Bolivia
LA PAZ, Bolivia, 27 de septiembre (AFP).- Cuando la diseñadora de moda indígena Glenda Yáñez va al colegio de sus hijos, donde estudia la élite boliviana en La Paz, no lleva pollera, una falda tradicional indígena, que es señal de identidad pero también de discriminación en Bolivia.
Glenda va “de vestido”, un eufemismo para decir que viste a la occidental.
Y es que teme las consecuencias que sus convicciones puedan tener para sus hijos. “Las mamás que me hablaban ya no me hablan”, cuenta, y lo atribuye a que supieron que en su vida diaria usaba pollera, una aparatosa y pesada prenda confeccionada con hasta seis metros de tela.
A un mes de las elecciones presidenciales en las que Evo Morales, el primer indígena en llegar al poder en Bolivia, podría ganar otro mandato, una parte de la sociedad sigue despreciando a la “chola”, pese a que los indígenas son cerca de la mitad de la población. Sobre todo a la mujer, que manifiesta su origen en sus ropas.
“¡Qué asco me da que estés aquí!”, le han espetado ante su elegante atuendo en más de una ocasión: pollera, manta y sombrero. “Es todo un enfrentamiento político”, cuenta a la AFP.
Casada con un alto funcionario indígena, Yáñez pertenece a la nueva burguesía que reivindica la pollera, un “símbolo de rebeldía y de reivindicación para las jóvenes” en una sociedad en plena transformación tras años de bonanza económica con el gobierno socialista de Morales.
La pollera es un tema recurrente en la familia. Sobre todo desde que su hija de nueve años decidió ir vestida de chola al colegio, provocando un pequeño terremoto entre sus compañeros. “Empleada, eres una empleada!”, le acosaba uno.
“No he puesto a mis hijos en ese colegio por molestar sino por la calidad de la educación y para que hablen idiomas”, sostiene Yáñez tras reconocer que con su marido han barajado la posibilidad de trasladarlos de instituto para evitarles malos ratos.
Reivindicar la diferencia
Desde que Evo Morales llegó al poder en 2006, las “mujeres de pollera” han multiplicado su presencia en profesiones y espacios públicos que antes le estaban vetados.
Dora Magueño, famosa guía de montaña con su grupo de “cholitas escaladoras”, asegura que “se ha perdido el miedo a llevar pollera y eso significa que se pueden hacer más actividades”. No esconde que su sueño es subir al Everest (en pollera).
La Constitución boliviana de 2009 reconoce 36 lenguas indígenas oficiales y una ley aprobada en 2010 prohíbe y penaliza el racismo y la discriminación.
Hasta entonces una mujer por el simple hecho de llevar pollera podía ser expulsada de establecimientos o lugares públicos.
Desde finales del siglo XIX, la chola, protagonista de algunas de las obras más populares de la literatura boliviana, que siempre ha trabajado fuera de casa y es el pilar de la familia, es una clase aparte.
Las nuevas élites indígenas “no compiten por mimetizarse y tienen sus propios espacios, sus propias fiestas y hasta sus propios barrios”, lo que no impide que compren viviendas en zonas residenciales para alquilárselas a los blancos o criollos, dice la socióloga Ximena Soruco.
¿Inclusión o instrumentalización?
Para Bertha Acarapi, presentadora de un informativo en el canal de televisión privado ATB, la vestimenta “no está reñida con la modernidad”.
“Estamos abriendo otros espacios y si no somos nosotras serán nuestras hijas”, asegura.
El debate gira en torno a si el porte de la pollera se debe a oportunismo o a convicciones firmes.
La defensora de derechos humanos Yolanda Mamani arremete contra lo que considera “instrumentalización oficial” que permite decir que Bolivia es “un Estado inclusivo”.
Mucha gente que antes vestía pantalón “empieza a disfrazarse para poder ser senadora, diputada, ministra, presidenta del Tribunal Supremo Electoral porque sabe que tiene más ventajas” con la pollera, sostiene.
“La instrumentalización terminará cuando nos incluyan para plantear cosas para cambiar nuestra sociedad, en la política, en la economía y que no nos vean como vestimentas andantes”, concluye.