Internacional

Cómo poner fin a la guerra infinita de EE. UU.

Manuel E. Yepe

“La única manera que tiene Estados Unidos de poner fin a su guerra infinita es renunciar a su pretensión de dominación global”, escribe el historiador y periodista especializado en política exterior estadounidense Stephen Wertheim en The New York Times.

Citando el criterio de Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, Indiana, quien durante un debate de las primarias presidenciales de los demócratas la pasada semana aseguró que mucha gente considera que la “guerra sin fin” es el problema central actual de la política exterior estadounidense. Por tanto, una forma segura de obtener aplausos es abogar por la paz. Incluso el Presidente Trump, parece estar de acuerdo con este recurso. “Las grandes naciones no luchan en guerras interminables”, dijo en su más reciente Estado de la Unión.

Pero jurar poner fin a las interminables aventuras militares de Estados Unidos no basta. Hace cuatro años, el presidente Barack Obama se pronunció contra “la idea de una guerra infinita”, pese a lo cual en su último año en el poder anunció que sus tropas permanecerían en Afganistán, uno de los siete países sobre los que Estados Unidos arrojó en ese período no menos de 26,172 bombas.

El presidente, pese a criticar las guerras en el Oriente Medio, aumentó las intervenciones existentes y ha amenazado con iniciar otras nuevas. Ha sido cómplice de la guerra de los saudíes en Yemen, desafiando al Congreso. Ha puesto a Estados Unidos perpetuamente al borde del abismo con Irán. Ha despilfarrado miles de millones más en su Pentágono, que ya gasta más que los siete mayores ejércitos del mundo que le siguen en la lista, juntos.

Al igual que la demanda de controlar los afanes del 1% más rico, o la insistencia en que las vidas de los negros importen, o poner fin a las guerras interminables, parecen consignas lógicas, sus implicaciones son casi revolucionarias. Requieren de más que el retiro de las tropas terrestres de Afganistán, Irak y Siria. La guerra persistirá mientras Estados Unidos siga buscando el dominio militar en todo el mundo.

La dominación en aras de asegurar la paz de hecho garantiza la guerra. Para tomar en serio la idea de detener la guerra deben hacerse cosas que el imperio resiste con fuerza, como poner fin al empeño por la supremacía armada, en aras de avanzar hacia un mundo de pluralismo y paz.

Es cierto que, en teoría, la supremacía armada podría fomentar la paz. Frente a una fuerza abrumadora basada en que ¿quién se atrevería a desafiar los deseos estadounidenses de paz?

“Tal era la esperanza de los planificadores del Pentágono en 1992; no reaccionaron al colapso de su adversario de la Guerra Fría retirándose sino persiguiendo una preeminencia militar aún mayor.”

Pero el cuarto de siglo posterior demostró que, liberado de un gran enemigo, Estados Unidos encontró muchos enemigos más pequeños y ha lanzado muchas más intervenciones tras la Guerra Fría que durante la guerra misma. El 80% de sus intervenciones desde 1946, ha tenido lugar después de 1991.

La causa básica es que la clase política de Estados Unidos imagina que con la fuerza militar hará avanzar cualquier objetivo suyo, por lo que basta limitar el debate a cuál será ese objetivo.

Los continuos avances de los talibanes en los 18 años que siguieron a que Estados Unidos los derrocara inicialmente, sugieren un principio diferente: el despliegue derrochador de fuerza crea objetivos superfluos, más allá de lo que requieren objetivos dignos.

En el Medio Oriente, la guerra interminable comenzó cuando Estados Unidos estacionó tropas en la región después de ganar la guerra del Golfo Pérsico en 1991; provocó a estados y milicias terroristas que se oponen a su presencia.

Una fase más mortal aún puede estar amaneciendo debido a que Estados Unidos persigue el dominio armado como un bien en sí mismo y el establishment se siente amenazado por una China en ascenso y una Rusia afirmativa.

Abordar responsablemente el ascenso de China requerirá abandonar la nostalgia por la preeminencia de que gozó Estados Unidos en la década de 1990.

No obstante la retórica de Trump sobre poner fin de las guerras infinitas, el empresario presidente insiste en que “nuestro dominio militar debe ser incuestionable”, consigna que se ha convertido en un fin en sí misma, de ahí que los estadounidenses se enfrentan a una simple elección: Abrazar abiertamente una guerra sin fin, o trazarse un rumbo nuevo.

“Como estadounidense e internacionalista, elijo esto último”, afirma el historiador y periodista estadounidense Stephen Wertheim. “En lugar de perseguir un dominio ilusorio, Estados Unidos debía procurar la seguridad y el bienestar de su pueblo, respetando al mismo tiempo los derechos y la dignidad de todos los demás”.

http://manuelyepe.wordpress.com/

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