Internacional

El más histórico y cubano de los hoteles

Por Marina Menéndez Fotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)

LA HABANA, Cuba.- Atesora piezas de artillería usadas para defender La Habana de los ingleses en 1762; también lo marca la metralla de cuando se atrincheraron allí oficiales del ejército machadista una vez que “se fue a bolina” la revolución de 1933; y conserva intactos los túneles en que se apostaron los milicianos prestos a defender su suelo durante la Crisis de los Misiles, en 1962.

…Por si todo eso fuera poco, ha sido testigo de amores prohibidos de personajes de la realeza europea, resguardo y cobija de la mafia estadounidense después de la Ley Seca en el Norte, y sitio favorito de artistas, presidentes, deportistas y científicos llegados de todas partes del mundo…

Con razón, su historiadora, Estela Rivas, me dijo una vez que el Nacional sería un museo si no fuera ya un hotel.

Pero los museos sin intocables, están petrificados en el tiempo y se sienten como muertos. Sin embargo, en el Hotel Nacional de Cuba la historia está viva y el visitante se siente parte de ella, la toca, y contribuye a que se siga escribiendo cada día.

De hecho, quien lo recorre es testigo de cómo se siguen añadiendo páginas a ese prontuario de sucesos relevantes cada vez que una nueva personalidad decide hospedarse allí y, quizá sin proponérselo, deja en el Hotel un pedazo de su propia vida, recogida sucinta, pero elocuentemente en el llamado Salón de la Fama.

Entre 500 y 600 huéspedes duermen cada noche en el sitio privilegiado donde está enclavado el Nacional, en un promontorio del antes exclusivo barrio del Vedado, sobre una cueva que habitaron los indígenas y que los españoles bautizaron Taganana, aunque no existen evidencias de que los aborígenes cubanos la llamaran así…

Y mira el Nacional directamente al mar, por lo cual muchas personas gustan de salir a los jardines a esperar que amanezca; o aguardar el momento en que el sol se oculta, visible perfectamente allá donde los dos azules se unen.

Pero las terrazas llenas de verdor desde donde se contempla tan bien el Malecón habanero, no constituyen coto cerrado: abundan los visitantes eventuales, esos que no son huéspedes pero igual hallan abiertas las puertas del Hotel más histórico y más cubano de toda la Isla para disfrutar desde allí su mar, su cielo, su sol, y el afecto de sus gentes.

Marca criolla

No lo distingue solo la historicidad que le confiere haber atrapado entre sus paredes, y fuera de ellas, pasajes inscritos en el devenir político y social de Cuba desde la misma apertura de su Hotel más mítico, la noche del 30 de diciembre de 1930…

También lo hace único su cubanía, atributo del cual presume esta instalación, única de Cinco estrellas que es administrada hoy por cubanos: ellos son los primeros que viven orgullosos del emblemático y especial sitio en que laboran. Y cuidan que la “marca” Cuba permanezca indeleble.

Hace tiempo se dieron a la tarea de indagar qué secreto guarda cada rincón; qué pasaje de la vida de tantas renombradas figuras se tejió allí. Por eso pueden explicar al visitante el pedazo de leyenda que guarda cada sitio.

Pese a su cosmopolitismo, encanta el sabor cubano que transpira: un criollismo que se mantiene incluso dentro del aire de elegancia con que fue concebido el edificio, según el diseño hecho por el estudio estadounidense McKim, Mead and White mediante la fusión de elementos de la arquitectura clásica romana desgranada adentro en patios sevillanos; las canalones tomados del gótico y algo de la fisonomía de las casas al sur de Florida y California, para dar lugar a una instalación de estilo ecléctico que expertos como el arquitecto cubano Marco Antonio Díaz Blardonis, consideraron una joya.

“(El) estrecho vínculo contexto-naturaleza; su altura y ubicación, que lo hacen perceptible desde cualquier punto de la ciudad; la magnificencia y calidad constructiva alcanzada (…) dotaron al Hotel de la Nación Cubana de un alma y espíritu especiales (…)”, escribió Díaz Blardonis.

Ese espíritu de la Nación a que se refiere el experto se mantiene hoy, sin que para proclamar la cubanía haya que acudir al tradicional y consabido atuendo campesino, ni al sombrero de yarey, ni a las tradicionales figuras del negrito y el gallego —componentes esenciales de la idiosincrasia y la identidad de la Isla, ni a la reiterada presencia de la mulata.

Le hacen honor a su nombre, su comida, su café; la música que frecuentemente puede disfrutarse en distintos espacios y no solo en su Cabaret Parisién; el trato afable y cariñoso de quienes le atenderán con la misma hospitalidad con que se recibe a las visitas en casa…

También, desde luego, están la Bandera cubana, que preside el edificio; el Escudo, y la figura de Fidel, personalidad mítica que, como en toda Cuba, allí también dejó su impronta, apreciable en las fotos que evocan sus muchas visitas, y que pueden contemplarse: ya fuera saludando o compartiendo con un distinguido visitante, participando en una importante reunión o sencillamente, interesándose por el curso de las cosas en un lugar ligado, también, a trascendentes sucesos de los primeros años de la Revolución Cubana.

Los acontecimientos siguen ocurriendo, propiciados no solo porque este sigue siendo hospedaje favorito de las personalidades de la cultura, el deporte, la ciencia y la política, sino porque el Hotel cuenta con diez salones de convenciones donde tienen lugar, hoy mismo, importantes citas internacionales y habituales conferencias de prensa.

Nueva York tropical

Sí. Transpira cubanía aunque no fuera un lugar pensado para cubanos. Entendidos consideran incluso que llegó a ser una suerte de “extensión” del suelo de Estados Unidos en la isla.

Quizá resultara ese un destino marcado desde su misma concepción por el magnate estadounidense Fred Sterry, presidente de la Junta que administraba el Waldford Astoria y el Plaza Savoy de Nueva York al comenzar la década de 1930, y quien consiguió que el nuevo hotel habanero fuera émulo de aquellos, como lo refleja un elocuente texto publicitario de la época:

“Cuando el sol y el mar de amatista son los mejores… cuando los americanos chic dejan atrás el frío invernal por el París de los trópicos… el Hotel Nacional abre sus puertas. El Plaza y el Savoy de Nueva York tienen su duplicado de lujo en el Malecón, en el sector más deslumbrante de La Habana.

“Setenta y cinco pies de umbrosas palmeras atemperan las brisas del Caribe. Usted puede cenar en las más confortables terrazas o en un salón plateado adornado con las flores coloridas del trópico… que le recordarán que no está en Montecarlo ni en Cannes, sino en La Habana”.

Antonio Martínez dirige el Nacional desde 1997, pero conoce al dedillo los entretelones de este lujoso y al propio tiempo recatado hotel desde su fundación, gracias al testimonio de empleados de entonces a quienes pidió sus memorias.

“(El hotel) se hizo para que resultara atractivo a las personalidades estadounidenses que tenían dinero y querían visitar Cuba, en el contexto de la imposición de la Ley Seca en Estados Unidos, adoptada desde 1920”, explica.

“Ello –agrega- sin desconocer que las fuerzas de poder de ese país querían sacar de allí a los mafiosos de cuello blanco…” El Hotel Nacional de Cuba les proveería de lujo y confort; pero también de discreción.

Muchas figuras del arte de ese país comenzaron a llegar a partir de su misma apertura a la par que se inicia la proliferación del juego, rememora el actual Manager del Nacional: era notoria la fama de su casino.

Y para cuando acabó la II Guerra Mundial, en las décadas de 1940 y 1950, el Hotel constató una alta afluencia de estadounidenses, cuenta.

Cuartel general

Así se registra aquí, el 20 de diciembre de 1946, la denominada conferencia cumbre de la mafia de EE. UU. que seguramente muchos lectores vieron escenificada en el filme “El Padrino”, y a la que concurrieron representantes de unas 600 familias asentadas en EE.UU. convocadas por el capo Lucky Luciano, a la sazón deportado de Norteamérica a Italia, y por Meyer Lanski, quien tenía habitación fija en el Hotel, y disfrutaba como pocos de sus mesas de juego.

En El Nacional, dice Antonio Martínez, tenían lo que podría llamarse “su cuartel general”.

No fueron, sin embargo, los únicos que “se acuartelaron” allí, en un ir y venir mullido sobre el piso alfombrado de las confortables habitaciones, los restaurantes de lujo, y los salones amplios y luminosos que rodean el lobby.

También lo hicieron —¡y acuartelados de verdad!— los militares disidentes convocados en septiembre 1933 por el entonces embajador de EE.UU., Benjamin Sumner Welles, quien se residenció en el hotel cuando empezó la crisis de gobernabilidad, tras la caída del dictador Gerardo Machado.

El amotinamiento dio lugar a enfrentamientos armados que incluyeron cañonazos contra los atrincherados desde el buque Patria y los consiguientes daños a la instalación, hasta que los alzados sacaron la bandera blanca.

El capítulo bélico, sin embargo, no restó popularidad al Hotel, a pesar de las huellas de lucha de las cuales fue rápidamente resarcido.

“Siempre hubo un flujo suficiente desde los Estados Unidos como para mantener activa la ocupación del Hotel Nacional de Cuba”, asegura el libro “Revelaciones de una leyenda”, donde los periodistas Pedro de la Hoz y Luis Báez, junto al propio Martínez, recogieron buena parte de la vida del Nacional.

Grata estancia

Estos y otros pasajes de leyenda pueden ser disfrutados por los huéspedes que se alisten en los recorridos históricos propiciados por la instalación turística.

También será fácil disfrutar allí de la música cubana, que puede saborearse en los conciertos del Salón 1930, o en las descargas que tienen lugar en los jardines.

El arte es también un sello del Nacional y, como la historia, se palpa en las interpretaciones musicales que embellecen y cultivan las noches, y en las numerosas exposiciones de artes plásticas que acoge.

Quienes quieren disfrutar La Habana y palpar algunas de las más cautivantes leyendas tejidas aquí; quienes desean beber de las esencias de la Isla, no lo dudan: saben que eso lo hallarán en el Hotel Nacional de Cuba.