Internacional

Dos modelos para una estatua

La develación de la Estatua de la República totalmente restaurada,

invita a recordar el nacimiento de esa monumental obra escultórica

Por Marina Menéndez

Fotos: Lisbet Goenaga

Especial para Por Esto!

LA HABANA.— Sin el original color cobrizo que le otorgaba tanta autenticidad, y refulgente en su nueva vestimenta de oro de 22 kilates traído desde las montañas de Rusia, la Estatua de la República es ahora la principal atracción del recuperado Capitolio Nacional, que también ha sido devuelto a su apariencia original y acoge, como antaño, al Parlamento cubano.

La develación de la obra luego de su restauración con el concurso, precisamente, de Rusia, fue el acto protocolario más hermoso de la visita a Cuba, esta semana, del canciller de aquel país, Serguei Lavrov; aunque seguro que no el acto más trascendente.

Los encuentros del Ministro ruso del Exterior con el primer secretario del Partido, Raúl Castro; el Presidente Miguel Díaz-Canel y el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, certificaron la comunión de intereses, proyectos económicos y posiciones políticas que reubica, hace algún tiempo, a ambas naciones como socias en el entramado internacional.

En esa agenda apretada que Lavrov cumplimentó en apenas poco más de 24 horas, la sencilla ceremonia, en el imponente Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio, tampoco resultó sólo un respiro evocador de la cooperación bilateral, pues Moscú no sólo proveyó el oro: fueron las manos de una decena de mujeres restauradoras rusas las que recubrieron de oro sus vestidos.

Además, la develación resultó nueva muestra de los aires renovadores del espíritu y enaltecedores de la cultura que motivan a la Isla, en un momento en que libra nuevas y definitorias batallas políticas y económicas.

Por añadidura, la ceremonia dejó a punto otro de los propósitos restauradores emprendidos por una ciudad que se acicala cuando está a punto de cumplir sus 500 años, y devuelve algunos de sus monumentos y rincones al esplendor fundacional.

Una época

Magnificente en los 14 metros y medio que la ubican como la tercera estatua bajo techo más alta del mundo después del Buda de Nava, en Japón, y la estatua de Abraham Lincoln en el Memorial que lleva su nombre en Washington, nuestra Estatua de la República es, además, una obra que deslumbra por su hermosura y evoca los oropeles de una época.

Su creación, encomendada al artista italiano Angelo Zanelli, se ubica en un momento de proliferación de obras de artistas de aquella nación que un historiador tan experto como el colega Ciro Bianchi ha llamado alguna vez, en tono jocosamente criollo, «la zafra de los italianos», y en un momento en que se «institucionalizaba» la memoria histórica de la Isla en contraposición con el descrédito de las clases políticas en el poder.

Se ubican en esa ola la estatua erigida al General Antonio Maceo en el parque que lleva su nombre, encomendada a Doménico Boni; la que se erigió al expresidente Alfredo Zayas, realizada por el italiano Vanetti; y los monumentos dedicados a los también exmandatarios republicanos Tomás Estrada Palma y José Miguel Gómez, de Giovanni Nicolini, entre otros.

No debió resultar fácil para Zanelli, sin embargo, materializar la simbólica Estatua de la República, que le fue encomendada para adornar el Capitolio junto a otras dos estatuas que flanquean la entrada principal: la del Trabajo y la de la Virtud.

Esta otra representaría a la Nación cubana, razón por la cual el artista fue exquisito en la búsqueda de la imagen precisa.

Desde un primer momento pensó en Atena, la Diosa griega, y concibió la escultura como una reproducción de aquella, solo que llevaría en la mano derecha, la lanza; y en la otra, el escudo.

¡Pero la República debería tener la fisonomía de una mujer cubana!

Zanelli halló modelo para el cuerpo en una clásica mulata de la cual se sabe poco, y que ha trascendido a la historia con lo que seguro fue un sobrenombre tomado de una famosa exponente de la aristocracia europea de la época: Lily Valty. Así la cubana mantendría el anonimato que la protege hasta hoy.

Sin embargo, las facciones de su rostro no complacían al artista.

Entonces apareció la bella faz de Elena de Cárdenas y Echarte, esposa del amigo y compatriota de Zanelli, Stefano Calcavecchia.

Se cuenta que Zanelli realizó con ambas mujeres sus bocetos y, armados de ellos, viajó a su estudio en Roma para concretar la majestuosa obra. Fueron 24 meses de trabajo arduo en que el escultor debió ser apoyado, precisamente, por 24 ayudantes, según se cuenta.

Regresó con ella dos años después, fragmentada en tres partes para poder embarcarla desde Nápoles en abril de 1929.

Había sido fundida electrolíticamente en bronce, y el conjunto pesaba la friolera de 30 toneladas.

El laureado escritor Alejo Carpentier reflejó el arribo a Cuba, en su novela «El recurso del método»:

«Una expectante multitud se aglomeró en los muelles para asistir a su aparición. Pero hubo algún desencanto cuando se supo que la escultura no iba a salir así, completa, de pie, ya erguida, como habría de vérsela en el Capitolio, sino que era traída en trozos, para ser armada en el lugar de su erección…»

Finalmente la Estatua fue ubicada en el Salón de los Pasos Perdidos, justo debajo de la cúpula del Capitolio, donde los cubanos pudieron contemplarla esta semana en transmisión televisiva, al momento de su reinauguración.

Triste final para Elena

Poco se sabe, dije, de la mulata que ha trascendido a la historia pública como Lily Valty, mujer de belleza corporal precisamente escultural, y de quien se especula por eso que pudo ser también la modelo para el cuerpo del resto de las esculturas femeninas del Capitolio.

Pero se conoce más de Elena, cuyo triste final fue comentado hace algún tiempo por otro cronista cubano.

Según ha publicado el joven y prestigioso periodista y editor literario Mario Cremata, la joven fue la feliz esposa del italiano Calcavecchia, quien se mudó permanentemente a Cuba y trajo a toda su familia para fijar residencia aquí.

Una vez casados, hallaron mansión en la casa número 306 de la calle F, entre 13 y 15, en el Vedado, que decoraron con materiales llegados expresamente desde Nueva York, cuenta Cremata.

Pero una bronconeumonía seguramente mal cuidada y una posterior influenza se llevaron a Elena, el 9 de septiembre de 1928.

No pudo la joven cubana vivir mucho tiempo su amor… ¡ni contemplar la estatua del Capitolio que inmortaliza su rostro!