Adriana Robreño
Una imagen vale más que mil palabras. Esa frase fue la que me vino a la mente cuando vi la foto donde se ofertaban en Rio de Janeiro por 10 reales, menos de tres dólares, paños para limpiar el suelo con imágenes impresas del mandatario brasileño, Jair Bolsonaro; del ministro de Justicia, Sérgio Moro; del titular de Hacienda, Paulo Guedes; y algunas con el logo de la red Globo de televisión. Repito: trapos para limpiar con la cara del mismísimo presidente de la República que asumió hace poco más de cuatro meses.
La crisis política, las denuncias de que uno de los hijos del gobernante, el senador Flávio Bolsonaro, formaba parte de una cuadrilla criminal mientras era diputado federal, así como los recortes a la educación universitaria que provocaron esta semana la primera revuelta masiva contra el ya desprestigiado mandatario, han hecho con que la palabra “impeachment” vuelva a sonar en los bastidores de la política de Brasil. A ese cuadro se suma el récord de desempleados, el alza del dólar, el caos económico y la incapacidad del gobierno para presentar propuestas que permitan mejorar el panorama.
El fracaso precoz de Bolsonaro es una posibilidad sobre la cual hay debates entre integrantes de los poderes legislativo y judicial, según afirma Folha de Sao Paulo, uno de los diarios más importantes del gigante suramericano. De hecho, desde que terminó el carnaval se habla de impeachment en las calles, en las casas, en los restaurantes, en las oficinas, en los consultorios, en los taxis, en la playa… y este viernes fue uno de los asuntos más comentados en la red social Twitter.
Algunos políticos se muestran temerosos del costo que pueda tener para el país el hecho de que se concrete esa hipótesis luego del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, cuya destitución muchos brasileños se arrepienten de haber apoyado. La expresidenta sostuvo en una entrevista a la agencia rusa Sputnik esta semana que la centroderecha brasileña, “incluyendo a los medios de comunicación, el mercado y los militares”, creyeron que una vez elegido Bolsonaro “sería domesticable”, algo que hasta ahora no ha ocurrido.
Para que haya un presidente sufra un impeachment debe haber cometido un crimen de responsabilidad y en el poco tiempo que lleva en el Palacio de Planalto ya Bolsonaro cometió algunos. Por ejemplo, fue contra el decoro cuando publicó un video en sus redes sociales donde un hombre semidesnudo sobre el techo de una parada del transporte colectivo es orinado por otra persona en la cabeza. ¿Es acaso eso digno de un presidente?
Incluso, puede no haber crimen de responsabilidad e inventarlo. Así lo vimos en el caso de Rousseff, donde no le pudieron probar las supuestas irregularidades en las cuentas del gobierno y aún así la destituyeron. Cualquier cosa puede suceder si los poderes políticos y mediáticos se unen para destruir al jefe de Estado que ha sido calificado hasta de incapaz.
El pasado viernes, Bolsonaro dijo que para esta semana preveía “un tsunami” y ocurrió. El lunes la Justicia anunció la quiebra del sigilo fiscal y bancario del hijo presidencial Flavio. Luego, el miércoles vino un segundo tsunami cuando miles de estudiantes y profesores salieron a las calles contra el gobierno. ¿El tercer tsunami será un impeachment?