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Pedro Díaz Arcia

En septiembre de 1946, al reunirse la Asamblea General de la ONU en su primer período de sesiones, los delegados de los 54 países que la integraban aprobaron un total de 43 resoluciones: la primera fue decidir la lucha por el desarme nuclear en el mundo. Poco antes, Estados Unidos, el único país en construir el arma atómica y el primero en usarla, en agosto de 1945 contra Japón, abrió el camino para el inicio de la carrera nuclear.

El organismo internacional que agrupa hoy a más de 190 países, acordó celebrar el 26 de septiembre como el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares con el propósito de concientizar sobre la importancia de alcanzar la seguridad y la paz, en un mundo sin armas atómicas. Luego de 70 años, lejos de lograrlo, los arsenales atómicos se han multiplicado. Los mayores, en manos de Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

En septiembre de 2018 existían unas 15,000 armas nucleares, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés); mientras no existe ni está a la vista un acuerdo, al menos negociaciones, que conduzcan a un proceso de detención y a su progresivo desmantelamiento.

La creciente concentración en Medio Oriente de las principales potencias nucleares, Estados Unidos y Rusia -que acaparan el 92% del arsenal atómico-, a lo que es imprescindible sumar las 80 ojivas que se calcula posee Tel Aviv, pone en riesgo no sólo la paz en la zona, sino en el mundo. Recordemos que Israel es el único país con el arma nuclear en el área y con capacidad para devastar la región; y se vanagloria de la llamada “Opción Sansón”, inspirada en el personaje bíblico que se suicidó derribando los pilares de un templo para matar a los filisteos. Pero no es el único suicida.

Es necesario significar que la OTAN, lejos de quedar fuera de este peligroso polígono de fuerzas, es un instrumento activo en el expansionismo bélico de la alianza occidental en Medio Oriente.

La “amenaza” que representa Irán, supuestamente habría atacado a las refinerías de Arabia Saudita, viene como anillo al dedo para potenciar la colusión de los objetivos estratégicos, económicos, militares y geopolíticos de Washington. El despliegue de nuevas armas y tropas para “proteger” a Arabia Saudita y a los Emiratos Arabes Unidos; que se sumarán a un destructor de misiles frente a las costas saudíes; y de otras naves de guerra que acompañan a un portaviones en el Golfo de Omán; incrementan la posibilidad de un conflicto, sin límites precisos.

Por su parte, el comandante en jefe de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, Hossein Salami, declaró el sábado que el país que ataque a Irán se convertirá en un campo de batalla. Sería oportuno escucharlos.

En conversaciones, en las que participé en agosto de 1979, poco después del triunfo revolucionario iraní, para entregar al Ayatolla Ruhollah Jomeini la invitación del presidente Fidel Castro para que participara en la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados a celebrarse en septiembre de ese año en La Habana*; y después en 1982, en los esfuerzos de Cuba, que encabezaba el Movimiento, encaminados a que se lograra poner fin a la guerra entre Irak e Irán; me sorprendió conocer que combatientes iraníes rechazaban el uso de equipos para detectar minas antipersonales y atravesaban los campos minados considerando que una explosión los llevaría como mártires al abrigo de Alá. Son enemigos a considerar.

*En esos momentos no existían relaciones diplomáticas con Irán, habían sido rotas durante la monarquía del Sha Reza Pahlevi. En la reunión con Jomeini, en la Ciudad Santa de Qom, se decidió el restablecimiento de relaciones. Una delegación, presidida por su Canciller, asistió al memorable evento en la capital cubana.

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