noche, en la iglesia, sus interpretaciones encantaron a un público donde muchos, más allá de disfrutar el concierto de clausura del evento, estaban ávidos por escuchar su ejecución en el renacido órgano, que apenas hacía tres meses antes se había reestrenado.
Diestro ante una ejecución difícil, el joven, quien lleva 13 largos años estudiando en su país y en Alemania —donde todavía cursa una maestría—, presionaba el amplio pedalero mientras las manos acariciaban un teclado que nadie tocó durante años.
Santos Mejías era protagonista, sin saberlo, de lo que todavía podía considerarse “una resurrección” gracias, en primera instancia, al interés de La Habana de devolver a la vida a sus olvidados órganos, y a los esfuerzos conjuntos iniciados casi 20 años atrás, cuando el prestigioso organero español Joaquín Lois llegó a La Habana para dictaminar e inventariar el estado de los principales instrumentos de ese tipo existentes en la ciudad.
Puso el experto entonces su atención en el órgano de la iglesia de San Francisco de Paula, fabricado por la firma francesa Daublaine-Ducroquet, y en este: un órgano de la casa alemana Merklin-Shültze, con sede en París y en Bruselas.
Datos ofrecidos en un precioso folleto por el reconocido organista alemán Martin Rost, aseguran que el más antiguo es el de Paula, creado en torno a 1850 y restaurado entre los años de 2004 y 2009 por la Oficina del Historiador de la Ciudad, de la mano de Lois.
Pero ello no les resta contemporaneidad a ambos instrumentos, pues el que nos ocupa fue construido apenas cuatro años después. Se les considera entre los más antiguos que se conservan en Cuba y el Caribe.
Sus arpegios fueron el encanto de todos quienes asistían a las misas de la Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, que primero fue Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, y donde se ubicó para 1856, luego de llegar a la Isla el día 4 de mayo de ese año, distribuidas sus múltiples piezas en 11 cajas, y por un precio total de 1 603 pesos, según revela una minuciosa investigación realizada por la cubana Ivelin Palacio García.
El contrato, firmado en 1854 y que dio inicio a su construcción, estipulaba que el órgano debía tener 12 tiradores (11 registros), 56 teclas y 827 tubos, a lo que debe sumarse el pedalero con 25 notas.
Fue la delicia de todos los feligreses por décadas… Sin embargo, el paso del tiempo y la falta de mantenimiento provocaron que para la década de 1970 dejara de sonar, y se sumiera en un profundo silencio.
El maestro
Su resurrección no sería realidad sin la experiencia y el buen hacer del organero suizo Ferdinand Stemmer.
Los jóvenes cubanos que colaboraron y aprendieron con él en la restauración del órgano hablan con tanto cariño como admiración profesional de este hombre, protagonista esencial del renacer del instrumento.
Ellos le llaman “maestro ejemplar e inigualable, de corazón muy noble y bondadoso y con talento excepcional para transmitir conocimientos” y, tienen razón: estas reporteras comprobaron tales atributos en un breve pero diáfano encuentro con Stemmer.
Faltaba apenas un día para que emprendiera el regreso a su patria —aunque pronto vuelve, como ha hecho ya tantas veces— cuando lo encontramos en una soleada mañana dominical, en una de las hermosas plazas de lo que fue la Habana colonial.
Ha perdido la cuenta de la cantidad de órganos que ha restaurado en su larga y fecunda existencia como organero… Lo expresa con una clásica expresión cubana pues dice no dominar el español, por lo que conversamos alternando el castellano y el inglés: “Uhh, muchos!”, exclama cuando le pregunto.
Hace tres años, cuenta, La Embajada alemana y el gobierno de ese país apoyaron la idea de realizar dos proyectos en Cuba: la restauración del Museo Alejando de Humbolt, y la de este órgano, encomienda que le fue conferida, junto a la labor de formar organeros como él.
Los trabajos en el Merkly-Shültz comenzaron en noviembre de 2017, y no resultaron fáciles. Primero hubo que trasladar el órgano, desarmado y pieza por pieza, hasta la iglesia de San Francisco, labor en la que tomaron parte unos 12 hombres.
Pero lo más complicado era hallar los insumos necesarios.
De modo que el señor Ferdinand, quien venía a La Habana por tres meses cada vez pues lo hacía con visa de turista, regresaba a su país y volvía con las maletas cargadas de todo aditamento útil para la reparación.
Dos jóvenes aprendices del oficio de organero y un aprendiz de carpintero, le acompañaron en las labores.
Ahora arregla un órgano manual, un armonio que lleva roto 35 años y que pertenece a la iglesia de Espíritu Santo.
Reconoce que en Cuba “hay muchos instrumentos esperando” cuando le pregunto si seguirá desarrollando aquí una labor en la que se adentró desde 1973, y donde figura como reconocidísimo experto de prestigio internacional.
Confiesa, además, que le gusta todo en la Isla. Sin embargo, no sabe cuánto tiempo más se podrá quedar, pues el contrato del Gobierno alemán ha terminado.
Arte viejo
La vuelta a la sonoridad de nuestro antiquísimo órgano Merklin-Shültze ha resultado todo un acontecimiento que pudiera marcar el renacimiento del arte organista en el país, casi desaparecido tal vez, y precisamente, por la carencia de órganos.
Sin embargo, esos instrumentos existieron en la Isla desde inicios de los tiempos coloniales. En 1544 se registra a Miguel Velázquez como organista en la Catedral de la oriental provincia de Santiago de Cuba.
Para 1860, solamente la firma Ad.Ibach Söhne había suministrado 11 órganos a la Isla desde 1854, sin contar los confeccionados por otros talleres organistas.
Se cuenta que las ejecuciones de música sacra eran notables a mediados del siglo XVIII en Santiago y en la Catedral de La Habana, donde se ubicó uno que es considerado fruto del más importante proyecto de la época: tenía 34 registros distribuidos en dos teclados.
Lamentablemente, pocos de los que animaron la vida parroquial en las iglesias, se conservan. Por eso el carácter patrimonial de nuestro viejo Merklin-Shültze.