Cuentan de un diálogo entre Charles Chaplin y Albert Einstein. El físico le dijo al actor: “Usted es un genio, sin hablar una palabra todos lo entienden”. “Más sabio es usted ?respondió el actor? nadie lo entiende, pero todos lo admiran”. Cierta o no la anécdota me recuerda el diferendo entre Estados Unidos e Irán por el uranio. Quienes entienden y quienes no, peligran.
Según Behrouz Kamalvandi, vocero de la Agencia Nuclear Iraní, el país ha rebasado el límite de 3.6 en el enriquecimiento de uranio y superado los 300 kilogramos de uranio enriquecido hasta ese límite autorizado por el acuerdo 5+1. Al alcanzar esas cotas, Irán se asoma al umbral nuclear desde el cual se divisa la bomba atómica. El portavoz señaló que están considerando la posibilidad de enriquecer el uranio hasta alcanzar el 20 por ciento.
Aunque el uranio enriquecido a 3,6 por ciento no es apto para fabricar bombas atómicas; en este caso, como ocurre en todos los proyectos de ingeniería, en esos procesos operan escalas de tiempo variables, según las cuales los primeros tramos son los más difíciles, lentos y costosos.
El hecho de que una obra demore un año para alcanzar el 20 por ciento de ejecución, no significa que el 80 por ciento restante tomará cuatro años. No ocurre así porque el primer tramo requirió los trabajos de mayor volumen y complejidad, que sirven de base al resto de la obra que en las siguientes fases avanzará más rápidamente.
Se trata de una secuencia, en la cual el punto de partida en el enriquecimiento de uranio es el llamado “Yellow cake” (torta amarilla) que es un nivel elemental y rudimentario del proceso, mientras otras fases parten de un uranio de mayor pureza y calidad.
Es preciso tomar en cuenta además las variables tecnológicas, lo cual indica que las primeras etapas requieren equipamiento de menor complejidad. De los 20 países que producen uranio, varios llegan a agregar valor al mineral hasta lograr el “Yellow cake”, unos pocos producen y comercializan uranio al 3.6 de pureza, muy pocos superan el 20 por ciento y solo el selecto club de los nucleares logran el 90 por ciento.
El enfoque basado en las escalas de tiempo y complejidades, es el cálculo de Donald Trump y sus asesores que parten de la lógica de que cuando un país logra enriquecer uranio al 20 por ciento, no hay prácticamente nada que le impida hacerlo al noventa por ciento. El hecho de que India y sobre todo Pakistán hayan sorprendido a Estados Unidos con sus pruebas nucleares es un precedente que no olvidan.
No obstante, poseer uranio enriquecido, no significa que se tenga una bomba atómica. Un cometido así requiere de una metalurgia sumamente avanzada, una complejísima ingeniera y de una capacidad de diseño, capaces de crear artefactos que permitan encerrar el demonio atómico en un recipiente, formar una masa crítica que, al operar un mecanismo de disparo, provoque una reacción en cadena que finaliza con la explosión nuclear.
Todos los procesos deben realizarse con la mayor seguridad y en una estructura suficientemente pequeña como para instalarla en la punta de un misil y que sea capaz de soportar las enormes sobrecargas del despegue del cohete y el vuelo a altas velocidades.
Falta un elemento intangible que es la voluntad política. Irán jura una y otra vez que no tiene la intención de dotarse de armas atómicas, incluso sus autoridades religiosas, que son quienes ejercen el poder, hace siete años emitieron una “Fetua”, ley islámica del más alto rango que ningún musulmán puede desobedecer, mediante la cual el ayatola prohibió fabricar o usar armas nucleares. No obstante, no le creen.
El juego es demasiado peligroso y hay demasiada tensión en el ambiente, nunca antes un acuerdo estuvo más lejos y es poco probable que los adversarios den paso al costado para apartarse de la ruta de colisión.