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Internacional

¡Devuélvela!

Pedro Díaz Arcia

Entre cortinas de humo por acá y fuegos artificiales por allá avanza la contienda encaminada a la reelección de Donald Trump. Matrero al fin, provocó a las diputadas demócratas de origen foráneo para promover lo que se propuso: resultó insultado por las ofendidas; mencionó a una de ellas -no nacida en Estados Unidos- en un mitin político y la gradería gritó eufórica “devuélvela”. Entonces, sin sorprenderse, el presidente se tornó persuasivo, condescendiente, “perdonavidas”, y pasó de fiscal a ser abogado de oficio de sus oponentes. Un triunfo más de campaña.

El nuevo fracaso de intento para iniciarle un juicio político, que desde hace tiempo he considerado un error, lo llevó a celebrar una nueva victoria.

Ahora agudiza las tensiones contra Irán, que mantiene una fuerte influencia en países de la región, al declarar que sus fuerzas derribaron uno de sus drones; mientras Teherán declaró que todas sus naves no tripuladas regresaron perfectamente a sus bases en la fecha señalada. En tanto, los peligros aumentan.

Es interesante la dramática narrativa de Trump sobre el presunto derribo, tal vez queriendo imitar a Orson Welles, salvando la distancia histriónica, cuando en un episodio radial, en 1938, éste relatara con tintes reales la invasión de extraterrestres, en una adaptación de la “La guerra de los mundos” de Herbert G. Wells.

El hecho registró la capacidad de los medios de comunicación para influir en millones de radioescuchas. Tres años después, en 1941, el propio Welles escribiría, produciría y protagonizaría la famosa película “El ciudadano Kane”, una de las obras maestras de la cinematografía mundial, que muestra cómo se crea el mito acerca de un personaje que busca sin escrúpulos el poder. Trump es un Master en la materia.

Es larga la historia de la enorme capacidad que pueden ejercer los medios en la psiquis social. Menospreciarlos es una estupidez; rechazarlos un error imperdonable; tampoco es para obnubilarnos y dejar que corran, imperturbables, las aguas sucias por los torrentes. La estafa política puede ocultarse en ellas, en un mundo en el que no pocos pierden primero los principios que un celular.

Es conocido que el reparto de las riquezas se acumula en una minúscula élite, que no comparte con los estratos más bajos de la sociedad. El incremento del Producto Interno Bruto (PIB) no significa desarrollo y, de serlo, tampoco es garantía de un reparto más equitativo. Es un indicador promedio.

En un conocido ejemplo de ficción, si Trump entrara en una celda donde decenas de migrantes permanecen hacinados, cada uno de ellos se convertiría de inmediato en millonario a los efectos de los registros oficiales. Pero es falso, todos seguirán con una miseria que arrastran de sus predecesores.

Hablar de igualdad, de las diferencias abismales entre sectores que reciben ingresos multimillonarios y aquellos que viven en estado de supervivencia, es una herejía para la ultraderecha y su visión esquemática, imprescindible para su subsistencia, de una alianza global que mantenga la hegemonía neoliberal. En función de la cual se moverán todos los medios del poder sin respetar fronteras.

Los mecanismos instituidos ocultan la simbiosis entre gobiernos adocenados y el sistema corporativo, que se intercambian los puestos en un juego de relevo más ajustado que el de un equipo deportivo profesional. Salen unos, entran “otros” y todo sigue igual… o peor.

Así es que: oídos sordos a los cantos de sirena.

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