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Internacional

El socialismo cubano construye un alter ego

Jorge Gómez Barata

El estado socialista cubano, como hacen los de China y Vietnam, tiene la oportunidad de leer esas experiencias para, con criterios socialistas y enfoques nacionales, construir el sector privado local, que sumará nuevos actores y aportará ideas, realizaciones, y bienes en la esfera económica, así como dinámicas a las estructuras y las relaciones sociales.

Del mismo modo que en unos años, sin contar con organizaciones mayoristas de abasto de productos y materias primas, sin ayudas financieras, consejos gerenciales, ni aportes tecnológicos que respalden su desempeño, el trabajo por cuenta propia, ha generado casi un millón de empleos aceptablemente remunerados. Es posible suponer que una mayor apertura haría florecer micro, pequeñas, y medianas empresas, que adecuadamente orientadas, podrían integrarse a la estrategia de desarrollo nacional.

La buena noticia es que el estado no tendría que financiar los proyectos, no habría que concientizar a personas ni movilizar recursos públicos. La buena noticia es que Estados Unidos no tendría como impedir estos procesos, y tal vez, siguiendo el curso natural de las cosas y sus propias prácticas, terminaría apoyándolos, lo cual sería excelente, porque Cuba trabaja para normalizar los vínculos con aquel país. Desde hace milenios se comenta que “Dios escribe derecho con líneas torcidas”.

El apoyo gubernamental a los emprendedores, fundamentalmente jóvenes excelentemente calificados y altamente motivados, algunos de los cuales se encontraron en La Habana con el ex presidente Barack Obama sin que ninguno le pidiera nada, excepto mencionar las oportunidades que se abrirían con la normalización de las relaciones, requiere de aperturas en áreas todavía no exploradas que demandan gestiones internacionales y de la participación del sector académico, del cuerpo diplomático, y de los encargados de la inversión y la colaboración extranjera.

Ahora que por fin los operadores de la política exterior abogan por incorporar e integrar a los emigrados a los procesos económicos nacionales, en forma de inversionistas, pudiera haber un movimiento proactivo que se anticipe a la partida, y apoye y aliente a los jóvenes empresarios antes de que emigren.

En un artículo anterior mencioné los comentarios del señor Alberto Navarro, embajador de la Unión Europea en La Habana, quien refiriéndose a la respuesta a la Ley Helms-Burton, en presencia de altos funcionarios estatales que no lo objetaron, aconsejó al gobierno cubano, a: “Convertir el problema en oportunidad, facilitando más el comercio y las inversiones...” Sin la jerarquía del embajador y sin deseos de aconsejar, me gustaría tomarle la palabra.

Hay en Europa organizaciones, privadas y públicas, dedicadas a apoyar a los emprendedores, principalmente a jóvenes empresarios privados, a los cuales le conceden becas, conocimientos, experiencias, asesorías, recursos y tecnologías, maquinarias, aperos agrícolas, y herramientas, incluso ayudas financieras y créditos, y los acompañan en el empeño de, desde pequeños proyectos económicos, incursionar con sus exportaciones en los grandes mercados, relacionarse con sus colegas, y participar en aventuras conjuntas. Estas entidades existen también en los Estados Unidos, y probablemente las haya en China y Rusia.

Uno de los aportes del ex presidente Raúl Castro es haber corroborado e intentar incorporar a las políticas económicas nacionales la conclusión de que, en materia económica, especialmente en los pequeños y medianos negocios, el estado no lo puede todo, no lo sabe todo, ni es capaz de estar en todas partes a la vez.

El presidente cubano Miguel Díaz-Canel, que captó el mensaje, aboga y trabaja para lograr que se escuche a los que saben, se aproveche el capital humano, cada cual esté donde deba estar y aporte lo que pueda aportar.

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