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Localizan restos del octavo minero víctima del derrumbe en la mina El Pinabete en Coahuila

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Pedro Díaz Arcia

En diciembre de 2017 el presidente Donald Trump arremetió en un tuit contra sus antecesores afirmando que “Después de gastar estúpidamente unos siete billones de dólares en el Oriente Medio, ya es hora de empezar a reconstruir nuestro país”; y prometió trabajar con los demócratas para la elaboración de un plan que mejorara las infraestructuras del país. Pero el gasto aprobado por Washington para este año asciende a un monto global de 738,000 mil millones de dólares, más de 50 veces superior al de Irán.

En aquel momento se suponía que Estados Unidos disminuiría su presencia militar en la región, nada más lejos de la verdad.

Entre los objetivos de Estados Unidos con la invasión a Irak, en marzo de 2003, para derrocar a Saddam Hussein con la falsedad de que poseía armas de destrucción masiva estaban: adueñarse del petróleo, instaurar un gobierno que respondiera a sus intereses, fortalecer su presencia en Medio Oriente, y crear un freno a las apetencias de Rusia y China en el área. Para ello 140,000 tropas se apoderaron del territorio del país árabe con el respaldo militar de pocos gobiernos, peones de ocasión.

La operación se basó en la percepción estratégica del llamado “caos constructivo” para desestabilizar la región desde Líbano, Palestina y Siria hasta Irak, y desde Irán y Afganistán hasta Pakistán. En medio de la guerra civil se multiplicaron los actos terroristas, mientras surgían nuevos grupos, como el Estado Islámico, que se extendían a su antojo.

En octubre de 2013 un riguroso estudio realizado por Amy Hagopian, de la Universidad de Washington y de su equipo, sostuvo que la cifra total de muertos durante la invasión a Irak fue de 460,800 personas (el 60% a causa de los combates y actos terroristas); y en el campo financiero estimaba un gasto de 3,000 millones de dólares. Según otros datos de la investigación, murieron 4 mil 486 soldados y más de 30 mil resultaron heridos.

Además, los bombardeos y ataques terrestres provocaron daños irreparables en la economía, la seguridad y el patrimonio cultural de la nación mesopotámica. En el año 2012 el Inspector Especial para la Reconstrucción de Irak, Stuart Bowen, informó que los sesenta mil millones de dólares que Washington invirtió durante la ocupación “no condujeron a cambios positivos considerables en ese país”. El dinero “se fue como el agua en la arena”, dijo.

No es de esperar que cedan las tensiones en Medio Oriente, existen muchos intereses económicos y geopolíticos, tras los que operan importantes coaliciones de países y fuerzas irregulares.

El primer ministro iraquí, Adel Abdul Mahdi, pidió a Washington el envío a su país de una delegación para fijar el mecanismo que cumpla lo dispuesto por el Parlamento que prohíbe “usar su suelo, espacio aéreo o aguas por cualquier razón”. En respuesta, Donald Trump amenazó con imponerle sanciones “como nunca antes han visto”. No podía faltar el chantaje.

Numerosos analistas hacen cálculos para establecer ilógicas comparaciones entre el poderío de Estados Unidos e Irán. En una alineación inicial agrupan en apoyo a Washington: a Israel, único país en la zona que posee armamento nuclear; Arabia Saudita; Jordania; y Kuwait como principales aliados; y tener en cuenta las bases en una decena de países con unos 60,000 soldados.

En apoyo a Irán estarían: Rusia que, junto a China, que no citan, buscan también limitar la influencia norteamericana en Asia Central; Siria, que fue apoyada por Teherán tras la derrota de Saddam Husein; Qatar, que recibió su ayuda en el contencioso con Arabia Saudita; así como fuertes organizaciones político-militares que actúan desde Líbano hasta Yemen.

Pero en materia de correlación de fuerzas no se debe perder de vista que aun cuando continúen las “profundas” diferencias entre demócratas y republicanos se mantendrá el bipartidismo, o lo que es lo mismo: el poder del Complejo Industrial Militar.

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